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Capítulo 7: Una sonrisa que nació y murió el día de su boda

MATTHEW GRAYSON

—¡Señor Grayson! —exclamó Julia sin decidir si cubrirse con el vestido o con sus manos. Su rostro se sonrojó de manera adorable y sus ojos brillaban con intensidad. 

Me sorprendí de lo que su acostumbrada ropa holgada escondía debajo. Tenía curvas suaves forradas de una piel de apariencia tersa. Mi corazón se aceleró como nunca. Me acerqué lentamente después de cerrar la puerta detrás de mí, intentando controlar el deseo que comenzaba a quemar mi piel. 

—Déjame ayudarte… —susurré colocándome detrás de ella. Noté como su piel se erizó con mi cercanía y su cuerpo se puso rígido. Estaba tan nerviosa que parecía adorable. Posé mis manos sobre el cierre de su vestido, había logrado esconder su cuerpo con él, pero aún podía ver su espalda descubierta. 

Tentado por el alcohol que aún llevaba en la sangre, o tal vez usándolo como justificación, toqué su espalda apenas con las yemas de mis dedos. Fue la primera vez que acaricié su piel. Era tan suave que no pude quedarme solo con su tacto, acerqué mi nariz sutilmente y la olisqueé. Su perfume a jazmín inundó mis fosas nasales, sedándome por completo. 

—¿Señor Grayson? —preguntó temblorosa. Vi cómo, poro a poro, su piel se erizaba. Mis dedos siguieron el patrón de sus vellos, deslizándome por sus brazos, olvidándome de ese cierre que solo me privaría de la vista.

—Hoy nos casaremos… ¿No te dije que sería extraño que me sigas llamando Señor Grayson? —pregunté divertido. Sin darme cuenta mis labios ya estaban acariciando su hombro, sintiendo su suavidad en mi boca. Cada vez queriendo llegar más lejos. 

—S-sí… y-yo… lo siento… —Tartamudeaba nerviosa. Su vulnerabilidad solo alimentaba la llama que ardía dentro de mi pecho. La tomé con firmeza de la cintura y la hice girar. Su hermoso rostro fue otro golpe directo al corazón. Había una simetría encantadora, y el maquillaje resaltaba lo que la naturaleza ya le había dado.

Sus manos sostenían el vestido con firmeza y, mientras yo la veía con hambre, ella me veía con miedo y nerviosismo. 

—Hoy seremos marido y mujer… —susurré mientras me inclinaba hacia ella—. Serás completamente mía. 

Tomé suavemente sus muñecas mientras mi frente se pegaba a la de ella. Compartimos nuestro aliento y poco a poco la tensión se fue disolviendo hasta que por fin sus manos soltaron el pesado vestido. Sus pechos se movían al compás de su respiración y ya no pude más, la besé, siendo el inicio de todo lo que le haría después. 

La tumbé sobre la cama y la devoré con desesperación, alimentándome del nerviosismo que exudaba su piel. El calor de su cuerpo me hacía arder a mí también y de pronto el dolor de cabeza y la resaca habían desaparecido, como si ella fuera una cura para mis males. 

Me deshice de esas delicadas bragas de encaje blanco y su hermoso brasier que parecía cubrirla como un moño a un regalo. Lo único que se quedó fueron sus medias, que la hacían ver aún más deseable. 

De esa manera me perdí a mí mismo hundiéndome en ella. Podía escuchar como tocaban la puerta y el tic tac del reloj que colgaba de la pared. Algo en el fondo de mi cabeza me decía que ya era hora de la boda, que se nos estaba haciendo tarde, pero no podía controlarme. 

En toda mi vida había estado con diferentes mujeres, pero ella era la primera que me atraía de una manera intensa y obsesiva. Sus gemidos y suplicas solo aumentaban mi lujuria, me sentía incapaz de soltarla, no cuando sus manos se aferraban a mi espalda con desesperación y sus muslos envolvían mi cadera, obligándome a estar dentro de ella, pidiéndome con su cuerpo que no me detuviera. 

Escuché mi nombre y su nombre, pero nadie se atrevía a abrir la puerta, hasta que alcanzamos el clímax una última vez. La había hecho mi mujer mucho antes de jurar ante el altar. Agitados y cansados nos vimos a los ojos. Su maquillaje se había arruinado y para sorpresa mía se seguía viendo hermosa. 

No sé qué fue lo que vio en mis ojos, pero sonrió, si, lo hizo de manera delicada y… pacífica. Era una sonrisa feliz, de complicidad, como si no creyera lo que habíamos hecho y temiera que nos descubrieran. Cuando me di cuenta, también estaba sonriendo con ella, de forma natural y fluida, sin compromiso por quedar bien con nadie, simplemente… respondiendo con la misma soltura. 

En silencio, pero rodeados de un ambiente que resultaba amigable y relajado, nos vestimos. Tuve que ayudarla con el vestido y esta vez subir el cierre antes de que la tentación volviera a seducirme. 

—Le diré a alguien que te ayudé con el maquillaje y el peinado… —susurré viendo su reflejo ante el tocador, y de nuevo vi esa sonrisa tan dulce que dolía. 

—Gracias, no creo poder arreglar esto sola —contestó con una risita fresca y agradable. 

No sé aún por qué lo hice, pero antes de salir, antes de alejarme de ella, besé su hombro. Apenas una leve presión de mis labios sobre su piel antes de alejarme. 

—Nos vemos en el altar —dijo con sus ojos llenos de brillo, mientras que algo dentro de mí se retorcía. 

Salí de la habitación para encontrarme con el estrés por nuestra demora. Todo el mundo estaba ansioso e incómodo, parecía que algunos suponían qué me había hecho tardar. Mandé a un par de chicas para que fueran con Julia, mientras me acomodaba las mangas por debajo del traje. 

—Espero que estés satisfecho —susurró mi madre en cuanto se acercó—. Estás empezando esto con el pie izquierdo, Matthew.

—Para ti lo empecé así desde que escogí a Julia como mi futura esposa, madre —contesté guiñándole un ojo antes de caminar por el pasillo central, sintiendo las miradas de todos sobre mí. El traje estaba algo arrugado, pero no me importó, me planté ante el altar y esperé, recuperando la serenidad. 

Entonces la marcha nupcial comenzó a sonar. Ahí estaba Julia, con el vestido algo arrugado, el peinado no tan íntegro como lo tenía en un principio, y el maquillaje más tenue, casi inexistente. Cuando nuestras miradas se encontraron, me sonrió de esa manera, con alegría, con esperanza, como si se le hubiera olvidado nuestro acuerdo, como si en verdad este fuera el día más especial de su vida. 

Pero esa sonrisa no volvió a aparecer. Nació el día de nuestra boda, y murió también. Durante todo nuestro matrimonio, parecía que ese fue el único día en el que pude verla en todo su esplendor. 

Sathara

¡La boda más apasionante! 🤭

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