Los imperdonables
En nuestro séptimo aniversario de bodas, también conocidas como las bodas de lana, la exnovia de mi esposo le regaló un gatito a nuestro hijo.
Pero yo soy alérgica al pelo de gato, me salió un sarpullido por todo el cuerpo y más grave aún, que yo en ese momento estaba embarazada y me acabe con que esto afectara el bebe que llevaba en camino, así que le ordené a mi hijo que devolviera el bendito gato.
Mi hijo, Robertito, de tan solo cinco años, llorando, me empujó, pero lo hizo con tanta fuerza que perdí el equilibrio y me caí al suelo:
—¡No! Eres mala, y no quiero que seas mi mamá, ¡quiero que la tía Lucía sea en cambio mi mamá!
Alejandro Martínez, con rabia me reprendió:
—Nunca habías mostrado alergia antes y ahora que Lucía te regala un gato, ¿de repente sí? ¿Tanta es tu envidia con ella que no puedes pensar en lo que tu hijo siente? Nunca había visto a alguien tan testaruda como tú.
Él levantó a Robertito en brazos, tomó al gato y se fue a buscar a Lucía.
Yo, tirada en el suelo, observé impotente cómo la sangre fluía libremente por mi pantalón. Así fue como termine perdiendo a nuestro segundo hijo.
En el hospital, me consumía el dolor. Mientras tanto, padre e hijo acompañaban a Lucía de viaje, como si fueran una verdadera familia.
Lucía me envió un mensaje:
—¿Sabes por qué Alejandro me ama, pero se casó en cambio contigo? Porque no quise arriesgarme a tener hijos, y él quería una parejita. Lástima pues que perdiste al tuyo.
En ese momento, sentí mucha desesperación. Encargué a un abogado los trámites del divorcio y compré un billete de avión para volver a mi hogar natal lo antes posible. Solo deseaba no volver a ver a mi dichoso marido y el mentiroso de mi hijo nunca más.