Cuando el mundo entero se volvió loco por mí
Morí el día que gané el Gran Premio Mundial de Doctorado en Medicina.
A las tres horas de mi muerte, mis padres, mi hermano y mi prometido acababan de regresar a casa tras la fiesta de cumpleaños número dieciséis de mi hermana.
Mientras ella publicaba en las redes sociales una foto familiar celebrando su cumpleaños, yo yacía cubierta de sangre en el sótano cerrado y sin ventilación, intentando deslizar la pantalla con la lengua para hacer una llamada de auxilio.
Entre mis contactos de emergencia, solo mi prometido respondió—lo que significaba que mis padres y mi hermano habían bloqueado mi número.
Cuando contestó, solo dijo:
—Isabela, la fiesta de cumpleaños de Camila es muy importante. No vuelvas a intentar atraer nuestra atención con excusas inútiles, y deja de hacer berrinches.
Colgó, apagando la última chispa de esperanza de mi supervivencia. Mi corazón dejó de latir al ritmo del tono de ocupado.
Era la centésima vez que elegían a mi hermana, la centésima vez que me abandonaban. Me decepcionaban… y esta vez sería la última.
Estaba tendida en un charco de mi propia sangre, sintiendo cómo cada respiración se hacía más débil…
Creían que, una vez más, huir de casa era solo mi manera de desahogar mi descontento, y pensaban que bastaría con regañarme para que, como en las 99 veces anteriores, regresara sin protestar.
Pero esta vez no sería así.
Porque no me fui de casa. Siempre estuve… en el sótano de mi propia casa.