Mundo ficciónIniciar sesiónMadeleine fue traicionada por su prometido y su hermanastra. No conformes con engañarla, intentaron acabar con su vida. Pero la diosa Luna le dio una nueva oportunidad. Rescatada por Enzo Antonelli, el temido Alfa de la manada de las Sombras, despierta solo para descubrir que su rostro ya no es el mismo. Para salvarla, le dieron una nueva identidad… la de la antigua compañera de Enzo. Él ve en Madeleine el reflejo de la mujer que perdió, y por eso decide ayudarla a vengarse. Pero mientras el fuego de la venganza los consume, una atracción peligrosa comienza a crecer entre ellos. —¿Me amas a mi o a mi rostro? ¿Se entregarán a la pasión que nace entre ambos o quedarán atrapados en la oscuridad de su propio dolor?
Leer másLos recuerdos comenzaron a invadir a Madeleine como un torrente imparable. Cada instante compartido con Enzo, cada caricia, cada promesa, volvía a su mente con fuerza, abriéndose paso como dagas en su pecho. Recordaba cómo la protegía, cómo la miraba como si fuera su universo… pero entonces, el golpe de la verdad, de sus mentiras, lo arrasaba todo. La traición se imponía sobre el amor.Respiró hondo. Ya no había marcha atrás.—¿Cómo pretendes ayudarme a escapar? —preguntó con voz baja, pero decidida—. Todo esto está atestado de guardias. Nunca me dejarán salir.—Por eso no se preocupe, mi señora —respondió Narek con seriedad—. Si algo aprendí cuando trabajaba para las fuerzas oscuras, fue a utilizar la magia… y la teletransportación. Abriré un campo de energía que la llevará lejos de aquí. Pero a partir de ese momento, ya no podré ayudarla. Usted tendrá que valerse por sí misma, luchar con sus propios medios.Ella dudó solo un instante.—De acuerdo. Vamos a hacerlo. Y será mejor que e
Los días pasaban y la situación entre Enzo y Madeleine seguía igual. Ella permanecía confinada en su habitación y bajo estricta vigilancia. Seguía sin querer dirigirle la palabra a Enzo, era como una muralla fría e impenetrable, y eso desgarraba el corazón del alfa. Por más que intentaba congraciarse con ella, resultaba imposible. Incluso Greta, Leo, Dorian y los demás querían acercarse, pero ella los rechazaba totalmente.—Estoy desesperado, tía. No sé cuánto tiempo pueda soportar seguir así —dijo Enzo con lágrimas en los ojos.—Tú sabías lo que podía pasar, hijo, y era lógico que reaccionara de esa manera —le respondió Greta con voz suave.—Sé que me equivoqué, que ella tiene razón, que soy un imbécil, pero… si tan solo me diera una oportunidad para poder abrirle mi corazón y decirle realmente cómo me sentía en ese tiempo, y cómo me siento ahora. Pero ella no quiere. Es como si todo lo que sentía por mí se le hubiera terminado de golpe.—No es así y tú lo sabes. Sólo está dolida, de
Madeleine bajó las escaleras casi sin sentir los escalones bajo sus pies. Su corazón latía con fuerza, pero no de amor… sino de rabia, de desilusión, de dolor. Cruzó los pasillos del castillo como un torbellino, y los miembros de la manada no tardaron en notar la tempestad que se acercaba.—¡Todos ustedes lo sabían! —espetó con la voz rota pero firme, enfrentándolos sin titubeos—. ¡Todos sabían la verdad y no dijeron nada!Greta, Leo, Dorian y varios guerreros estaban allí, paralizados al verla irrumpir con los ojos rojos por el llanto y la respiración agitada. Greta dio un paso al frente, con la intención de calmarla.—Madeleine, por favor…—¡No! —gritó—. ¡No me digas que me calme! ¿Cómo pudieron? ¿Cómo permitieron que me enamorara de una mentira? ¡Ustedes me vieron cada día! ¡Sabían que yo no tenía idea de nada y no les importó!Greta intentó acercarse a ella, pero Madeleine retrocedió con los puños apretados.—Lo que Enzo siente por ti es real —dijo la mujer mayor con la voz serena
Los días en el castillo habían comenzado a retomar su curso habitual. La pérdida de Zarek, aunque dolorosa, había cerrado un ciclo oscuro que llevaba demasiado tiempo arrastrándose. Greta volvía poco a poco a su rutina, Leo entrenaba a los guerreros con más dedicación que antes, y Enzo… Enzo parecía más sereno, más entregado a ella. Había entre ellos una conexión más fuerte, más sólida. Las risas eran más frecuentes, las miradas más largas, los silencios más cómodos.Madeleine lo amaba. Cada día lo confirmaba más. Lo amaba con una intensidad tranquila, pero firme. Lo amaba sin condiciones.Esa mañana Enzo había salido a recorrer el límite del territorio con Marco. Madeleine se quedó sola en la habitación, repasando unas notas del herbolario y preparando una infusión. El aroma a romero y lavanda llenaba el aire. Todo parecía en calma.Pero otra vez sus ojos fueron hacia el depósito. La tapa seguía entreabierta, como si la estuviera llamando.No era la primera vez que lo miraba. Llevaba
Me acerqué a Greta con el corazón encogido. Estaba de pie junto a una de las ventanas, con la mirada perdida en el horizonte. Había en ella una dignidad silenciosa, pero también un dolor que se filtraba como grietas en su fortaleza.—Tía Greta —dije con suavidad—. Lamento tanto lo sucedido… Quiero que sepa que estoy aquí para usted. Para todo lo que necesite.Ella giró lentamente hacia mí, y en sus ojos cansados brillaba el mismo dolor que yo conocí cuando perdí a mi madre. Me abrazó sin decir una palabra, pero ese gesto bastó para hacerme entender cuánto agradecía mi presencia.—Gracias, hija —murmuró al fin, con la voz rota—. El dolor de una madre no tiene nombre… pero al menos sé que Enzo no está solo. Tú eres su refugio ahora.Asentí, apretándola con más fuerza entre mis brazos.—Siempre lo seré, y también lo seré para usted.Fue entonces cuando Enzo entró en la habitación. Sus pasos eran firmes, pero sus ojos traían la sombra de una tormenta interna. No dijo nada de inmediato, so
Regresamos al castillo con el corazón hecho pedazos.La noticia no necesitó ser anunciada. Bastó con nuestra llegada. Bastó con el cuerpo sin vida de Zarek, cubierto por la tela ceremonial, para que todo se congelara a nuestro paso.Greta estaba allí, firme, esperándonos en la entrada. Su rostro reflejaba todo menos sorpresa. Lo supo en cuanto vio nuestros rostros, en cuanto percibió el aire espeso de tragedia. Avanzó sin decir una palabra hasta que quedó frente al cuerpo cubierto.Nadie se atrevió a detenerla cuando se agachó y apartó la tela. El rostro de su hijo apareció ante ella, pálido, desfigurado, sin el menor rastro de lo que fue.Un grito ahogado se escapó de su pecho y cayó de rodillas.—¡Zarek! ¡No! —su voz desgarró el silencio como un cuchillo afilado—. ¡Dios mío, hijo mío…!Corrí hacia ella y la rodeé con mis brazos. La sostuve con fuerza mientras su cuerpo temblaba de dolor. Lloró sin pudor, sin contenerse, y yo sólo podía apretar los dientes con impotencia.—Tía… no fu
Último capítulo