Madeleine fue traicionada por su prometido y su hermanastra. No conformes con engañarla, intentaron acabar con su vida. Pero la diosa Luna le dio una nueva oportunidad. Rescatada por Enzo Antonelli, el temido Alfa de la manada de las Sombras, despierta solo para descubrir que su rostro ya no es el mismo. Para salvarla, le dieron una nueva identidad… la de la antigua compañera de Enzo. Él ve en Madeleine el reflejo de la mujer que perdió, y por eso decide ayudarla a vengarse. Pero mientras el fuego de la venganza los consume, una atracción peligrosa comienza a crecer entre ellos. —¿Me amas a mi o a mi rostro? ¿Se entregarán a la pasión que nace entre ambos o quedarán atrapados en la oscuridad de su propio dolor?
Leer másMadeline.
Hoy sería el día más importante de mi vida.
El día en que mi destino cambiaría para siempre.
Frente al espejo, observé mi reflejo con el corazón latiéndome en el pecho. No podía creer que esa joven que me devolvía la mirada fuera yo.
Mi piel parecía más luminosa que nunca, como si el brillo en mis ojos iluminara cada rincón de la habitación. El vestido blanco se ceñía perfectamente a mi figura, con finos bordados que parecían entrelazarse como raíces de plata sobre la tela. Mi cabello caía en una trenza suelta, adornada con pequeñas flores que relucían como estrellas.
Era como si en ese momento todo lo malo hubiera quedado atrás. Los miedos, las dudas… nada importaba.
Hoy me casaría con Dante.
Sentí un nudo en la garganta al pensar en él. El alfa de nuestra manada… fuerte, imponente y protector. Desde que éramos niños había sentido algo especial por él, y aunque nuestras vidas nos habían llevado por caminos distintos, el destino terminó por unirnos.
Por fin sería su compañera.
—Te ves hermosa —murmuró una de las mujeres que me ayudaban a arreglarme.
—Gracias… —mi voz tembló un poco, pero no por inseguridad, sino por la emoción que me embargaba.
Hoy sería la Luna de la manada. Mi padre estaría orgulloso de mí. Y por fin dejaría de sentirme a la sombra de mi hermanastra, Freya.
Pensar en ella hizo que algo dentro de mí se removiera.
Freya…
Siempre había sido fuerte, decidida y valiente. Mientras yo aprendía sobre protocolo y las responsabilidades de una Luna, ella entrenaba para convertirse en una guerrera temible. Aunque nuestros caminos fueron distintos, yo siempre la admiré. Era mi hermana, después de todo.
Una sonrisa se dibujó en mis labios. Freya siempre había sido un poco fría, pero esta mañana había venido a mi habitación para desearme suerte. Tal vez, después de tanto tiempo, finalmente estábamos logrando acercarnos.
Tal vez este matrimonio no solo me daría un compañero, sino que también uniría a nuestra familia.
—Ya es hora —anunció una de las mujeres.
Respiré hondo.
—Vamos.
⸻
El auto avanzaba lentamente por el sendero del bosque. Las hojas secas crujían bajo las llantas y los árboles parecían inclinarse suavemente con el viento.
A través de la ventanilla observé el camino con el corazón agitado.
¿Qué estará haciendo Dante ahora mismo? Imaginé sus nervios, sus manos ajustando el cuello de su camisa, sus pensamientos volcados en esta unión que sellaría nuestros destinos.
—¿Te sientes bien? —preguntó la mujer que iba a mi lado.
Asentí con una sonrisa.
—Sí… solo un poco nerviosa.
Y era cierto. Todo parecía tan perfecto que una parte de mí temía que algo saliera mal.
Observé el camino otra vez… pero algo no encajaba.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué estamos tomando este camino? —pregunté, mirando al conductor.
No era el camino correcto. El sendero hacia la manada no pasaba por esa zona boscosa.
—Tomé un atajo —respondió el hombre sin mirarme siquiera.
Su voz me puso en alerta. Era áspera, extrañamente tensa.
—No… este no es el camino —dije con más firmeza—. ¡Deténgase!
El conductor ignoró mis palabras.
—¡Le dije que se detenga ahora mismo!
El auto aceleró de pronto.
El pánico se apoderó de mí. Intenté abrir la puerta, pero estaba bloqueada.
—¡¿Qué está pasando?!
Antes de que pudiera reaccionar, el auto frenó bruscamente. La sacudida me lanzó hacia adelante, y apenas tuve tiempo de ver que dos hombres se acercaban rápidamente por ambos lados del vehículo.
Las puertas se abrieron de golpe.
—¡Suéltenme! —grité, forcejeando con todas mis fuerzas.
—No te esfuerces —dijo uno de ellos con una sonrisa burlona mientras me sujetaba del brazo—. No va a servir de nada.
—¡No! ¡Déjenme ir!
Mis uñas arañaron la piel de uno de ellos, pero antes de que pudiera seguir luchando, sentí cómo presionaban un pañuelo húmedo contra mi rostro.
—No… —balbuceé, mientras mi vista se nublaba y la oscuridad se apoderaba de todo.
El ambiente en la manada era tenso, casi asfixiante. Los murmullos crecían a cada segundo, y los ancianos del consejo se miraban entre sí con inquietud.Mi padre estaba de pie frente al altar, con el ceño fruncido y los labios apretados. Su postura firme apenas ocultaba la preocupación que se reflejaba en sus ojos.
—No es normal que Madeline esté tardando tanto… —murmuró para sí mismo, pero su voz fue lo suficientemente fuerte como para que todos lo escucharan—. Algo tuvo que haberle pasado… no debí haberla dejado sola.
Su voz tembló ligeramente en la última frase.
—Papá… —la voz de Freya se alzó a su lado, suave pero cargada de fingida preocupación—. No quería decir nada, pero…
Hizo una pausa, como si dudara si debía seguir hablando.
—¿Pero qué? —exigió mi padre, mirándola con impaciencia.
—Madeline… —bajó la cabeza, como si la vergüenza la estuviera consumiendo—. Ella me confesó que… que pensaba escaparse esta noche… con su amante.
El silencio que cayó fue sepulcral.
—¿Qué tonterías estás diciendo, Freya? —gruñó mi padre, endureciendo la voz—. Tu hermana jamás haría algo semejante.
—Lo siento… —insistió ella, alzando la vista con ojos que fingían tristeza—. No quería creerlo, pero… la he visto escaparse por las noches durante varias semanas.
—¡Basta! —rugió él, cada vez más alterado—. No sigas diciendo mentiras.
—No estoy mintiendo —dijo Freya con firmeza—. Te lo juro, papá. Al principio pensé que estaba nerviosa por la ceremonia, pero luego… luego ella misma me lo confesó. Dijo que no quería casarse con Dante ni convertirse en la Luna de la manada… que estaba enamorada de otro hombre.
Las últimas palabras las pronunció con lentitud, dejando que cada sílaba envenenara el aire.
La multitud estalló en murmullos y exclamaciones.
—¡Eso no puede ser! —gritó alguien.
—¡Qué deshonra para la manada!
—¡Traicionó a Dante!
Mi padre se llevó una mano a la frente, como si tratara de encontrar un resquicio de lógica en esa montaña de mentiras.
—Eso… eso no tiene sentido —dijo en voz baja, más para sí mismo que para los demás—. Madeline no haría algo así…
—¿Por qué mentiría yo sobre esto? —replicó Freya con dramatismo—. Es mi hermana… y la quiero. Si te lo estoy diciendo es porque la verdad ya no se puede ocultar.
—Suficiente —intervino Dante en ese momento, caminando hacia el frente. Su expresión era una mezcla de dolor y rabia contenida—. Parece que Madeline no solo me ha humillado a mí… sino a toda la manada.
Mi padre lo miró, completamente desorientado.
—Yo… yo necesito encontrarla. Algo no está bien —insistió, aferrándose a la esperanza de que todo fuera un error.
—¿En serio vas a seguir negando lo que ya es evidente? —la voz de Dante se endureció—. No está aquí porque no quiere estar. Prefirió huir con otro hombre antes que cumplir con sus responsabilidades como Luna.
El murmullo entre la manada se convirtió en una oleada de críticas y desprecio.
—¡Qué vergüenza!
—¡Traicionó a su propia sangre!
—¡No merece regresar jamás!
Las palabras cayeron sobre mi padre como golpes invisibles.
—Esto no ha terminado… —murmuró, apretando los puños—. No hasta que encuentre a mi hija y sepa la verdad.
Y sin decir más, se alejó del altar con el rostro endurecido, pero con el corazón destrozado.
Los recuerdos comenzaron a invadir a Madeleine como un torrente imparable. Cada instante compartido con Enzo, cada caricia, cada promesa, volvía a su mente con fuerza, abriéndose paso como dagas en su pecho. Recordaba cómo la protegía, cómo la miraba como si fuera su universo… pero entonces, el golpe de la verdad, de sus mentiras, lo arrasaba todo. La traición se imponía sobre el amor.Respiró hondo. Ya no había marcha atrás.—¿Cómo pretendes ayudarme a escapar? —preguntó con voz baja, pero decidida—. Todo esto está atestado de guardias. Nunca me dejarán salir.—Por eso no se preocupe, mi señora —respondió Narek con seriedad—. Si algo aprendí cuando trabajaba para las fuerzas oscuras, fue a utilizar la magia… y la teletransportación. Abriré un campo de energía que la llevará lejos de aquí. Pero a partir de ese momento, ya no podré ayudarla. Usted tendrá que valerse por sí misma, luchar con sus propios medios.Ella dudó solo un instante.—De acuerdo. Vamos a hacerlo. Y será mejor que e
Los días pasaban y la situación entre Enzo y Madeleine seguía igual. Ella permanecía confinada en su habitación y bajo estricta vigilancia. Seguía sin querer dirigirle la palabra a Enzo, era como una muralla fría e impenetrable, y eso desgarraba el corazón del alfa. Por más que intentaba congraciarse con ella, resultaba imposible. Incluso Greta, Leo, Dorian y los demás querían acercarse, pero ella los rechazaba totalmente.—Estoy desesperado, tía. No sé cuánto tiempo pueda soportar seguir así —dijo Enzo con lágrimas en los ojos.—Tú sabías lo que podía pasar, hijo, y era lógico que reaccionara de esa manera —le respondió Greta con voz suave.—Sé que me equivoqué, que ella tiene razón, que soy un imbécil, pero… si tan solo me diera una oportunidad para poder abrirle mi corazón y decirle realmente cómo me sentía en ese tiempo, y cómo me siento ahora. Pero ella no quiere. Es como si todo lo que sentía por mí se le hubiera terminado de golpe.—No es así y tú lo sabes. Sólo está dolida, de
Madeleine bajó las escaleras casi sin sentir los escalones bajo sus pies. Su corazón latía con fuerza, pero no de amor… sino de rabia, de desilusión, de dolor. Cruzó los pasillos del castillo como un torbellino, y los miembros de la manada no tardaron en notar la tempestad que se acercaba.—¡Todos ustedes lo sabían! —espetó con la voz rota pero firme, enfrentándolos sin titubeos—. ¡Todos sabían la verdad y no dijeron nada!Greta, Leo, Dorian y varios guerreros estaban allí, paralizados al verla irrumpir con los ojos rojos por el llanto y la respiración agitada. Greta dio un paso al frente, con la intención de calmarla.—Madeleine, por favor…—¡No! —gritó—. ¡No me digas que me calme! ¿Cómo pudieron? ¿Cómo permitieron que me enamorara de una mentira? ¡Ustedes me vieron cada día! ¡Sabían que yo no tenía idea de nada y no les importó!Greta intentó acercarse a ella, pero Madeleine retrocedió con los puños apretados.—Lo que Enzo siente por ti es real —dijo la mujer mayor con la voz serena
Los días en el castillo habían comenzado a retomar su curso habitual. La pérdida de Zarek, aunque dolorosa, había cerrado un ciclo oscuro que llevaba demasiado tiempo arrastrándose. Greta volvía poco a poco a su rutina, Leo entrenaba a los guerreros con más dedicación que antes, y Enzo… Enzo parecía más sereno, más entregado a ella. Había entre ellos una conexión más fuerte, más sólida. Las risas eran más frecuentes, las miradas más largas, los silencios más cómodos.Madeleine lo amaba. Cada día lo confirmaba más. Lo amaba con una intensidad tranquila, pero firme. Lo amaba sin condiciones.Esa mañana Enzo había salido a recorrer el límite del territorio con Marco. Madeleine se quedó sola en la habitación, repasando unas notas del herbolario y preparando una infusión. El aroma a romero y lavanda llenaba el aire. Todo parecía en calma.Pero otra vez sus ojos fueron hacia el depósito. La tapa seguía entreabierta, como si la estuviera llamando.No era la primera vez que lo miraba. Llevaba
Me acerqué a Greta con el corazón encogido. Estaba de pie junto a una de las ventanas, con la mirada perdida en el horizonte. Había en ella una dignidad silenciosa, pero también un dolor que se filtraba como grietas en su fortaleza.—Tía Greta —dije con suavidad—. Lamento tanto lo sucedido… Quiero que sepa que estoy aquí para usted. Para todo lo que necesite.Ella giró lentamente hacia mí, y en sus ojos cansados brillaba el mismo dolor que yo conocí cuando perdí a mi madre. Me abrazó sin decir una palabra, pero ese gesto bastó para hacerme entender cuánto agradecía mi presencia.—Gracias, hija —murmuró al fin, con la voz rota—. El dolor de una madre no tiene nombre… pero al menos sé que Enzo no está solo. Tú eres su refugio ahora.Asentí, apretándola con más fuerza entre mis brazos.—Siempre lo seré, y también lo seré para usted.Fue entonces cuando Enzo entró en la habitación. Sus pasos eran firmes, pero sus ojos traían la sombra de una tormenta interna. No dijo nada de inmediato, so
Regresamos al castillo con el corazón hecho pedazos.La noticia no necesitó ser anunciada. Bastó con nuestra llegada. Bastó con el cuerpo sin vida de Zarek, cubierto por la tela ceremonial, para que todo se congelara a nuestro paso.Greta estaba allí, firme, esperándonos en la entrada. Su rostro reflejaba todo menos sorpresa. Lo supo en cuanto vio nuestros rostros, en cuanto percibió el aire espeso de tragedia. Avanzó sin decir una palabra hasta que quedó frente al cuerpo cubierto.Nadie se atrevió a detenerla cuando se agachó y apartó la tela. El rostro de su hijo apareció ante ella, pálido, desfigurado, sin el menor rastro de lo que fue.Un grito ahogado se escapó de su pecho y cayó de rodillas.—¡Zarek! ¡No! —su voz desgarró el silencio como un cuchillo afilado—. ¡Dios mío, hijo mío…!Corrí hacia ella y la rodeé con mis brazos. La sostuve con fuerza mientras su cuerpo temblaba de dolor. Lloró sin pudor, sin contenerse, y yo sólo podía apretar los dientes con impotencia.—Tía… no fu
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