Mundo ficciónIniciar sesión🐺Él fue su Alfa… ahora es su enemigo🌙 Leah estuvo unida a Lucian por conveniencia, hasta que la traición y la pérdida de su cachorro la dejaron rota. Despreciada por todos, jura no volver a ser débil. Pero para destruirlo, deberá vincularse con Noah, un líder tan letal como irresistible… y ese lazo exige más de lo que está dispuesta a dar. Entre deseo y venganza, Leah se dará cuenta que la batalla más peligrosa será contra su propio corazón… y el secreto de un cachorro macho que podría cambiarlo todo.
Leer más—Hazlo, Leah. No te lo volveré a repetir. ¡Obedece o recibirás tu castigo!
La voz de Freya era una serpiente en su oído. Su “amiga”.La misma que compartió su primera transformación lunar, la abrazó cuando Lucian la eligió como pareja y ahora la amenaza… con una sonrisa.
—Si no vacías las reservas de carne seca esta noche, diré que me atacaste otra vez —susurró—. Y tú sabes cómo reacciona Lucian cuando cree que me hiciste daño.
Leah apretó los puños. —No lo haré —respondió, firme—. La comida apenas alcanza para el próximo ciclo. Si la manada pasa hambre por esto, podríamos perder a los cachorros menores. Freya suspiró y fingió una mueca de pena. —Qué lástima… Pensé que habías aprendido. … Pasaron las horas. Leah trató de mantenerse ocupada en los jardines. Recogió hierbas para las hembras preñadas. El dolor en el abdomen seguía leve pero constante. No se lo había dicho a nadie… aún. Estaba embarazada. Y, por un momento —solo uno—, se permitió imaginar un futuro con un bebé entre sus brazos.Uno que sí la amara y la mirara sin juicio.
No por su don, sino porque era ella.
—¡¿Dónde está Leah?! —rugió la voz de Lucian.
La manada entera se detuvo. Leah apenas tuvo tiempo de girar, Lucian la tomó del brazo con violencia y sus ojos dorados estaban enloquecidos. —¡¿Qué hiciste, maldita?! ¡Freya volvió herida! ¡Rasguños, moretones, sangre en su ropa! ¿Fuiste tú? —¿Qué? ¡No! Yo no… no la he visto desde la mañana —respondió, tratando de zafarse de su agarre. —¡Mientes! —gruñó, sin contener su ira. La zarandeó con tal fuerza que su cabeza golpeó una columna. El mundo giró y su corazón le retumbaba en los oídos. —¡Te dije que si volvías a ponerle un dedo encima…! —¡No lo hice! —gritó Leah, desesperada—. ¡Ella me amenazó! ¡Me pidió que robara alimento de la reserva! Una carcajada oscura estalló en el pecho de Lucian. —¿Y esperas que crea eso? —La levantó del cabello y entonces… llegó el golpe.Uno en la mejilla, otro en el abdomen, otro más.
—¡Basta! —gritó una loba joven—. ¡Va a matarla! —¡Alfa, por favor! —rogó un anciano. Pero Lucian no se detuvo. —¡No se acerquen! —ordenó—. Que aprenda lo que pasa cuando se mete con Freya.Y Leah… no se defendió. Porque ya no podía.
Cayó al suelo como una muñeca de trapo.
El mundo era rojo, su aliento, débil y sus piernas… húmedas.
Miró hacia abajo, sangre... mucha... demasiada.
No... no… ¡No!
—Lucian… —gimió—. Estoy…
Pero ya no la escuchaba. —No quiero que la sanen —escupió él, dirigiéndose a los curanderos—. No por lo menos en una hora. Quiero que recuerde cada segundo de este castigo. Y se marchó.Leah se quedó sola, bajo la nieve, con una luna que parecía esconderse.
Sintió que algo la abandonaba, un hilo de esperanza y... lo supo.
Había perdido a su bebé.
Su garganta soltó un sonido ahogado, no un lamento completo, solo una nota rota y con eso, murió algo dentro de ella.
Algo que jamás volvería.
… Sanaron su cuerpo, pero no su alma. Los curanderos se acercaron en silencio una hora después del castigo. Uno de ellos colocó sus manos temblorosas sobre el vientre de Leah, susurró oraciones y dejó que la energía lunar cerrara sus heridas. Cuando terminaron, se alejaron sin decir palabra. Leah permaneció en el suelo, sola, abrazada a sí misma. Su pecho vacío y el calor apagado de una vida que ya no estaba. Recordó su noche de unión.Lucian no fue tierno, no fue dulce, ni siquiera le dirigió la palabra.
Solo se dejó llevar por el instinto, como un lobo hambriento.
La empujó sobre la cama ceremonial y la tomó sin mirarla, sin tocar su rostro.
Leah lloró esa noche en silencio. Quiso creer que era normal, que los vínculos destinados no siempre eran dulces al inicio, que tal vez con el tiempo él llegaría a amarla.
Pero el tiempo trajo otra cosa.
Miradas robadas entre él y Freya. Risas privadas, horas enteras donde desaparecían juntos y rumores.
“Lucian y Freya fueron pareja cuando eran adolescentes.” “Dicen que aún se ven en secreto.” “A ella es a quien realmente ama.” Y todas las veces que Leah preguntó, Lucian gruñó y todas las veces que Freya lloró… Leah sangró. —No soy más que un oráculo con forma de loba —susurró—. Solo quieren lo que veo. No lo que soy. Fue entonces que se le cruzó un pensamiento. Huir.Si fallaba… que la mataran, pero si no… si tenía una oportunidad…
Durante el intercambio anual con el clan aliado, un carro saldría cargado con pieles y armas como tributo.
Ahí, debía ser ahí... pero necesitaría ayuda.
… Esa noche, Leah encontró a Liani, una loba joven que había presenciado todo. —Ayúdame —le suplicó—. Por favor. —No… no puedo. Si te ayudo, el Alfa me matará a mí también. —Perdí a mi bebé —susurró Leah, con la voz rota—. Y nadie le lloró. Nadie lo cuidó. Nadie… Liani lloró en silencio. Su corazón se hizo pedazos. Se conocían de toda la vida y sabía que Leah era la loba más bondadosa y dulce de toda la manada. Nunca entendió por qué todos la despreciaban. Finalmente, asintió. —¿Qué tengo que hacer? —Ayúdame a esconderme en el carro que llevará el tributo. Haré que el Alfa me dé otra golpiza. Si me hiere, no sospecharán que intento huir. Me verán débil, sin peligro. —Leah… —la joven dijo entre sollozos—. ¿Está usted segura? —No tengo nada que perder. Nadie sospechará de ti. —Levantó su mano derecha, en señal de juramento. … Horas después, Leah se presentó en el salón del consejo, con la cabeza en alto y el corazón expuesto. Lucian estaba ahí. Con Freya a su lado, con esa cara de inocente tan contraria a su corazón malvado. —Alfa —dijo Leah con voz clara—. ¿Sabes? A veces sueño que le corto la cabeza a tu amante con mis propias manos. Un silencio sepulcral cayó en la sala. —¿Qué dijiste? —gruñó Lucian. —Que tu “compañera de infancia” debería pudrirse como la víbora que es. Lucian sonrió. Una sonrisa fría. —Parece que no aprendiste la lección. La golpeó, más fuerte que nunca. Entre fingidas súplicas de Freya para que se detuviera y la impotencia de los demás. Desde lejos, Liani observó todo, corrió al lobo sanador que la pretendía. —Por favor… ayúdala. Por mí, por favor. El lobo dudó. —No. El Alfa me matará. —Por favor —lloró la joven y se arrodilló ante él. —No puedo sanarla del todo —dijo, resignado y con el corazón frenético en el pecho—. Pero haré lo suficiente. …Leah fue sanada a medias, aún débil con heridas semi expuestas.
Se arrastró esa noche hasta el carro, mientras la joven vigilaba.
Se deslizó bajo las pieles, no respiró, no pensó, solo deseó... Salir.
Vivir o morir, al menos lo habría intentado.
El carro se movió y cuando estuvo lo suficientemente lejos, saltó.
No gritó, solo corrió y corrió.
No en forma de loba, su cuerpo no lo soportaba. La marca del vínculo ardía en su busto como fuego, pero no se detuvo.
Y justo en ese momento… su don se activó.
Una energía azul se liberó de su busto como un grito del alma, un pulso de rabia, poder y desesperación.
Todo se volvió blanco y luego… nada.
…
Abrió los ojos, el cielo era gris y el bosque, extraño.
Un hombre la miraba desde arriba. Alto, de hombros anchos y ojos fríos.
—Vaya, vaya… —dijo con tono burlesco—. La ramera del Alfa Lucian. Nunca pensé que terminarías tirada como una perra callejera.
Leah apenas pudo levantar la cabeza. —¿Quién… es usted? El hombre se inclinó y le mostró los colmillos. —Soy el Alfa del clan del Este y eres el arma perfecta para acabar con el maldito Lucian.La puerta de la habitación se abrió sin previo aviso. Era Freya, que, movida por los celos, había decidido ir hasta ahí, impedir que el alfa tocara a esa loba deforme y fea.Lucian ladeó la cara y la miró de pie, con el ceño levemente fruncido. Soltó el cabello de la vidente; lo que hizo que ella cayera al suelo de rodillas.—Alfa —lo llamó Freya, sin distinguir si castigaba a Leah o si estaban a punto de tener intimidad.—No te he dicho que toques antes de entrar —su voz sonó baja y peligrosa. Lucian volvió a enfocar su mirada en la loba vidente—. Escuché que estabas enferma. ¿Es por eso que no puedes traer una simple visión?Freya empuñó ambas manos.—Alfa… yo he sido, ¡he sido robada! Alguien ha entrado a mi cuarto y se ha llevado joyas valiosas.Lucian suspiró.—Después arreglaré eso —sus hombros se tensaron. Necesitaba descubrir el significado de su pesadilla.—Es urgente. El ladrón puede que en este instante huya de aquí o, con un secuaz, saque las joyas del territorio.Lucian s
Lucian salió al balcón de su habitación con la certeza de que era invencible. No recordaba a cuántos guerreros había matado a lo largo de su vida, mucho menos cuántos aldeanos o cachorros quedaron bajo su sombra. En otro lobo, esa frialdad habría sido monstruosa. Para el Rey Licántropo, en cambio, era virtud. Orden. Poder. Un fiel elemento que se encargaba de la basura. Un guerrero que le ayudaba a no mancharse.Apoyó las manos en la baranda y dejó que el aire frío le golpeara el rostro. Desde ahí, el territorio se extendía. Hacía mucho que no experimentaba el miedo; su cuerpo era tan resistente y estaba tan acostumbrado a los golpes y a las heridas que ya ni siquiera dolían. Se convirtieron en simples recuerdos nublados de batalla.Ya no le quedaba ni una cicatriz de las conquistas. No había guerrero que aguantara más de quince minutos contra él. No requería transformarse ni usar toda su fuerza.Se le vino a la mente el encuentro que tuvo con un anciano sabio de esos que deambulan po
Pasaron un par de días.Lucian regresó al territorio como si nada hubiese ocurrido; como si no fuera el causante de la muerte y el sufrimiento de miles. La sangre ya no manchaba su armadura, pero un cansancio mental, profundo, le cobraba factura. Entró a sus estancias sin preguntar por nadie. Sin que el nombre de Leah cruzara siquiera su mente.Freya sí lo esperaba. Llevaba un vestido azul celeste que marcaba sus curvas y dejaba ver sus pechos, redondos y firmes. Había elegido con cuidado la hora, el lugar, la luz baja y el fuego. El perfume no era dulce, sino denso, animal. Sabía cómo atraerlo.Lucian se detuvo al verla.Ella se acercó despacio.Lo tocó primero con la mirada, luego con los dedos, apenas, como quien prueba el filo de una herida.—Está agotado—murmuró—. Déjame cuidarle.Él no respondió.La observó con la dureza que lo definía. Pero con ella… algo cedía. Nunca del todo, pero lo suficiente.Freya esbozó una sonrisa. Sabía que ya había ganado.La tomó con brusquedad, como s
El cuarto de los castigos apestaba a sangre y la poca iluminación lo hacía un escenario perfecto para que alguien cometiera un asesinato.Liani cayó de rodillas antes del primer golpe. No porque se lo ordenaran, sino porque el cuerpo ya no le sostuvo el peso. Las manos le temblaron. El aire se le atoró en la garganta. Estaba aterrada; la mirada de esos lobos era espeluznante.«El día de tu propia muerte nunca se anuncia, o tal vez todo lo de estos días fueron señales que no quise ver», se dijo, convencida de que no podría resistir.—Por robo a una señora del Oeste, a la concubina del alfa Lucian —dictó una voz sin rostro—. Veinte azotes.El primer latigazo abrió la piel como si fuera tela vieja. El grito salió roto, breve, ahogado por el miedo. El segundo llegó antes de que pudiera recuperar el aliento. El tercero la hizo doblarse. El cuarto le arrancó las lágrimas.Lloró. Lloró sin vergüenza. Lloró llamando a su madre muerta, a los dioses sordos, a Ezra.Cada golpe dejó carne abierta
Leah no durmió.La noche se le fue entre sollozos mudos y un temblor constante que no logró dominar. Cada vez que cerraba los ojos, las duras palabras de Freya regresaban. Cada vez que respiraba hondo, el pecho le dolía más. No había descanso para alguien que dudaba incluso de su propio cuerpo.Cerca de las seis de la mañana se incorporó. Tenía los ojos hinchados, la garganta áspera, la piel sensible al roce de la tela. Tomó el recipiente y lo colocó junto a la chimenea. No necesitaba calcular nada más. No era una tarea compleja. Solo una confirmación.Vertió el agua caliente con cuidado y sacó las hojas. Todas. Las dejó caer en el recipiente sin separar ninguna. Observó cómo el vapor subió lento, cómo el líquido comenzó a teñirse. Esperó. Sus manos dejaron de temblar por un momento. La concentración la sostuvo.Las hojas soltaron su esencia. El aroma se elevó, denso, amargo, herbal. Leah acercó el rostro y aspiró con detenimiento. Lo hizo varias veces, hasta grabarlo en su memoria. S
Leah no respondió de inmediato. Observó a Freya con una calma forzada, una que le temblaba en las manos. Liani se mantenía encogida, con la cabeza gacha, los dedos apretados contra la tela de su falda.—Dámelo —ordenó Freya, con una sonrisa lenta—. Antes de que decida hacer algo peor.Liani alzó la vista hacia Leah. Sus ojos brillaban de miedo.—Mi señora… —susurró.Freya dio un paso al frente.—¿No escuchaste? —su voz se volvió más baja—. Puedo hacer que te arrastren por el patio. Puedo pedir que te quiten la ración de comida. Puedo decir que robaste. Puedo decir que intentaste envenenarla.Leah cerró los ojos un instante. El pulso le golpeó en las sienes.—Enséñale lo que traes —dijo al fin, con voz queda—. Por favor.Liani obedeció. Sacó la bolsita con manos torpes. La sostuvo un segundo más, como si quisiera aferrarse a ella, y luego la extendió.Freya se la arrebató sin cuidado. La acercó a su rostro y aspiró con lentitud. Sus pupilas se dilataron apenas. La sonrisa se transformó





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