Capítulo 67. El juramento del cazador
Dante
Trece días. La cuenta baja como un latido al que no le regalo silencio. Dos noches después del atelier, después de la perla que no era perla, cierro la ciudad afuera y abro una puerta adentro.
El templo está vacío. Nártex oscuro, la nave con velas. No hay vitrales encendidos: solo llamas pequeñas que no delatan, que guardan. Huele a cera y a madera vieja, a piedra que ha oído más promesas que disparos. Enzo y Raffaele revisan, asienten y se disuelven en piedra. Hoy no quiero pólvora. Quiero nombre.
Apoyo mi arma sobre el banco más cercano y retiro el cargador. Lo dejo a un lado, como quien desarma una palabra. Pongo encima un pañuelo negro: que no mire, que no toque.
La noche me baja los hombros hasta el pecho. Me quedo con las manos vacías por primera vez en días. Me gusta el peso cero, un respiro para volverme sentimientos abiertos.
Alessia entra conmigo. El eco la reconoce. Viene envuelta en una chaqueta oscura, el pelo recogido sin guerra, la mirada limpia como filo reciente