111. Nieve roja

Dante

La oscuridad cae sobre Villa Aurelia como una bestia que cierra los ojos. El apagón no es un accidente: es la señal. El generador tose, la luz parpadea y después muere del todo, dejando el pasillo sumido en una penumbra azulada que sabe a oportunidad.

Empujo la sección débil del muro, la que he estado aflojando durante días. La madera cede con un crujido que se pierde entre los truenos de la tormenta. Al otro lado, escucho dos golpes suaves, precisos. Es nuestro lenguaje. Estoy aquí.

—Aguanta… —susurro.

Fuerzo el panel hasta que se abre lo suficiente. La rendija deja escapar un hilo de aire helado y, después, su silueta. Alessia emerge de la oscuridad con el rostro pálido y los labios partidos, pero los ojos, los ojos tienen una fuerza que me rompe y me recompone al mismo tiempo.

—Vamos —le digo, y la tomo de la mano.

Ella asiente. Se mueve despacio, sostenida más por voluntad que por fuerzas reales. Rodeo su cintura con un brazo y avanzamos por el pasillo trasero, donde Neri no
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