Capítulo 109. La grieta
Dante
La noche cae sobre Villa Aurelia como un animal cansado. Afuera, la nieve se acumula en silencio, y dentro, los muros respiran con un ritmo propio, antiguo, como si la casa recordara otras vidas encerradas.
Contar los pasos de los guardias se ha vuelto una forma de oración. Cinco pasos, pausa. Tres más. Luego el giro del cerrojo y el roce de la hebilla metálica contra el pasador. Todo ocurre igual cada hora. Todo, excepto el viento.
Desde hace tres noches, he notado cómo las lamas de la torre vibran cuando sopla el norte. Ese sonido hueco no pertenece a un muro sólido, sino a una estructura vieja, con huecos donde el aire entra y se enreda. Un conducto. Un pasadizo de sonido.
La rutina tiene grietas, y una de ellas respira entre nosotros. El guardia joven pasa con su linterna baja. Su sombra se estira por la pared como una duda. Le lanzo una frase, midiendo el tono:
—Las lamas del ala este suenan flojas. Van a romperse.
No responde. Pero su mirada se detiene un instante sobre el