Capítulo 5. La reina en movimiento
Enzo espera instrucciones, pero por un instante mi cabeza está en otro lugar: yo, con veinte años, sentado frente a mi padre, escuchándolo hablar de los Montenegro como se habla de serpientes hermosas. Recuerdo la ventana abierta de su despacho, el humo del habano formando un velo pesado en el aire, y la certeza que me dejó clavada en la piel: la sangre, tarde o temprano, busca su equilibrio.—Ahora el tablero ha cambiado —murmuro, más para mí que para él—. El viejo Montenegro está en deuda y su hija está a punto de entrar en nuestro mundo. No será un simple pago.—Será una alianza forzada —responde Enzo, con la naturalidad de quien aprendió a pensar como yo.Sus palabras son un espejo de mi propia lógica. Con él, no necesito explicar demasiado. Le basta una frase para seguir la línea completa.—Y un recordatorio para todos de lo que significa deberme algo.El silencio se instala entre nosotros, tenso como un hilo que puede romperse en cualquier momento. Vuelvo a la silla de cuero, to
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