Capítulo 22. El pacto en la penumbra
Dante
La sala de juntas de la mansión no es un lugar para celebraciones. Es un santuario de sombras. Las paredes oscuras absorben la luz, la mesa de roble macizo guarda las cicatrices de discusiones viejas, y el aire huele a whisky, cuero y pólvora. No hay flores, no hay música. Aquí los pactos nacen como nacen las guerras: con silencio y filo.
Enzo está a mi derecha, Raffaele a la izquierda. Dos hombres de confianza, aunque con diferentes lenguas para nombrar la lealtad. Frente a mí, Alessia. No lleva corona ni velo, pero su sola presencia rompe la penumbra. Traje sobrio, mirada erguida, esa rabia latente que la hace más peligrosa que cualquier arma.
—Este no es un matrimonio —digo al fin, dejando que mi voz arrastre el peso de la sala—. Es una advertencia. Una línea marcada en la tierra.
Enzo asiente, serio. Raffaele resopla con esa risa áspera que siempre lo delata.
—¿Entonces la exhibimos como trofeo? —provoca.
Alessia está a punto de decir algo, pero mi mirada la tranquiliza. Cam