Capítulo 21. El espejo roto
El motor de la camioneta sigue encendido afuera, como un corazón que late con paciencia fingida. Dante me espera en el asiento del conductor, Enzo y Raffaele fingen relajarse, pero sé que cada uno tiene la mano cerca del arma. Les digo que solo subiré por algo de ropa. Ellos asienten, pero sus ojos siguen mi silueta hasta que cruzo el portón.
La casa de mi infancia me recibe con un silencio espeso, roto apenas por el crujido de la madera bajo mis tacones. La alfombra aún guarda el aroma a polvo y whisky viejo. No parece un hogar; parece un museo de derrotas.
Avanzo hacia la sala y lo veo. Mi padre. Alejandro Montenegro. Sentado en el sillón de cuero, un vaso de brandy en la mano, las luces bajas dibujando surcos más profundos en su rostro. No se levanta al verme, ni siquiera finge sorpresa. Es como si me hubiera estado esperando.
—Sabía que vendrías —dice con voz ronca, sin apartar la mirada del vaso.
La rabia me sube como un incendio desde el estómago. Doy un paso al frente.
—¿Y sabí