Huir de casa en mi propia fiesta de compromiso no estaba en mis planes. Tampoco lo estaba casarme con un hombre que me doblaba la edad y tenía oscuros secretos. Mi padre me dio un ultimátum: él o mi herencia. Yo elegí la fuga. Convertirme en repartidora de comida fue mi única salida. . . Hasta que una entrega me llevó directo a los brazos de Dalton Keeland, el soltero más temido y deseado del país. Me ofreció trabajo, y algo más bajo sus reglas... Debajo de las sábanas. Ahora, atrapada entre su mundo de poder y deseo, y el pasado que me persigue, solo tengo una elección: rendirme a él o liberarme.
Leer másDALTONLo peor de tener a mi mamá de visita es que se tenía que quedar conmigo en mi departamento. No es que no la quiera, pero con la noticia que me dio, lo único que quería en ese momento era irme a un lugar lejano donde no pudiera verla y olvidarme del fideicomiso que mi papá dejó al morir.La puerta se cerró con ese sonido que siempre odié. El de una decisión tomada sin mí, cuando me fui directo a mi habitación en cuanto mi mamá se instaló en la habitación de huéspedes. Solo le pedía al cielo que esto fuera una pu**ta pesadilla.Vivianne Sinclair, ¿quién madres era Vivianne Sinclair? No sabía quién era, sin embargo, al teclear su teléfono, me di cuenta de que se trataba de una heredera de un imperio del petróleo. La familia Sinclair era una de las más importantes en el mundo, y entendía el porqué mi mamá se había adelantado en querer presentármela y emparentarme con ella.Sin embargo, era la típica mujer fría y con exceso de lujos que no pensaba en otra cosa más que en maneras de g
DALTONDe todas las cosas que una madre podría hacer por su hijo, que mi mamá me consiguiera a una novia para casarme, era lo que menos me esperaba.Nunca fui un hombre de pensar en alguna relación seria o atarme a alguien de por vida. Aunque ver a Lía en modo bailarina era una adicción más fuerte que el azúcar.— ¿Prometida? —Repetí, sintiendo cómo la palabra me caía al estómago como piedra caliente y hacía una erupción en mi interior.— Sí, Dalton, no pongas esa cara —. Respondió mi madre, como si me estuviera diciendo que tenía una cita con el dentista, no una condena de por vida—. Es lo mejor para todos. Para la empresa, para tu imagen, y para ti.— ¿Y en qué momento pensaste que yo iba a aceptar algo así? —Me crucé de brazos—. Porque definitivamente no pienso casarme. Estoy bien con mi vida y no pienso que nadie interfiera.— Pues bueno, lo decidí desde el momento en que vi que tu papá dejó un fideicomiso con condiciones para ti.—¿Qué? ¿De qué estás hablando, mamá?— Del fideico
LÍA— ¡Dalton! —La voz chillona y dramática retumbó en la Sala de Prototipos como si alguien hubiera abierto la puerta de una telenovela de los años dos mil con la intención de arruinar el clímax.Ambos dimos un respingo como si hubiésemos sido cachados en un acto de vandalismo. Me separé de él con la misma velocidad con la que una niña suelta el cuchillo cuando la mamá entra a la cocina. Y entonces la vi.Tacones altísimos, conjunto rojo que parecía una cortina de quinceañera, bolso de diseñador en una mano y un rosario colgando de la muñeca, en tamaño miniatura, como si se fuera a exorcizar el ambiente. Cabello inflado, maquillaje exagerado y esa ceja arqueada que anunciaba: vengo a pelear y me vale quién esté presente.— ¿Qué está pasando aquí? —Preguntó con un tono que era la mezcla perfecta entre indignación y show para televisión abierta.— Mamá —. Suspiró Dalton, pasándose una mano por el rostro—. No te esperaba hasta la siguiente semana.— ¿Mamá? —Repetí en voz baja, tragando s
LÍASiete en punto. El reloj del pasillo marcó la hora con un clac tan estridente que casi me hizo volver sobre mis propios pasos. Inspiré hondo, repasando mi pequeño discurso mental “Sea profesional, pida el adelanto con firmeza, no piense en cómo le queda la chaqueta ni en los hoyuelos cuando sonríe.” Fácil en teoría, pero en la práctica mis pensamientos sucios por él, eran los que predominaban.— Lía, seriedad, por favor —. Me decía a mí misma como una plática motivacional—. Necesitas el dinero y él te debe más de la mitad de la quincena, que, por cierto, es eterna.Tomé aire y empujé la puerta de la Sala de Prototipos. Lo encontré de espaldas, traje azul marino, mangas remangadas y ese aire de CEO que parece nacer con él. Sobre la mesa brillaba el nuevo juguete de la compañía y mis ojos brillaron como los de una niña con un helado: un guante háptico conectado a un tablero de sensores, diseñado para controlar un brazo robótico de montaje fino. El brazo, sin embargo, estaba inmóvil,
LÍAEntrar a la sala de juntas con las piernas, aun temblándome por lo que acababa de pasar en la oficina de Dalton era como lanzarse en paracaídas sin saber si el paracaídas está doblado o roto.Me senté junto al equipo técnico, con mi tablet en las manos y la garganta más seca que la soledad de mi cuenta bancaria. Traté de concentrarme en los porcentajes de crecimiento proyectado, en las metas del trimestre, en los put**tos KPI's, pero lo único que tenía frente a mí era la imagen de Dalton Keeland sonriendo mientras subrayaba mi cuaderno con su pluma de CEO maldito. La pantalla se activó con los gráficos del sistema, y entonces escuché esa voz tan. . . Desagradable.— No entiendo qué hace aquí la asistente —. Gerardo Frías, alias el programador con complejo de macho alfa que se indigna si una mujer sabe sumar, había llegado a la sala de juntas.— Tampoco yo, la verdad —. Respondí sin pensarlo. Luego sonreí—. Pero parece que el señor Keeland cree que mi presencia es útil. Imagino que
LÍATenía que irme de ahí, y por estar alerta, durante toda la noche fue imposible no permanecer despierta ¿Qué debía hacer? Faltaban tres días para recibir mi quincena, y los escasos ahorros que tenía como repartidora se habían esfumado con las sopas instantáneas y las galletas saladas que comía con un té de manzanilla por las noches.Suspiré frustrada ¿Y si me conseguía a un novio rico? Negué con la cabeza al imaginarme a un señor gordo y casado rondando por mí. No, no era una opción. Me estaba planteando seriamente vender fotos de pies por OnlyFans. No lo descartaría, la idea era descabellada, pero no era tan indignante como lo otro.Por otro lado, tenía que buscar otro lugar para vivir antes de que mi papá viniera por mi y me obligara por completo a casarme con John Douglas.Me revolví como gusano en agua puerca, sobre mi cama, ante lo frustrada que me sentía. Me estaba forjando una vida por mí misma y no dejaría que mi papá lo echara a perder.Viviría bajo mis propias reglas.***
LÍATenía el corazón hecho un caos. Salí de la oficina de Dalton Keeland con las piernas temblorosas y el alma hecha pedazos. Su voz, su cercanía, ese roce que casi fue un beso, y luego la maldita frase escrita en mi cuaderno como si fuera una invitación al pecado.“Si no lo recuerdas… podríamos repetirlo. Solo por claridad profesional.”¡Claridad profesional, mis ovarios! ¡Madre mía! Lo que Dalton quería no era claridad. Era incendiarme. Consumirme. Y por algún motivo retorcido y estúpido. . . Yo quería quemarme con él. Aún no había agendado nada. No quería hacerlo, no sin antes meditarlo, porque sería la típica asistente que se mete con el ca**pullo de su jefe.No sabía mucho de Dalton, más allá de que era estúpidamente guapo. Le gustaba tirarse a sus asistentes, y le gustaba tomar tres tazas de café al día, más negr**o que su alma. Ni siquiera sabía si tenía novia, estaba comprometido, o alguna vez tenía la intención de liarse bien con alguien y formar una familia.Yo quería forjar
DALTONYo, Dalton Keeland, CEO de una de las empresas tecnológicas más importantes del continente, estaba leyendo el cuaderno de una asistente que, hasta hace un mes, habría despedido solo por respirar demasiado fuerte cerca de mi café. Y debo admitir que nunca, nadie, en toda mi brillante vida, había puesto en cuestionamiento mi hombría.Pero Lía Monclova no era una asistente cualquiera. Y eso quedó claro desde el momento en que vi su letra torcida, su forma de anotar como si estuviera diseccionando el universo, y la joya suprema escrita en tinta negra.“Dalton Keeland = jefe capullo más guapo del universo.Nota mental: no volver a acostarse con hombres que podrían despedirte. Más si no recuerdas si tuviste un org**smo celestial o si era bueno en la cama.Tal vez era tan malo en la cama que por eso no recuerdo nada.”Mi garganta se secó. Mis dedos apretaron el cuaderno. No, cielo, yo era El Rey, El Destroza camas, El pu**to Gurú del se**xo. . . Eso me decía a mí mismo porque la verdad
LÍAMe había salido de la oficina con el corazón hecho una estampida. Parecía que estaba corriendo con un grupo de búfalos aterrados, tal como lo estaba yo en ese momento. No sabía cómo haría sostenible esto, pero en definitiva necesitaba el dinero porque ya no quería seguir comiendo sopas instantáneas, y agregar salchicha cuando me sentía elegante, o en alguna ocasión especial.Me estaba colocando en casco para tomar mi moto vieja, asegurándome que el mofle estaba bien asegurado con el lazo que le había puesto.— Madre mía, Lía. Y todavía le dices que le ponga una voz de mando que cante —. Quería morir. Me subí a la moto— ¡Qué cante! ¡Jo**der! —¿Es que no le pude haber dicho otra cosa?Llegué a mi cuarto de azotea y lo primero que hice fue ir a la tienda de la esquina para comprar una promoción de hot dogs. Durante la noche me la pasé frente a mi laptop, pero desgraciadamente no pude concentrarme porque lo único en lo que pensaba era en Dalton Keeland.Era muy estúpido seguir negando