Huir de casa en mi propia fiesta de compromiso no estaba en mis planes. Tampoco lo estaba casarme con un hombre que me doblaba la edad y tenía oscuros secretos. Mi padre me dio un ultimátum: él o mi herencia. Yo elegí la fuga. Convertirme en repartidora de comida fue mi única salida. . . Hasta que una entrega me llevó directo a los brazos de Dalton Keeland, el soltero más temido y deseado del país. Me ofreció trabajo, y algo más bajo sus reglas... Debajo de las sábanas. Ahora, atrapada entre su mundo de poder y deseo, y el pasado que me persigue, solo tengo una elección: rendirme a él o liberarme.
Leer másLÍA
El vestido blanco estaba sobre mi cama, lucía impecable con cada pliegue perfectamente alineado. La seda era tan suave que parecía fluir como agua entre mis dedos. Y sin embargo, cuando lo toqué, sentí el frío de una sentencia de muerte.
Un nudo de pánico me cerró la garganta. Mi madre había insistido tanto en que lo usara esta noche. "Te verás hermosa, Lía. Radiante. Digna de tu apellido." Yo quería usa el ne**gro de Armani, que había estado esperando para ponermelo en una ocasión especial.
Ahora entendía por qué la insistencia de mi mamá. El murmullo de dos empleadas llegó hasta mi habitación, cuando me disponía a salir, sin embargo, logré escuchar sus voces, que hablaban en bajito, antes de abrir la puerta.
— Ya está todo listo para la fiesta de compromiso.
— ¿Lo sabe la señorita Lía?
— Aún no, pero no importa. El señor Monclova lo tiene todo bajo control. Será una sorpresa muy agradable para ella.
Mi estómago se desplomó tan pronto escuché la noticia. No, no, no. Di dos pasos hacia atrás, como si la simple distancia pudiera alejarme de la realidad. Pero ahí estaba el vestido blanco para un compromiso que no pedí, el destino que no elegí, y la jaula dorada en la que mi padre quería encerrarme.
John Douglas, era un hombre veinte años mayor. Poderoso, frío y con la sombra de un crimen rondando su nombre. Un hombre que, según los rumores, mató a su esposa en una discusión. Y yo iba a ser su próxima víctima. La náusea me golpeó de golpe. Me giré hacia mi escritorio y arranqué una hoja de mi diario, escribiendo con la desesperación de una mujer al borde del abismo.
"Padre, prefiero la pobreza antes que la esclavitud. Renuncio a mi herencia. Encuentra otra muñeca para vender. Lía."
Mi firma quedó temblorosa en la parte inferior.
Me apresuré a doblar la carta y la dejé sobre mi almohada. No había tiempo de pensarlo dos veces. Me puse unos tenis, un sueter con capucha, y abrí la ventana. La brisa nocturna golpeó mi rostro como una advertencia, como una promesa de libertad y peligro. Miré hacia abajo. Cuatro metros de altura. Un jardín bien podado. Si saltaba, me torcería el tobillo. Si me quedaba, perdería mi vida.
Salté.
La adrenalina me estalló en los pulmones cuando aterricé sobre el césped. Mis manos rasparon la tierra, pero sabía que era un pequeño precio a pagar. El dolor me recordó que estaba viva y que estaba huyendo por mi libertad. No me detuve a respirar.
Corrí.
Con el vestido blanco ondeando tras de mí, como una novia en fuga. Como la hija pródiga que se negaba a ser sacrificada en un altar de conveniencia. No tenía mi coche. Mi padre debió haberlo confiscado para evitar que escapara. No tenía dinero en efectivo, solo una tarjeta de crédito que probablemente bloquearían en cuanto notaran mi ausencia.
Pero tenía una oportunidad. Una oportunidad de ser libre, y no pensaba desperdiciarla.
LÍACasada.Era la palabra que más se repetía en mi cabeza. Iba a ser la esposa de Dalton Keeland esa semana. El hombre del que había perdido la cabeza poco a poco. Di vueltas en mi silla reprimiendo una risita y viendo el anillo de compromiso, con la mano extendida hacia el techo.Sería la esposa del hombre más maravilloso del mundo, atento, amable, paciente con su mamá, caballero en toda la extensión de la palabra, y una bestia en la cama. Sí, debía reconocer que estaba loquita, muy loquita, Dalton Keeland, mi futuro esposo.El reloj en la pantalla de la laptop dio las siente en punto de la noche. Había sobrevivido a otro día de rumores, amenazas disfrazadas de auditoría, y a la tensión que vibraba en cada rincón de la oficina. Guardé la laptop y respiré hondo, decidiendo que ya era momento de pensar en mí aunque fuera solo un poco.No quería de abusar de la hospitalidad de mi prometido, ni incomodar a la señora Keeland, por lo que me di a la tarea ver hoteles y empecé a comparar pr
LÍAPor un segundo, sentí el golpe de las fotos como una anguila eléctrica perforar mi pecho. El mundo pareció detenerse; las voces, el aire acondicionado, incluso la luz del pasillo dejaron de existir. Sólo quedábamos yo, mi reflejo en la pantalla y la certeza de que, en ese instante, podía perderlo todo o salir más fuerte que nunca. Mi rostro en el escenario, las medias de red, la lentejuelas, la sonrisa pícara que usaba para retar a la vida. Era yo, sí, pero era un yo que pocos conocían. Y ahí estaba, expuesta frente a los dos hombres más peligrosos de la oficina. Uno porque era mi archienemigo declarado, el otro porque quería el fideicomiso de mi Dalton precioso.Los miré, uno a uno, midiendo la distancia y, sobre todo, sus intenciones. Pude ver el brillo calculador en los ojos de Frías, como un buitre olfateando carroña, y la incomodidad creciente de Elías, incapaz de sostenerme la mirada. Quizá él, en el fondo, sabía que estaban cruzando una línea de la que ya no habría regreso.
DALTONPor un segundo, sentí que el aire se volvía denso, como si la oficina entera se hubiese transformado en una pecera y yo fuera el pez que acaba de darse cuenta de que la tapa está cerrada. Vivianne no dijo una palabra. Solo se quedó ahí, clavada en el umbral, con los hombros caídos y la mirada rota. Los restos de maquillaje y las ojeras profundas contaban una historia de lágrimas derramadas, de insomnios y derrotas recientes.¿Hasta cuándo acabaría el drama en mi vida? Yo solo quería una vida en paz con mi chica.Me quedé como una estúpida piedra, con los papeles entre las manos y un dolor de cabeza que se veía venir. Era una de esas escenas que nunca quieres protagonizar y que, sin embargo, sabes que el destino te las coloca enfrente solo para probarte a ver qué tan imbécil estás.Vivianne cerró la puerta tras de sí, el leve clic sonando como una sentencia. Se quedó de pie unos instantes, como si estuviera decidiendo si decir algo, llorar, gritar o simplemente desmayarse sobre
LÍAPor un momento no supe si gritar, reírme o aplaudirles la creatividad. El reflejo de la pantalla me iluminaba el rostro, congelando el aire de la sala. Ahí estaba yo, en todas las poses posibles de burlesque, bajo el foco del Sport Club, rodeada de lentejuelas, tocados brillantes y tacones, mi vida privada expuesta como si fuera parte de un maldito PowerPoint motivacional. Todo lo que había construido, el esfuerzo, la reputación, reducido a un puñado de imágenes y miradas cargadas de juicios.No parpadeé, ni cedí ni un milímetro en mi silla.Gerardo me miró como un gato a punto de atrapar a su presa. Elías, más incómodo, bajó la mirada y fingió interés en el borde de la mesa. Tomé aire y, con la voz más fría y firme que pude reunir, pregunté:— ¿Y esto qué es, Frías? ¿Auditoría de pasiones no autorizadas? Porque, si es así, también puedo enseñarte las fotos de mi curso de repostería en calzones. Spoiler, los macarons no salieron tan bonitos.Elías disimuló una sonrisa, pero Gerardo
DALTONMi mamá se había encerrado en su habitación como una adolescente enfurecida. No sabía qué tipo de pelea tuvimos porque no entendía sus intenciones. A mi lado, Lía me acompañaba con una calma envidiable, una mano sobre mi regazo, y sonriendo como si esto fuera parte de nuestra vida cotidiana, como si supiera que yo era un proyecto en riesgo de colapso.Me estaba tratando de dar paz.Yo, mientras tanto, tenía la cabeza en otro planeta, con las manos en el volante. O, mejor dicho, en la jungla peligrosa de las sospechas maternales. No podía quitarme de la cabeza la imagen de mi madre, en bata de plumas rosas, sonrisa sospechosa y el búho dorado todavía a su lado, como si fuera su nuevo amuleto. Algo tramaba. Y con Amanda Keeland, los planes nunca eran inocentes, ni se quedaban a medio camino.¿A qué acuerdo había llegado con los Sinclair? Habló sobre mi boda, pero no dijo con quién. Un golpe frío en el estómago me dejó sin aliento.Estaba tan absorto, repasando cada frase y gesto d
DALTONJamás en mi vida pensé que estaría tan agradecido de ver a mi madre en bata de plumas rosas, cantando rancheras y preparando huevos pochados como si estuviera en la final de MasterChef. Pero ahí estaba, moviéndose por la cocina con una energía sospechosamente desbordante, mientras Lía y yo la mirábamos como si acabáramos de descubrir a un panda tocando el piano en el refri.Por dentro, sentía el corazón desbocado y la mente enredada. Habíamos pasado la noche buscándola como locos, con el alma en un hilo, y ahora estaba aquí bailando, cantando, como si no hubiera pasado nada. Madre mía ni siquiera fui a la dichosa cena con los Sinclair, otra vez.Intenté relajarme, pero algo no cuadraba. Ni de lejos.Me senté a la barra, mirando a mi mamá revolver la masa de hotcakes con tanto ímpetu que la mitad acabó en el mármol. Lía, por su parte, ya había entrado en modo sarcasmo nivel leyenda.— ¿Seguro que no prefieres que le ayude con los huevos, señora Keeland? —Dijo con una media sonris
Último capítulo