Bienvenidos a esta aventura, con una relación llena de pasión y muchos momentos candentes ;) Te leo en los comentarios.
LÍA¿Me había reconocido? Esa idea me estaba rondando por mi cabeza durante los siguientes cinco días luego de mi presentación en el Sensacional, el Sport Club, en el que había cubierto a mi compañera.La paga por cantar en ese lugar fue bastante buena, como para ponerle gasolina a la moto y poder pagar mi comida el resto de la semana, que consistía en una dotación de sopas instantáneas, huevos duros, y arroz precocido.Mi celular sonó y vi que se trataba de Durga, respondí de inmediato.— Durga, ¿cómo estás? —Le respondí casi de inmediato.— Hola, Lía, tal parece que a Selena se le complicó lo de su pie y le dijeron que tenía que tener reposo por un tiempo. Así que estaba pensando si la podrías cubrir, durante el tiempo que se recupere, en el show burlesque.— Por supuesto que sí —. Me tuve que contener las ganas locas que tenía por gritar, pero sí di saltitos de felicidad, porque jo**der, al menos un día a la semana, sería una diva.— Pues ya está, querida. Pasa mañana por el vestuar
LÍANo, no, no.No me jo**das universo. Sabía que volverlo a ver me produciría sensaciones que no debía sentir. Era como cuando mi ex mejor amiga, Natalia, consiguió tickets en asientos exclusivos para ir a ver a Lady Gaga. No, en realidad era mucho mejor. La emoción no sabía cómo describirla, porque odiaba sentir esas estúpidas mariposas en el estómago.Porque claro, solo a mí me pasan estas cosas. Ahí estaba entrando a su oficina con su traje que gritaba todas las mujeres se lanzan hacia mí. Y yo, con mi ropa de segunda mano gritando, soy pobre por elección y soy capaz de robarme otro bocadillo.Dalton Keeland, el hombre que podía mojar la tanga de cualquier mujer, incluyendo la mía. Tan malditamente hermoso, tan peligrosamente elegante, tan insultantemente perfecto.Era el típico hijo rico de alguna familia poderosa. Traje a medida, reloj que costaba más que mi riñón y el de todo mi patrimonio (que consistía en una moto vieja, un refrigerador destartalado, y mi computadora), y una m
LÍAMe crucé de brazos. El universo debía estar riéndose de mí a carcajadas mientras Dalton Keeland me veía con su cara de “consigo todo lo que quiero”. El atractivo hombre, tenía que reconocer que pertenecía al tipo, me moja la tanga con solo verlo, me miró fijamente a los ojos con ese aire de le di solución a tu maldito problema, ahora hablemos. Quería comprar mi tiempo.Mi maldito tiempo.— Señor Keeland, le agradezco la oferta, pero no pienso aceptar —. Dije con una sonrisa cordial en los labios, y la cabeza bien en alto—. Mi trabajo es mío y de nadie más. Tengo pedidos que entregar y es mi tiempo.Me vi rodeada por Jaime, el asistente personal más nervioso que había visto en mi vida, se me acercó como si fuera un ladrón a punto de asaltar un banco.— Señorita, el señor Keeland me ordenó que entregue sus pedidos. Por favor, pásenme la bolsa. En cuanto antes, entregue, es mejor para su calificación. . .Le di un manotazo al pobre Jaime, que intentaba quitarme la bolsa de mis hombr
LÍATrabajo.Algo que estaba buscando con desesperación y me había forjado a no morir de hambre desde que mi papá me había cerrado todas las puertas del país, para obligarme a regresar y casarme con el hombre que él había elegido para mí por el bien de sus negocios. Solo de pensarlo me daban escalofríos.Sin embargo, aquí estaba terminando mi jornada como repartidora, mirando al señor Keeland con la misma calma con la que una mujer pobre mira un anillo de diamantes en una vitrina. Hermoso, brillante, pero no mío. Y sobre todo no necesario.— ¿Trabajar contigo? —Repetí, saboreando las palabras como quien prueba un veneno dulce— ¿Estás bromeando?Arrugué la frente porque no sabía cuáles eran las intenciones.— Estoy hablando muy en serio —. Me miró a los ojos y no supe qué decir.— No entiendo, ¿por qué me estás ofreciendo trabajo? Digo, soy una simple repartidora y no dudo que tu empresa esté llena de aspirantes genios que quieran trabajar contigo.Yo había perdido toda la esperanza y m
LÍAEl reloj marcaba las siete con cincuenta y ocho de la mañana cuando entré al edificio de Keeland Enterprise, con la cabeza en alto y el estómago lleno de nervios, pero no de comida. Mi desayuno había sido medio hot dog frío y una taza de café soluble. No importaba. Yo estaba aquí para demostrarme que podía brillar aunque viniera desde el mismísimo subsuelo.El guardia de la entrada me miró como si fuera un error en el sistema, pero escaneó mi pase y me dio una sonrisa forzada. No sabía si era por mi aspecto, que consistía en unos pantalones holgados de mezclilla, una chaqueta holgada deportiva en color negro con el logo de AC/DC. Mis lentes de pasta negra, y un moño mal amarrado sobre mi cabeza. No entendía el porqué me concentraba mejor estando así.— ¿Estás segura de que el señor Keeland te está esperando? —Alzó una ceja—. No tengo ningún registro o su nombre anotado en una lista.— Tan segura como que tú trabajas aquí, mi rey. Por supuesto que el señor Keeland me espera.El homb
DALTONHabía sido un gran acierto enseñarle el laboratorio para que no se fuera tan fácilmente del trabajo. Había algo en esa chica que llamaba mucho mi atención. La observaba detenidamente cuando la vi posar los dedos sobre ese teclado como si acabara de tocar el piano de Dios, supe que la había atrapado.Me pregunté si la había visto antes en algún otro lado. No tenía maquillaje, su ropa era de esas tiendas de segunda mano, y su cabello lo había arreglado lo mejor posible. En pocas palabras, se veía como una mujer a la que la vida la estaba golpeando duro.Vi la sonrisa en su rostro y la mirada brillando ante una supercomputadora a través de sus lentes negros de pasta ¿Cómo luciría con ropa adecuada y un buen maquillaje? No pude evitar preguntarme. Y entonces se me vino a la mente la noche del show de cabaret. No entendí por qué estaba recordando esa noche.La bailarina.— ¿Un contrato? Siempre damos un contrato laboral, señorita Monclova —. Le sonreí sin perderla de vista. Ella me v
LÍALas cosas con la rubia loca no estaban muy bien, que digamos. El mayor de mis problemas era que la lengua a veces se me iba diciendo cosas sin pensar.Sí, me dio la sensación de que se había tirado a alguien, o se lo seguía tirando, para permanecer en ese puesto y en ese trabajo. O sea, jo**der, solo tenía que pensarlo, no gritarlo. Pero ahí va la Lía sin pelos en la lengua a decir estupideces en voz alta.Si la mirada pudiera matar, yo estaría enterrada bajo tierra desde el momento en que el señor Keeland me dio la tarjeta de acceso total a su oficina. Había entrado a la sala de café del piso treinta y tres porque, sinceramente, necesitaba respirar, y ver si había un milagro para encontrar algún bocadillo que me quitara el hambre.Aún sentía la energía pesada de los cuchicheos, y por más que Dalton me hubiera defendido, no dejaban de mirarme como si fuera una bomba a punto de estallar. Sin embargo, entrar a la sala del café del piso treinta y tres fue un error, pues no esperaba ve
LÍAEl espejo del camerino estaba iluminado por las luces que lo adornaban a su alrededor. Mis manos temblaban un poco mientras ajustaba el corsé dorado contra mi cintura.— Respira, Lía, respira —. Me susurré a mí misma, tragando saliva mientras me miraba de frente, con los labios recién pintados de rojo y el delineado de ojos afilado como mi sarcasmo. Mis ojos tenían un aspecto gatuno y me habían esmerado en el maquillaje, ya que yo sería la cantante y bailarina principal.No era la primera vez que me subía a ese escenario. Pero esta noche había algo diferente. Quizá era el coraje que llevaba atravesado desde que Rodrigo Frías me confrontó. Prácticamente, me había dicho que no valía nada por ser una repartidora. El trago me supo amargo, porque mi papá siempre había pensado que mi lugar como mujer estaba en casarme con alguien rico que le conviniera a los negocios familiares. A pesar de mis ganas por aprender de la tecnología y los negocios, siempre me hizo menos por ser mujer.¿Qué p