Xavier Devereaux, un Ceo y magnate multimillonario y dueño de una de las farmacéuticas más importantes del mundo, es conocido por su rectitud, elegancia y carácter amable. Sin embargo, una traición de las personas más cercanas a él hará que su vida cambie de la peor manera. En una noche que debía ser de celebración, Xavier es drogado y engañado por su prometida y su propio hermano, quienes lo manipulan para que crea que ha estado con su prometida en la intimidad. Pero algo no cuadra. La mujer que estuvo en su cama esa noche no era quien decía ser. Fingiendo ignorancia, Xavier decide investigar. Sus indagaciones lo llevan a descubrir a Aitiana, una joven de origen humilde, contratada para ser parte del engaño. Lo que comienza como una búsqueda de respuestas se complica cuando descubre que Aitiana está embarazada de él. Furioso y decidido a controlar la situación, Xavier la lleva a su mansión, convirtiéndola en su prisionera, pero también en el centro de su obsesión. En medio de la desconfianza y los secretos, Aitiana deberá enfrentarse no solo al poder de Xavier, sino también a sus propios sentimientos. Lo que comenzó como un engaño terminará poniendo en juego sus corazones y desenterrando verdades que cambiarán sus vidas para siempre.
Leer másDESILUSIONADA 🤦♂️
Aitiana. —¡Eres una aburrida, ya me hartaste! — Gritó Marcos a un metro de mi rostro. Esta mañana había venido muy contento, quería lo atendiera y sobre todo acostarse conmigo, sin embargo yo no está lista aún. —¡¿Estás loco que te sucede?!— Replique cansada, él me sujetó del brazo con fuerzas, luego me empujó contra la pared. Apreté los puños intentando contener el torbellino de emociones que Marcos acababa de desatar en mí. ¿Cómo era posible que tuviera la desfachatez de pararse frente a mí y decirme esas cosas? Un años de relación, un años de intentarlo todo para complacerlo, y ahora me venía con esto. —Estoy harto, Aitiana —vociferó él, cruzándose de brazos como si tuviera algún derecho a estar molesto—. Siempre con lo mismo: "Soy virgen, no puedo perder mi virginidad". ¿Para qué iba a seguir esperando? Llevo más del año siendo tu novio, solo de besitos y abrazos. Ni siquiera me dejas tocarte. ¡Estás loca si crees que te seguiré esperando! Sus palabras eran dagas que atravesaban mi pecho. Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos, pero no iba a darle el gusto de verme llorar. —¿Qué acabas de decir? —pregunté, mi voz temblorosa, más de rabia que de dolor. —Incluso Lourdes es mejor que tú —soltó con una sonrisa cínica. La incredulidad me golpeó como una ola fría. Lourdes. Mi compañera de cuarto, mi "amiga". —¿A qué te refieres? ¿Qué estoy escuchando, Marcos? —Estoy cansado —dijo, alzando la voz—. Siempre es lo mismo contigo: del trabajo a la casa, siempre preocupada por tu hermana. Déjala descansar, Aitiana. Eres una mujer insípida, y ya no quiero seguir pendiente de ti. Fue demasiado. Todo lo que había guardado, todo lo que me había tragado durante estos años, explotó de golpe. —Entonces lárgate de mi vida de una vez. Él sonrió con esa burla que tanto odiaba. —Sí, me voy a largar. Aunque, ¿cómo puedes vivir con Lourdes después de que me acosté con ella? La bomba estalló, y mi cuerpo tembló de la furia contenida. Lourdes salió de su habitación justo en ese momento, como si hubiera estado esperando su gran entrada. —Lo siento mucho, Aitiana, pero tu novio buscó lo que tú nunca le diste —comentó, con una sonrisa petulante que me hizo hervir la sangre. Apreté los puños, imaginando por un momento cómo sería arrancarle ese cabello perfectamente alisado. —Eres una zorra —le dije, mi voz gélida—. Una zorra y una traidora. Lourdes no se inmutó. —Creo que es hora de que te vayas. Marcos y yo necesitamos el lugar para nosotros. —No te preocupes —respondí con todo el desprecio que pude reunir—. Me iré en cuanto encuentre un lugar para quedarme. Ella se encogió de hombros. —Perfecto. Mientras tanto, no te sorprendas si escuchas ruidos por la noche. No respondí. No iba a rebajarme más. Entré a mi habitación y vi a mi hermanita, que descansaba en la cama. Al verme, intentó levantarse. —No te preocupes, cariño —dije, arrodillándome a su lado y acariciando su cabello—. Todo estará bien. —¿Por qué estabas discutiendo? —preguntó con su vocecita débil. Le sonreí, ocultando mi tormenta interna, y le di un beso en la frente. —No importa, mi amor. Ahora ponte tus zapatitos. Vamos a empacar. Mi hermanita asintió, obediente, mientras yo comenzaba a guardar nuestras pocas pertenencias en una maleta vieja. Las lágrimas resbalaban por mis mejillas, pero me las limpiaba rápido, sin dejar que ella las viera. No merecía cargar con mis problemas, bastante tenía con los suyos. Cuando terminé de empacar, salimos del cuarto. De reojo vi a Lourdes y a Marcos besándose en el sofá, como si nada. Dejé las llaves en la mesa sin mirarlos. Mi dignidad no iba a morir ahí. Bajé las escaleras con mi hermana a mi lado, cargando las maletas como pude. Cuando llegamos al pie del edificio, pedí un taxi. Mientras esperábamos, volví a subir las escaleras para cargar a mi hermanita. Su cuerpo era frágil y liviano, pero cada paso se sentía como una losa en mi alma. Ella tenía nueve años, pero su enfermedad la hacía parecer más pequeña, más vulnerable. Problemas renales, habían dicho los médicos, pero yo no tenía el dinero para seguir con el tratamiento. Había hecho lo que podía, trabajando sin descanso, pero siempre era insuficiente. El taxi llegó, y di la dirección del único lugar al que podía recurrir: una pequeña vivienda en alquiler donde habíamos vivido hace un año. Mientras el taxi arrancaba, marqué el número de la señora Catalina, la dueña de la vivienda. —Aitiana, hace tiempo que no sé de ti —respondió con voz firme—. ¿Qué necesitas? —¿Está disponible el cuarto donde vivíamos mi hermana y yo? —pregunté, apretando los puños. —Está disponible, pero ahora cuesta el doble. Cerré los ojos con fuerza, sintiendo que el mundo se cerraba sobre mí. —Está bien. Llegaré en quince minutos. —Perfecto —respondió, sin rastro de compasión en su voz. Colgué y me hundí en el asiento del taxi, mirando a mi hermanita. Ella me sonrió, ajena a todo lo que pasaba. "Todo estará bien", me repetí a mí misma. Pero por dentro sentía que el mundo se desmoronaba. No podía quedarme ahí. No podía dejar que Marcos y Lourdes me quitaran la poca dignidad que me quedaba. *** Cuando llegamos a la vivienda, solté un suspiro profundo y bajé las maletas del taxi luego le pague la tarifa. Dejé las maletas a un lado y cargué a mi hermanita en mis brazos hasta entrar a la casa. La señora Catalina nos recibió en la puerta con una expresión severa. Me extendió la llave y, sin más preámbulos, comentó: —No la limpié. Creo que hay una escoba por ahí y algo de detergente. —Gracias, Catalina. —Bienvenida. Espero que me des el pago completo porque no voy a aceptar pagos en partes —añadió con firmeza. —No se preocupe —respondí, intentando sonar más segura de lo que me sentía. Subimos con dificultad, y le pedí a mi hermanita que esperara en el pasillo mientras bajaba a buscar la otra maleta. Finalmente abrí la puerta de la habitación que habíamos alquilado. Un estornudo me sorprendió apenas entré; el lugar estaba cubierto de polvo y lleno de suciedad. No tenía más opción. Esto o nada. Dejé las maletas a un lado, resignada a limpiar más tarde, cuando mi teléfono empezó a sonar de forma estridente. Al mirar la pantalla, apreté los dientes al reconocer el número. Era mi jefe, el señor Devereaux. Respondí con el corazón acelerado, temiendo lo que vendría. —Señor Devereaux, discúlpeme... —comencé, pero me interrumpió con su tono áspero. —¿¡Qué pasó esta vez, señorita Aitiana? La estoy esperando. La reunión está a punto de comenzar. Son más de las nueve de la mañana. ¿Otra vez piensa faltar al trabajo!? —gritó furioso. —Señor, lo siento mucho. Me pasó algo horrible y... —¿Y de nuevo es por tu hermana? —me interrumpió, su irritación evidente. —Sí, señor. Por favor, le pido el día libre. Le prometo recompensarlo. Haré lo que usted me pida. —Siempre es lo mismo contigo. ¡Tres tardanzas! Tres días que no vienes al trabajo. Esta es la última vez que tolero esto. Mañana hablaremos y pondremos las cosas claras. Si no cambias, será tu última oportunidad. Buen día —sentenció antes de colgar. Me quedé allí, sosteniendo el teléfono con la mano temblorosa. Las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas sin que pudiera evitarlo. ¿Qué haría si perdía mi empleo? Sin trabajo, no tendría forma de mantenernos. —Hermana Aiti ¿estás bien? —preguntó con su vocecita débil. —Sí, mi amor. No te preocupes. —Tengo mucha hambre — mencionó ella con dulzura. —Está bien, mi vida. Solo déjame organizar esto y enseguida te consigo algo de comer. Miré alrededor, sintiendo la presión de todo lo que estaba pasando. Con el poco dinero que me quedaba, tendría que buscar cómo llenar la despensa. Maldije en voz baja, ahogándome en la desesperación. ¿Por qué la vida tenía que ser tan dura? Nuestra madre nos había abandonado por un hombre, dejándonos a nuestra suerte. Y desde entonces, parecía que la vida no hacía más que castigarnos, como si hubiéramos hecho algo terrible sin saber qué. Respiré hondo, limpiándome las lágrimas. No podía rendirme. Mi hermana dependía de mí, y por ella haría lo que fuera necesario.Xavier.Han pasado ya diez meses desde aquel día que marcó un antes y un después en nuestras vidas. Me encuentro en el cementerio, de pie frente a la lápida de mi hermano, mientras observo a mi padre y a Laria conversar un poco más adelante. La brisa fresca de la tarde mueve las hojas secas del suelo, y el silencio del lugar solo es interrumpido por sus voces. —Papá, ¿seguro que me llevarás contigo a Miami? —pregunta Laria, con emoción contenida en su voz. —Por supuesto, hija. Pasaremos unas vacaciones juntos, y quiero que te relajes. Te lo mereces después de todo lo que has pasado —le responde con una sonrisa, acomodándole un mechón de cabello detrás de la oreja. Me acerco lentamente hacia ellos, sintiendo que el momento de la despedida está cada vez más cerca. Mi padre me observa y asiente con la cabeza, mientras Laria sonríe con esa mezcla de nostalgia y emoción por el viaje que le espera. —Bueno, papá, cuídala bien. No quiero que regrese triste o estresada —le advierto en
Tranquilidad 🫠AitianaMi corazón latía con tanta fuerza que sentía que en cualquier momento se saldría de mi pecho. Abrí los ojos y vi a Xavier abrazándome con fuerza. Su brazo estaba herido, pero su rostro reflejaba una calma inquietante, como si el dolor no le importara en lo absoluto. Entonces la vi. Esa mujer desquiciada gritaba fuera de sí, con el rostro desencajado por la ira. Sus ojos reflejaban odio puro, y a pesar de que estaba herida en el brazo y la pierna, seguía maldiciéndome sin cesar. Pero ya no podía hacernos daño. La policía la tenía bajo control. Laria estaba con un oficial, aún temblorosa, y más allá, el hombre que había colaborado con esa mujer y que casi nos quita la vida… yacía en el suelo, sin moverse ¿ Y Eros? Seguramente muerto por las manos de su propia amante.—Tranquila… ya todo ha acabado. —La voz de Xavier fue un susurro cálido en mi oído. Él sostenía a nuestro bebé con delicadeza, protegiéndolo con su cuerpo mientras le pedía a los rescatistas que
Aitiana esta herida. 😰XavierMi respiración era entrecortada mientras hablaba con los detectives. No había tiempo que perder. Necesitaba que rastrearan la ubicación de mi hermano y de los demás lo antes posible. ¿Cómo pudo pasar todo tan rápido? ¿Cómo tuvo el descaro de utilizar a Laria para su propio beneficio? Jugar con el corazón de su propia hermanita solo para tratar de acabar conmigo era despreciable. Tanto él como Josean eran seres miserables, sin escrúpulos.Contraté a varios detectives en cuando el guardia de mi mansión me llamo, movilicé a la policía para que rastrearan la señal del GPS. Afortunadamente, teníamos personas en el área que podían actuar rápido. Condujimos a toda velocidad, mi corazón latía con furia, la rabia me cegaba. Mi hermana estaba en peligro por culpa de ese par de desgraciados, mi esposa también. Esta vez no iba a perdonar a Josean y a Eros. No habría segundas oportunidades. Iba a asegurarme de que pagaran por todo. No solo ella, mi hermano también iba
ErosObservaba a Josean actuar de manera desquiciada, al igual que al hombre llamado Dante, a quien ella había contratado para asegurarse de que este secuestro saliera perfecto.El automóvil avanzaba por un camino desolado, envuelto en la penumbra de la noche. La tensión dentro del vehículo era insoportable. Laria seguía inconsciente a mi lado, su pequeño cuerpo apenas se movía con la respiración tranquila del sueño forzado. Era mejor así. No quería que fuera testigo de esta locura.—¿A dónde nos dirigimos? —pregunté en un intento de recuperar el control de la situación.—Aún no lo decidimos —respondió Josean con frialdad, como si fuera un juego.—No podemos dejarla en cualquier parte —intervine, conteniendo la rabia—. Ya es suficiente con haber metido a mi hermanita en esto.—¡Te aguantas, Eros! —espetó con una sonrisa burlona—. Por tu culpa estamos metidos en este desastre.Mi mandíbula se tensó. Si Xavier se enteraba de que Laria y su mujer estaban secuestradas, vendría por ellas. N
Una felicidad que duró pocoAitianaFinalmente habíamos llegado a Italia. El viaje había sido largo y agotador, y mi cuerpo parecía resentir cada segundo de aquel trayecto. Apenas pusimos un pie en la casa, sentí como si el peso del cansancio se multiplicara. Lo único que quería era descansar, cerrar los ojos y olvidar el agotamiento acumulado. Mi hermana pequeña ya estaba en su habitación, bajo el cuidado de una enfermera que Xavier, mi esposo, había contratado con anticipación. Gladys y la enfermera había estado preparando todo lo necesario para su comodidad y bienestar antes de nuestra llegada. Agradecí en silencio que estuviera allí; me daba cierta paz saber que alguien con experiencia velaba por ella mientras yo me permitía un momento de respiro.Xavier se acercó a mí y me dio un beso suave en la mejilla. Su presencia siempre me transmitía seguridad y calma, pero ese día me sentía tan agotada que apenas pude responderle con un susurro.—¿Quieres ver cómo quedó la habitación del
Éxitosa cirugía 💓Xavier Ahora me encuentro junto con los demás médicos, preparándonos para la cirugía de Claudia. Mientras me lavo las manos siguiendo cada protocolo y me coloco la bata estéril, mi mente se desvía inevitablemente hacia los recuerdos de las dos noches que pasamos en la isla junto con mi esposa y las niñas. Todo fue mágico, un momento de paz que parecía detener el tiempo. Recordar cada capítulo de mi vida junto a ella me llena de gratitud. No puedo pedir más; estoy verdaderamente feliz porque, después de esta operación, mi esposa podrá sentirse tranquila al saber que su hermanita, Claudia, tendrá un hígado sano. Aunque deberá seguir tratamientos durante al menos tres años para que su cuerpo lo acepte completamente, sabemos que este es un gran paso para mejorar su calidad de vida.Por otro lado, mi hermanita Laria también ha estado bien de salud. A pesar de que uno de sus pies es una prótesis, ha logrado adaptarse y caminar cada vez mejor. Recuerdo con claridad aquell
Último capítulo