DALTON
El día había sido eterno. Reuniones tras reuniones, un mar de correos electrónicos sin responder, y periodistas apostados en cada esquina esperando arrancarme una declaración sobre el caso de John Douglas. Podría haber acabado agotado, con la mente hecha trizas, pero todo cambió en el instante en que crucé la puerta del edificio.
Sin embargo, lo que más me pesaba en ese instante no era la prensa ni los negocios, sino la carta que tenía guardada en la bolsa interna de mi saco. El mensaje que mi padre había escrito de su puño y letra. Un pedazo del pasado aguardando a ser leído.
Lía ya estaba en el penthouse; había querido ir antes para preparar la cena de los dos. Solo pensar en ella me hacía sonreír, me aflojaba los hombros. Mi chica era todo lo que nunca pensé desear y ahora… no podía vivir sin eso. No concebía la vida de otra forma.
Estaba recogiendo mis cosas cuando escuché tres golpes en la puerta de mi despacho. No esperaba a nadie.
— Adelante —. Dije con voz grave.
La puer