En la mansión Holt, sentado en su imponente silla, en la mesa del comedor, Federico mantenía una postura erguida, a pesar de su avanzada edad y la enfermedad que le consumía las fuerzas. Sus ojos, aún firmes, dominaban el ambiente. A su lado, su esposa Olga, con la serenidad que solo la madurez puede aportar, observaba con preocupación cada movimiento de su marido.Más adelante, Felipe, hijo de Federico, y su esposa Érica, la madrastra de Liam, intercambiaban miradas silenciosas.Cuando todos estuvieron acomodados, Frederico levantó la copa de vino, pero no brindó. Su voz grave resonó en el salón, implacable.—Por mi futuro bisnieto —anunció, dejando que el peso de la frase flotara en el aire—. Liam necesita casarse pronto.Olga fue la primera en reaccionar, inclinándose ligeramente, con expresión angustiada.—Frederico, no puedes exigirle eso a nuestro nieto —su voz sonó tranquila, pero cargada de dolor—. Tiene derecho a tomar sus propias decisiones. Sabes que desde niño siempre ha d
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