Capítulo 6 – El beso del destino

Había pasado una semana, pero para Olivia el tiempo no transcurría en línea recta; parecía un laberinto en el que cada curva la devolvía al mismo punto: la noche que lo cambió todo.

El recuerdo le llegaba en flashes borrosos, fragmentos inconexos, un perfume, un roce, un vacío después. Guardó su virginidad durante años, creyendo que se entregaría al hombre que amaba. Pero el destino, cruel y traicionero, la despojó de esa promesa en una suite donde creía estar con Peter.

Ahora cargaba con las consecuencias: un embarazo inesperado, la traumática ruptura con el novio que creía perfecto y la responsabilidad de ser madre soltera.

Sin embargo, el mayor peso no estaba solo en su vientre, sino en su corazón. ¿Cómo se lo diría a sus padres? ¿Cómo se enfrentaría a su padre, un hombre de corazón frágil, que siempre la había llamado «mi Perla»? El orgullo que sentía por su hija era tan grande que Olivia temía que la noticia fuera una puñalada en el corazón para él.

Esa mañana, se dirigió directamente a la empresa. Trabajó como siempre, tratando de esconderse detrás de hojas de cálculo e informes. El mundo corporativo, al menos, le ofrecía el alivio de la rutina. Un lugar donde todavía era vista como la profesional competente, y no como la mujer destruida por los secretos.

Cuando volvió a casa por la noche, encontró a su madre sentada en el sofá con un sobre en las manos.

—Hija, ha llegado la invitación de boda de Camila —dijo, entregándole el sobre con una sonrisa.

Olivia la miró, sorprendida.

—¿Cómo? —murmuró, vacilante—. ¿Camila se va a casar?

—Será dentro de tres días. —Ana arqueó las cejas—. Me pareció extraño que no figurara el nombre del novio en la invitación.

Olivia cogió el sobre con dedos temblorosos. Su corazón se aceleró. Camila era su mejor amiga. Habían compartido secretos, sueños, noches en vela. ¿Cómo es que no sabía nada de esa boda? ¿Y por qué tanta prisa, por qué tanto misterio?

—Qué extraño... —susurró, perdida en sus pensamientos.

—El amor llega así, arrollándolo todo —dijo Ana, sin darse cuenta del peso de la frase.

Olivia sonrió levemente, pero por dentro sentía un frío cada vez mayor.

A la mañana siguiente, en Trident Marine, la asistente entró en la oficina de Liam.

—Señor... —tragó saliva—. Estoy haciendo el resumen de sus gastos de este mes y... hay dos registros inusuales en esta tarjeta. —Le tendió la hoja—. Un gasto elevado... y una revisión ginecológica.

Él tomó el papel entre los dedos. Lo leyó. La comisura de sus labios se movió un centímetro.

—Investíguelo —dijo con voz baja, firme y aguda—. Quiero los movimientos completos de la mujer que usó esta tarjeta. Dónde estuvo, con quién habló, horarios, todo. Para mañana.

Al día siguiente, Liam recibió un sobre con fotos, registros, informes y una copia del examen.

«El heredero ya existe», dijo finalmente, en un tono casi satisfecho. «Ahora solo falta la boda». Sus enigmáticos ojos brillaron. «Esa relación con los prestamistas...», murmuró fríamente. «Será el arma perfecta».

Los tres días pasaron lentamente. El cuerpo de Olivia parecía más frágil; las náuseas no le daban tregua y su corazón se aceleraba con cada recuerdo. Decidió ir a la boda.

Se vistió elegantemente: un vestido largo azul que resaltaba su delicada belleza, iluminando su piel clara y sus ojos azules. Los tacones realzaban su elegante postura. El discreto pintalabios suavizaba la palidez de sus labios, completando la imagen de una mujer deslumbrante, incluso con el dolor reflejado en su mirada. A pesar de todo lo que había sucedido y del frío silencio de su amiga, no podía dejar de asistir a la boda. Al fin y al cabo, eran amigas desde la infancia.

El lujoso salón estaba iluminado como un palacio. Las flores blancas se esparcían en arreglos dorados, las lámparas de araña se reflejaban en las copas de cristal y un cuarteto de cuerdas llenaba el aire con melodías clásicas.

Olivia entró justo en el momento en que el juez de paz pronunciaba las últimas palabras:

—Os declaro marido y mujer. Podéis besar a la novia.

Olivia levantó la vista y el mundo se rompió.

El novio era su exnovio.

Le faltó el aire. El corazón se le aceleró. La imagen parecía una cruel farsa: Camila, su amiga de la infancia, sonriendo bajo el velo; Peter, el hombre con el que había soñado construir una vida, inclinándose para besarla.

—Dios mío... esto solo puede ser una pesadilla... —murmuró, casi sin voz.

A su lado, la voz de su padre la despertó de su estupor:

—Hija... ¿qué está pasando aquí? —preguntó, confundido y angustiado, mirando de Camila a Peter, luego a Olivia, como buscando una explicación imposible.

Los aplausos resonaron en el salón. Las cámaras disparaban flashes.

Había murmullos por todas partes, comentarios susurrados, miradas torcidas, voces que se callaban cuando ella pasaba. No hacía mucho tiempo que era la novia de Peter, y ahora estaba allí, obligada a asistir a su boda. La boda de su ex, de su gran amor, con su mejor amiga. Para Olivia, todo parecía una cruel puesta en escena de la vida, y ella, reducida a mera espectadora, se veía obligada a aplaudir su propia derrota.

Durante la fiesta, Camila se acercó a ella. La novia estaba radiante en cada gesto, pero el brillo de sus ojos no era de amor, era de triunfo.

—Olivia... —susurró, inclinándose hacia ella con una sonrisa triunfante—. Debe dolerte darte cuenta de que, mientras tú llorabas por él, yo estaba conquistando todo lo que tú perdiste.

Olivia sintió un nudo en la garganta.

— Camila... éramos amigas. —La voz de Olivia temblaba—. Confiaba en ti, te contaba todo. ¿Por qué me hiciste eso?

Camila arqueó las cejas, con un tono impregnado de veneno.

— Corrijo... nunca fuiste mi amiga. — Camila sonrió con crueldad—. Solo te soportaba. Tu pose de santita nunca me engañó... en el fondo, siempre fuiste una zorra disfrazada de ángel.

Las palabras golpearon a Olivia de lleno, pero ella intentó mantenerse firme.

— Eres una serpiente... —dijo, respirando hondo—. Y la zorra eres tú, que te acostabas con un hombre comprometido.

—Claro —respondió Camila, fría—. Mientras tú negabas el fuego y abrías las piernas a un desconocido, Peter gemía mi nombre con placer cuando yo cabalgaba sobre él. —Su voz rezumaba veneno.

A Olivia se le llenaron los ojos de lágrimas. Un nudo en la garganta amenazaba con asfixiarla.

—Y pensar que te quería como a una hermana... —dijo, con la voz cargada de decepción—. Os merecéis el uno al otro.

— Sabes... tengo curiosidad por ver cuál será la reacción de tu padre cuando descubra toda la verdad —dijo Camila, levantando la barbilla, victoriosa—. Un señor conservador como él... ¿podrá soportarlo su corazón?

Olivia sintió que las piernas le fallaban, que el suelo giraba bajo sus pies. Luchaba por mantenerse en pie, a punto de derrumbarse delante de todos.

Fue entonces cuando sintió una mano firme en su cintura. El contacto era seguro, cálido, como un ancla. Se giró y se encontró con los ojos verdes de Liam.

Él la atrajo hacia sí con naturalidad, inclinó la cabeza y le dio un suave beso en los labios, delante de todos.

—Perdona por llegar tarde, cariño —dijo en voz alta, para que todos lo oyeran.

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