Rous: La Mujer que Cambio el Tiempo

Rous: La Mujer que Cambio el TiempoES

Romance
Última atualização: 2025-10-03
Scarlet Infinity  Atualizado agora
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Índice

Rous, la mujer marcada por la miseria, despierta en la piel de su yo del pasado. Una vida de lujos, promesas cumplidas y al lado de Caleb, como el hombre que siempre soñó como esposo. Fascinada por ese destino que no le pertenece, se aferra a él con codicia y manipulación, sin sospechar que ese amor perfecto guarda secretos que su yo anterior jamás llegó a descubrir. con ambición ella desvela esas verdades, el tiempo comienza a quebrarse: Caleb del futuro empieza a transformarse, construyendo la vida que en el pasado parecía imposible. Rous la mujer del pasado, ahora atrapada en un futuro humilde. Decidida a recuperar lo que considera suyo, luchará, aunque deba enfrentarse a su otro yo, aunque deba arriesgarlo todo... incluso al hombre que ambas aman. Dos mujeres. Un solo destino dividido. Un amor que no pertenece a ninguna. Secretos capaces de romper el tiempo... ¿Quién es la verdadera dueña de esa vida? ¿Hasta dónde puede llegar el poder de la ambición? ¿Y qué precio tendrá la verdad cuando el amor sea lo primero en desgarrarse?

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Capítulo 1

Rous: Dos mundos

La voz de Rous se quebraba entre reproches y gritos. —¡No puedo seguir viviendo así, Caleb! —escupió con rabia, sus manos temblando mientras señalaba las paredes descascaradas de aquel departamento que albergaba promesas y sueños aun sin cumplir—. Promesas, solo promesas vacías. ¿Hasta cuándo? —gritó con desilusión y reproche.

Caleb, con los ojos cansados y la desesperación marcada en el rostro, dio un paso hacia ella, buscando aferrarse a algo que ya parecía desmoronarse. Que parecía no tener más tiempo para cumplir sus deseos. —Rous, por favor… dame tiempo. Estoy haciendo todo lo posible. Te juro que esta situación va a cambiar, lo vamos a lograr. Solo confía en mí una vez más.

Caleb amaba perdidamente a Rous, no imaginaba su vida sin Rous a su lado.

Ella lo miró con frialdad, como si la llama que alguna vez la sostuvo hubiera muerto. Una risa amarga escapó de sus labios. —¿Tiempo? ¿Confiar? Caleb, el tiempo no paga las cuentas, ni compra vestidos, ¡de amor no se vive! Tú no entiendes… yo no nací para la miseria. En verdad me trague todas tus promesas vacías.

El silencio se hizo pesado. Caleb intentó acercarse, pero ella tomó su bolso con brusquedad y caminó hacia la puerta sin voltear vociferó sin sentimiento. —¿Si no puedes darme la vida que merezco? ¡Alguien más lo hará!

Cerró la puerta bruscamente, el sonido resonó como una sentencia final. Caleb quedó hundido en la penumbra del departamento, desplomándose de rodillas con los ojos húmedos y las manos vacías.

Mientras tanto, en las calles iluminadas por luces de neón, Rous avanzaba con paso firme, tratando de borrar de su piel las palabras y la mirada de su esposo. Su corazón latía con una mezcla de ira y deseo.

A lo lejos, un auto negro la esperaba. Por dentro, el rostro de su amante se dibujaba con una sonrisa segura, ofreciéndole exactamente lo que Caleb no podía: escape, lujos, olvido.

Rous se deslizó dentro del coche sin mirar atrás. Sabiendo que Caleb era incapaz en dudar de ella y con toda seguridad sabia que Caleb la esperaría sin importar la hora o el día.

El auto se detuvo frente a ella con un rugido discreto. El vidrio polarizado descendió apenas lo suficiente para dejar ver unos ojos oscuros, cargados de deseo y complicidad. —Sube, preciosa —se escuchó con voz grave.

Rous abrió la puerta y se deslizó en el asiento de cuero, dejando que la fragancia a tabaco costoso y whisky la envolviera. El contraste era brutal: hacía unos minutos estaba atrapada en el hedor rancio de un departamento miserable, ahora se encontraba en un mundo que olía a poder.

El hombre ¡su amante! La recorrió con la mirada de deseo, notando el brillo de ira en sus ojos. —Vuelves con esa cara… ¿otra vez problemas con tu esposo?

Rous soltó una carcajada amarga, apoyando las uñas pintadas en su muslo y dejando que el silencio hiciera el resto. Giró hacia él con una sonrisa envenenada. —Caleb es un fracaso —escupió con desdén—. Promesas, ilusiones baratas, sueños de un idiota que nunca llegarán. ¿Crees que voy a seguir hundida con él? No, amor… yo merezco más.

El amante la miró con cierta cautela, pero Rous se inclinó hacia él, rozándole la mandíbula con los labios antes de susurrar: —Tú puedes dármelo.

Él arqueó una ceja, intrigado. —¿Qué es lo que quieres exactamente, Rous?

Ella entrelazó sus dedos con los de él, presionando apenas, como quien juega a tensar una cuerda. Su voz se volvió dulce, venenosa, seductora. —Necesito dinero… mucho dinero. No para sobrevivir, eso es para mujeres débiles. Lo quiero para tener poder, para ser intocable, para que todos me miren como merezco. ¿Y tú? —lo miró fijamente a los ojos— ¿Puedes hacer que eso ocurra?

El amante sonrió, incrédulo. —Sabes bien que mi ayuda nunca es gratis.

Rous sonrió con malicia, recostándose en el asiento. —¿Gratis? Nada en la vida es gratis, cariño. Yo te doy lo que nunca le doy a Caleb, tú me das lo que necesito. Ambos ganamos.

Hubo un silencio denso en el coche, roto solo por el zumbido del motor. El hombre la observó, como si tratara de medir hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Rous, en cambio, no apartó la mirada: sabía que lo tenía atrapado, que sus palabras eran dagas dulces, imposibles de resistir.

—Dime, amor —susurró ella, rozando con sus labios su oreja—, ¿vas a dejar que yo siga viviendo como una pobre, o me vas a demostrar que eres el hombre que puede sacarme de esa miseria?

El auto arrancó, perdiéndose entre las luces desgastadas de aquel vecindario para posteriormente llegar al estacionamiento privado de un hotel elegante, discreto.

El amante salió primero, rodeando el coche para abrirle la puerta con un gesto galante que contrastaba con la voracidad de su mirada. —Ven —dijo él con una sonrisa cargada de promesas—. Esta noche olvidarás todo lo que te atormenta.

Rous sonrió con esa mezcla de frialdad y fuego que la hacía irresistible. Caminó a su lado, sabiendo que cada paso la alejaba más de Caleb y de la vida miserable que tanto despreciaba.

La suite presidencial los recibió con el perfume de rosas frescas y el suave tintinear del champán que ya los aguardaba. Rous dejó caer su abrigo, revelando el vestido ajustado que parecía hecho para la ocasión.

El amante la tomó de la cintura con fuerza, acercándola con una impaciencia apenas contenida. —Eres un veneno del que no quiero escapar —murmuró contra su cuello— Bellezas como tu solo he encontrado en el VIP del centro de la ciudad.

Ella sonrió, complacida, mientras lo guiaba hacia la cama con un gesto calculado. Pero justo cuando los labios de él rozaron los suyos, un dolor agudo le atravesó el pecho. Rous se llevó la mano al corazón, tambaleándose. —¿Qué… qué demonios…? —jadeó.

El amante la sujetó alarmado, pero ella lo apartó con brusquedad, tratando de recuperar el aire. El dolor volvió, más fuerte, como si alguien en otro lugar apretara su alma con puños invisibles.

En ese mismo instante, en otra vida, en otra época, en el pasado. Rous se dirigía a su habitación. El cansancio la abrumaba tras un día de labores humildes. Apenas se dejó caer sobre la cama, un dolor idéntico la sacudió. Se llevó las manos al pecho, confundida, sus ojos abiertos de par en par en la penumbra.

—¿Qué… me está pasando? —susurró con voz quebrada.

Las punzadas crecían en ambas, como un eco, como si dos corazones divididos intentaran latir al mismo compás.

De vuelta al futuro. En el hotel, el amante insistía: —¿Quieres que llame a un médico?

Rous lo detuvo con un gesto helado, recuperando el control a fuerza de voluntad. Su respiración era agitada, pero sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y furia. —No… no llames a nadie. Esto no me va a detener.

Lo atrajo hacia ella, obligándose a recuperar la seducción, como si negarse a ceder al dolor fuera parte de su guerra contra el destino. Pero dentro de sí sabía que algo imposible, algo que no podía explicar, la estaba desgarrando.

En la otra vida, en el tiempo pasado, en ese otro universo que desgarró las líneas del tiempo. Rous del pasado, aun temblando en su cama, se abrazaba el pecho, incapaz de comprender por qué sentía un dolor tan ajeno, tan… compartido.

El destino estaba por abrir la brecha y poner de cara a Rous, para que enfrentara su pasado y su presente. Mientras tanto Caleb observaba desde la ventana de su pequeño y humilde departamento, como acababa la noche y Rous aun no regresaba a lo que era su hogar. —¡Aun si el mundo desapareciera! Te seguiré esperando Rous. ¡Mi adorable Rous!

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