Mundo ficciónIniciar sesiónRous, la mujer marcada por la miseria, despierta en la piel de su yo del pasado. Una vida de lujos, promesas cumplidas y al lado de Caleb, como el hombre que siempre soñó como esposo. Fascinada por ese destino que no le pertenece, se aferra a él con codicia y manipulación, sin sospechar que ese amor perfecto guarda secretos que su yo anterior jamás llegó a descubrir. con ambición ella desvela esas verdades, el tiempo comienza a quebrarse: Caleb del futuro empieza a transformarse, construyendo la vida que en el pasado parecía imposible. Rous la mujer del pasado, ahora atrapada en un futuro humilde. Decidida a recuperar lo que considera suyo, luchará, aunque deba enfrentarse a su otro yo, aunque deba arriesgarlo todo... incluso al hombre que ambas aman. Dos mujeres. Un solo destino dividido. Un amor que no pertenece a ninguna. Secretos capaces de romper el tiempo... ¿Quién es la verdadera dueña de esa vida? ¿Hasta dónde puede llegar el poder de la ambición? ¿Y qué precio tendrá la verdad cuando el amor sea lo primero en desgarrarse?
Leer másLa voz de Rous se quebraba entre reproches y gritos. —¡No puedo seguir viviendo así, Caleb! —escupió con rabia, sus manos temblando mientras señalaba las paredes descascaradas de aquel departamento que albergaba promesas y sueños aun sin cumplir—. Promesas, solo promesas vacías. ¿Hasta cuándo? —gritó con desilusión y reproche.
Caleb, con los ojos cansados y la desesperación marcada en el rostro, dio un paso hacia ella, buscando aferrarse a algo que ya parecía desmoronarse. Que parecía no tener más tiempo para cumplir sus deseos. —Rous, por favor… dame tiempo. Estoy haciendo todo lo posible. Te juro que esta situación va a cambiar, lo vamos a lograr. Solo confía en mí una vez más.
Caleb amaba perdidamente a Rous, no imaginaba su vida sin Rous a su lado.
Ella lo miró con frialdad, como si la llama que alguna vez la sostuvo hubiera muerto. Una risa amarga escapó de sus labios. —¿Tiempo? ¿Confiar? Caleb, el tiempo no paga las cuentas, ni compra vestidos, ¡de amor no se vive! Tú no entiendes… yo no nací para la miseria. En verdad me trague todas tus promesas vacías.
El silencio se hizo pesado. Caleb intentó acercarse, pero ella tomó su bolso con brusquedad y caminó hacia la puerta sin voltear vociferó sin sentimiento. —¿Si no puedes darme la vida que merezco? ¡Alguien más lo hará!
Cerró la puerta bruscamente, el sonido resonó como una sentencia final. Caleb quedó hundido en la penumbra del departamento, desplomándose de rodillas con los ojos húmedos y las manos vacías.
Mientras tanto, en las calles iluminadas por luces de neón, Rous avanzaba con paso firme, tratando de borrar de su piel las palabras y la mirada de su esposo. Su corazón latía con una mezcla de ira y deseo.
A lo lejos, un auto negro la esperaba. Por dentro, el rostro de su amante se dibujaba con una sonrisa segura, ofreciéndole exactamente lo que Caleb no podía: escape, lujos, olvido.
Rous se deslizó dentro del coche sin mirar atrás. Sabiendo que Caleb era incapaz en dudar de ella y con toda seguridad sabia que Caleb la esperaría sin importar la hora o el día.
El auto se detuvo frente a ella con un rugido discreto. El vidrio polarizado descendió apenas lo suficiente para dejar ver unos ojos oscuros, cargados de deseo y complicidad. —Sube, preciosa —se escuchó con voz grave.
Rous abrió la puerta y se deslizó en el asiento de cuero, dejando que la fragancia a tabaco costoso y whisky la envolviera. El contraste era brutal: hacía unos minutos estaba atrapada en el hedor rancio de un departamento miserable, ahora se encontraba en un mundo que olía a poder.
El hombre ¡su amante! La recorrió con la mirada de deseo, notando el brillo de ira en sus ojos. —Vuelves con esa cara… ¿otra vez problemas con tu esposo?
Rous soltó una carcajada amarga, apoyando las uñas pintadas en su muslo y dejando que el silencio hiciera el resto. Giró hacia él con una sonrisa envenenada. —Caleb es un fracaso —escupió con desdén—. Promesas, ilusiones baratas, sueños de un idiota que nunca llegarán. ¿Crees que voy a seguir hundida con él? No, amor… yo merezco más.
El amante la miró con cierta cautela, pero Rous se inclinó hacia él, rozándole la mandíbula con los labios antes de susurrar: —Tú puedes dármelo.
Él arqueó una ceja, intrigado. —¿Qué es lo que quieres exactamente, Rous?
Ella entrelazó sus dedos con los de él, presionando apenas, como quien juega a tensar una cuerda. Su voz se volvió dulce, venenosa, seductora. —Necesito dinero… mucho dinero. No para sobrevivir, eso es para mujeres débiles. Lo quiero para tener poder, para ser intocable, para que todos me miren como merezco. ¿Y tú? —lo miró fijamente a los ojos— ¿Puedes hacer que eso ocurra?
El amante sonrió, incrédulo. —Sabes bien que mi ayuda nunca es gratis.
Rous sonrió con malicia, recostándose en el asiento. —¿Gratis? Nada en la vida es gratis, cariño. Yo te doy lo que nunca le doy a Caleb, tú me das lo que necesito. Ambos ganamos.
Hubo un silencio denso en el coche, roto solo por el zumbido del motor. El hombre la observó, como si tratara de medir hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Rous, en cambio, no apartó la mirada: sabía que lo tenía atrapado, que sus palabras eran dagas dulces, imposibles de resistir.
—Dime, amor —susurró ella, rozando con sus labios su oreja—, ¿vas a dejar que yo siga viviendo como una pobre, o me vas a demostrar que eres el hombre que puede sacarme de esa miseria?
El auto arrancó, perdiéndose entre las luces desgastadas de aquel vecindario para posteriormente llegar al estacionamiento privado de un hotel elegante, discreto.
El amante salió primero, rodeando el coche para abrirle la puerta con un gesto galante que contrastaba con la voracidad de su mirada. —Ven —dijo él con una sonrisa cargada de promesas—. Esta noche olvidarás todo lo que te atormenta.
Rous sonrió con esa mezcla de frialdad y fuego que la hacía irresistible. Caminó a su lado, sabiendo que cada paso la alejaba más de Caleb y de la vida miserable que tanto despreciaba.
La suite presidencial los recibió con el perfume de rosas frescas y el suave tintinear del champán que ya los aguardaba. Rous dejó caer su abrigo, revelando el vestido ajustado que parecía hecho para la ocasión.
El amante la tomó de la cintura con fuerza, acercándola con una impaciencia apenas contenida. —Eres un veneno del que no quiero escapar —murmuró contra su cuello— Bellezas como tu solo he encontrado en el VIP del centro de la ciudad.
Ella sonrió, complacida, mientras lo guiaba hacia la cama con un gesto calculado. Pero justo cuando los labios de él rozaron los suyos, un dolor agudo le atravesó el pecho. Rous se llevó la mano al corazón, tambaleándose. —¿Qué… qué demonios…? —jadeó.
El amante la sujetó alarmado, pero ella lo apartó con brusquedad, tratando de recuperar el aire. El dolor volvió, más fuerte, como si alguien en otro lugar apretara su alma con puños invisibles.
En ese mismo instante, en otra vida, en otra época, en el pasado. Rous se dirigía a su habitación. El cansancio la abrumaba tras un día de labores humildes. Apenas se dejó caer sobre la cama, un dolor idéntico la sacudió. Se llevó las manos al pecho, confundida, sus ojos abiertos de par en par en la penumbra.
—¿Qué… me está pasando? —susurró con voz quebrada.
Las punzadas crecían en ambas, como un eco, como si dos corazones divididos intentaran latir al mismo compás.
De vuelta al futuro. En el hotel, el amante insistía: —¿Quieres que llame a un médico?
Rous lo detuvo con un gesto helado, recuperando el control a fuerza de voluntad. Su respiración era agitada, pero sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y furia. —No… no llames a nadie. Esto no me va a detener.
Lo atrajo hacia ella, obligándose a recuperar la seducción, como si negarse a ceder al dolor fuera parte de su guerra contra el destino. Pero dentro de sí sabía que algo imposible, algo que no podía explicar, la estaba desgarrando.
En la otra vida, en el tiempo pasado, en ese otro universo que desgarró las líneas del tiempo. Rous del pasado, aun temblando en su cama, se abrazaba el pecho, incapaz de comprender por qué sentía un dolor tan ajeno, tan… compartido.
El destino estaba por abrir la brecha y poner de cara a Rous, para que enfrentara su pasado y su presente. Mientras tanto Caleb observaba desde la ventana de su pequeño y humilde departamento, como acababa la noche y Rous aun no regresaba a lo que era su hogar. —¡Aun si el mundo desapareciera! Te seguiré esperando Rous. ¡Mi adorable Rous!
Nuevos pasos por descubrir, confrontaciones, pasiones y sentencias que el destino debía dar a este juego descarriado por la codicia, avaricia y deseo por el poder que parecía un eco en un abismo que nadie se pertenecía a sí mismo.Caleb tomó posición de su nuevo empleado un solo objetivo: Que la empresa generara el doble de ganancias en apenas seis meses. Era un objetivo complicado en un panorama donde el amor de una mujer era mas valioso que el mismo poder y dinero en una ciudad que no mostraba piedad para aquellos que se atrevieran a vivir en sus calles de cemento refinado y sus muros de cristal.—¡Tu puedes lograrlo! —exclamó Rous luego de tomar asiento en la oficina junto a Caleb.—Es una tarea difícil, Rous. Pero no puedo darme el lujo de perderte. ¡Perderte por un egocéntrico como Milán! —fue la respuesta de un Caleb que sentía miedo e incertidumbre.Rous aún no se sentía del todo cómoda estando al lado de Caleb, aunque era el mismo físico, no era el cuerpo que había amado y al
El momento quebrantó las leyes de la física, el espacio y el universo. Las dos Rous se encontraban en el mismo espacio, pero solo la del pasado estaba consciente del suceso que era palpable y hasta parecía que podría quedarse en su pasado nuevamente, en un pasado que fue usurpado por su yo del futuro y que estaba cambiando el destino sin ser consciente de ello.El escalofrío recorrió el cuerpo de Rous del futuro que dormía profundamente, sintió la mano que la toco por un breve instante y el susurró a su espalda. Toda una escena de cripta, fantasmas o demonios acechando en la oscuridad.Pero no fue todo lo que alcanzó a observar, su mirada se centro de otro lado del cuerpo de Rous del futuro. ¡Su esposo! Caleb se encontraba de frente, abrazando ese cuerpo extraño, ese cuerpo que había usurpado su espacio, su tiempo. ¡Su habitación!—¡No me extraña de ti! —susurró con la mirada enardecida, pero aún no salía de la duda. ¿Quién era la mujer envuelta entre las sábanas y que escondía el ros
Por primera vez, Rous estaba entre los brazos de otro hombre. De un hombre que anhelaba el bienestar de la mujer que cargaba con el peso de la traición y la avaricia de su esposo, pero el hombre que comenzó a amar su cuerpo, a invadir cada célula de su piel excitada. Ese hombre también utilizo su nombre para su conveniencia.Milán en el fondo sentía culpa, remordimiento, un deseo repentino por apartarse e intentar olvidar que comenzaba a rozar su piel con la esposa de su amigo y socio. Por lo que se detuvo de repente y bajando la mirada murmuró tapándose el rostro con su mano. —¡Lo siento, Rous! Esto no esta bien y lo sabía desde el principio.Ella lo miró delicadamente, sintió la culpa en sus palabras. Sintió el arrepentimiento por traicionar a su amigo, entonces ella respondió tomándolo de las manos y sin desviar la mirada de su rostro visiblemente acongojado. —¡No tienes porque cargar con la culpa! —ella sonrió ligeramente al viento—. Soy yo la que lo deseo y la que debe asumir las
La mansión había perdido su alma esa noche. Convirtiéndose en la mansión del pecado y la traición entre cuerpos que ambicionaban poder, libertad y sin saberlo estaban vendiendo sus almas al Dios de la lujuria.Las paredes, acostumbradas al eco de la voz de Rous, fueron testigos de un murmullo distinto: el roce del deseo y la traición. Caleb entró con Perla tomada del brazo, la risa de ella quebrando el silencio como un cristal que se hace trizas.Su perfume era la mezcla de jazmín y pecado que se extendió por el aire, profanando cada rincón que alguna vez perteneció a la esposa de Caleb.Las sirvientas se miraron entre sí, temerosas de respirar demasiado fuerte. —La patrona no está —susurró una, con la mirada fija en el suelo. —Y él ya trajo a su nueva reina —respondió otra, con una muesca amarga.Caleb no necesitó cerrar puertas; el sonido de los cuerpos cayendo sobre el sofá bastó para hacerlas innecesarias. La piel de Perla brillaba bajo la penumbra, y sus risas se mezclaban con el
Aquello se había convertido en una promesa, en un juego con deseo en su pensamiento. Milán había cruzado esa línea delgada de la confianza por el amor de una mujer, aunque no era una mujer cualquiera: Era Rous la esposa del emperador.Los días y los meses continuaron su ritmo, Milán llegaba en más de cuatro ocasiones por semana a recoger a Rous. Ella siempre lo esperaba con una sonrisa amable, muy propia de ella. Pero las murmuraciones en la mansión se confundían con el deseo que la familia se desintegrara y otras que solo se trataba de una amistad forjada a base de confianza entre los tres.Mientras Caleb hacia crecer su imperio, Milán intentaba acercase un paso a la vez con detalles que impresionaran a Rous, pero que no hicieran dudar a Caleb.Cierta mañana Rous estaba esperando que apareciera Milán luego que ella le hiciera saber a Caleb que deseaba salir de la ciudad, pero Caleb aun no daba su consentimiento, hasta que: —¿Dónde te encuentras? —llamo Caleb preguntando con esa voz d
El sonido de las tazas, el murmullo de la tarde y el fuerte aroma del café recién molido se mezclaban en un cuadro perfecto, casi demasiado sereno para lo que ambos llevaban dentro.Rous eligió una mesa junto a la ventana, donde la luz gris se deslizaba en líneas sobre su rostro, y Milán la siguió, todavía incrédulo de lo que estaba ocurriendo.Ella sonrió tras observarlo dudar. —¡No muerdo, Milán! —dijo, acomodándose el cabello detrás de la oreja—. Solo pensé que sería incómodo tomar café sola mientras tú esperas por ahí en esta tarde lluviosa.—¡Lo incómodo! —respondió él, sentándose frente a ella—, Sería fingir que esto no está pasando. Mi deber es solo llevarla a donde usted lo indique y luego continuar con mi trabajo habitual.Hubo un silencio. Uno de esos que no incomodan, sino que pesan. Milán la observó en silencio, con esa mezcla de deseo y ternura que solo un amor imposible puede provocar. El temblor en sus manos era casi imperceptible, pero su mirada… su mirada gritaba lo q





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