De vuelta al futuro…
Cuando el último rayo del atardecer se coló por la ventana agrietada, Rous se recostó contra la pared, exhausta, pero con la mente encendida. Aquel lugar, aunque pequeño y deteriorado, comenzaba a sentirse menos ajeno… pero no por ello menos inquietante. Su respiración aún era agitada cuando giró hacia Caleb, que guardaba silencio mientras enjuagaba los últimos trapos en el fregadero.
—Caleb… —su voz tembló apenas, como si temiera la respuesta—. ¿En qué año nos encontramos?
Él levantó la mirada, extrañado, y soltó una pequeña sonrisa nerviosa e inquietante por aquella pregunta. —¿Cómo que en qué año? —respondió con suavidad, pensando que quizá era una broma.
Rous bajo la mirada, arrepentida de haber preguntado. —¡Entiendo! —susurró entre dientes.
Caleb con su rostro serio, casi pálido, lo hizo reaccionar. Se secó las manos en la camisa y se acercó. —Estamos en el año dos mil cincuenta y ocho —dijo finalmente—. Veinticuatro de febrero, para ser exactos.
Las palabras se clavaron en la mente de Rous como cuchillos fríos. ¡Dos mil cincuenta y ocho! Aquella cifra resonó en su interior como un eco interminable. Todo a su alrededor parecía demasiado real para ser un sueño. El olor del jabón barato, las cortinas raídas, el crujido del suelo bajo sus pies descalzos… nada tenía la textura etérea de una pesadilla. Era tangible, áspero, implacable.
Sus manos comenzaron a temblar. El corazón le golpeaba con violencia, como si buscara escapar de su pecho. —¿Y si esto es para siempre?, pensó, sintiendo cómo un nudo de angustia se apretaba más y más en su garganta.
Caleb notó el cambio en su semblante y dio un paso hacia ella. —Rous… —dijo con cautela—, ¿te encuentras bien?
Ella retrocedió un poco, apretando los brazos contra su cuerpo. No sabía qué responder. Parte de ella quería gritar que no pertenecía a ese tiempo, que debía regresar… pero otra parte, la más temerosa, empezaba a aceptar la posibilidad de que ese lugar ¡ese futuro! Se convirtiera en su nueva prisión.
Miró por la ventana: las luces de la ciudad futurista parpadeaban a lo lejos, como si se burlaran de su desconcierto. Todo era distinto, pero el cielo seguía ahí, imperturbable.
—¿Será aquí donde termine mi historia? —se preguntó, con la angustia pegada al alma. Con el grito ahogado en su interior.
Caleb la observaba sin entender, con el ceño fruncido y el corazón encogido. No sabía qué le pasaba a la mujer que amaba, pero presentía que algo profundo se estaba gestando en ella. Algo que iba mucho más allá de simples problemas económicos.
La noche cayó sobre la ciudad como un manto pesado. El departamento olía a jabón húmedo y a café barato. Rous y Caleb estaban sentados frente a frente en la pequeña mesa de la cocina, iluminados solo por la luz tenue de una bombilla colgante que parpadeaba como si compartiera sus nervios.
Caleb, bebía de una taza desconchada. Sus ojos oscuros, llenos de ternura y cansancio, no se apartaban de ella. Rous, por su parte, lo observaba como quien examina una obra de arte que alguna vez conoció, pero ahora parecía distinta.
—Caleb… —comenzó ella con voz suave, midiendo cada palabra—, ¿a qué te dedicas exactamente?
Él arqueó una ceja, sorprendido por la pregunta.
—¿Mi trabajo? —sonrió con nerviosismo—. Bueno… depende del día. —Se encogió de hombros—. A veces ayudo en obras, en otras ocasiones reparo cosas, limpio talleres… lo que salga. No es mucho, pero al menos mantiene la comida en la mesa. Aunque se positivamente que no es lo que en verdad mereces y desearías.
Rous asintió lentamente, intentando procesar cada palabra. —¿Y… siempre ha sido así? —preguntó, inclinándose un poco hacia él—. ¿Por qué siempre hemos… vivido de esta forma? ¿No habrá manera de mejorar?
Caleb la miró confundido, apoyando la taza en la mesa. —Sé que ha sido muy difícil para ti. Desde el principio fue difícil… bueno, aún lo es. Pero recuerdo a cada instante que tú eres mi motivación más grande. —Sonrió débilmente—. Lo único que quiero es darte lo mejor, aunque a veces no lo logre de esa manera.
Sus palabras la atravesaron como un susurro de otra vida. En su pasado —o más bien, en su verdadero tiempo— Caleb era un hombre poderoso, corrupto, con negocios oscuros y amantes ocultas. Pero este Caleb… era distinto. Humano. Sincero. Y eso la desarmaba.
—¿Y por qué…? —titubeó, bajando la mirada—. ¿Por qué has vivido así por años? ¿No has pensado en buscar… algo más?
Caleb sonrió suavemente, sin amargura, pero avergonzado. —Claro que lo he pensado. Pero no es tan fácil. Allá afuera, todo es competencia, contactos, dinero… cosas que no tengo. —Se rascó la nuca con torpeza—. Pero cada día me levanto temprano, y salgo a buscar. Porque tú lo vales. Porque mereces más que estas paredes húmedas. —La miró a los ojos, con una intensidad que la hizo estremecerse—. Eres mi motor, Rous. Lo único que no me deja rendirme.
Ella sintió un nudo en la garganta. Aquel hombre la miraba como si fuera lo más sagrado en su mundo.
Respiró hondo, y con voz temblorosa, lanzó la pregunta que rondaba su mente desde que despertó: —Caleb… ¿recuerdas el día en que nos conocimos?
Él parpadeó, sorprendido por el giro de la conversación. —¿Que si lo recuerdo? —sonrió bajito—. Claro que sí. ¿Cómo podría olvidarlo?
Se inclinó hacia ella y tomó sus manos entre las suyas, con calidez. —Fue hace ocho años, en el colegio superior. Tú eras la chica que siempre se sentaba al fondo, fingiendo que no le interesaba nada… pero cuando leías en voz alta, todos nos quedábamos en silencio. Hasta los profesores. —Sus mejillas se tornaron rojas—. Me tomó semanas reunir el valor para hablarte.
Rous lo escuchaba con el corazón acelerado. Nada de lo que decía coincidía con su historia. Ella y Caleb se habían conocido siendo adultos, en un entorno social completamente diferente… ¿o era esta otra línea de tiempo? ¿Otra vida?
Caleb, notando su silencio, entrecerró los ojos con curiosidad. —Rous… estás rara —dijo con una sonrisa tímida—. No lo recuerdas, ¿verdad? ¿O estás… poniéndome a prueba?
Ella quiso responder, pero su garganta se cerró. Tras un momento de silencio y las manos cálidas de Caleb sobre las de ella, la hizo preguntar con los ojos llenos de lágrimas. —Si recuerdas eso, entonces. ¿Recuerdas nuestra boda?
Caleb continuó con la intriga, pero pensó antes de responder: “De eso se trata todo esto entonces” —¿Nuestra boda…? bueno, boda no hubo. —Bajó la mirada, apenado—. No estamos casados. Aún. Pero… siempre he soñado con ese día. He estado ahorrando, aunque… —sonrió nerviosamente—, ya sabes cómo van las cosas. Sabes que esos ahorros se han utilizado en tus arreglos personales.
El mundo de Rous se tambaleó por dentro. —¿No… estamos casados? —susurró, incrédula.
Caleb negó con la cabeza, apretando con más fuerza sus manos. —No todavía. Pero… algún día. Lo prometí el día en que te dije que eras el amor de mi vida. —Sus ojos brillaban con sinceridad—. Y aunque no pueda darte joyas ni fiestas lujosas… te daré mi lealtad y mi esfuerzo. Eso, ¡te lo juro!
Ella lo miró en silencio, atrapada entre dos realidades irreconciliables: la mujer que fue… y la que, tal vez, estaba destinada a ser.
Rous bajó la mirada, incómoda. Era Caleb… sí, sus ojos, su voz, su calor estaban ahí. Pero su esencia era distinta. Aunque compartía su cuerpo y su nombre, ¡no era su esposo! No el hombre que ella conocía, ni el que la había llevado a ese torbellino de ambición y engaños.
Caleb, ajeno a su tormenta interna, se inclinó lentamente hacia ella. Sus manos buscaron las suyas con ternura, y su rostro se acercó, intentando sellar la cercanía con un beso suave.
Pero el instinto de Rous fue más rápido que sus pensamientos: se apartó de golpe, retiró sus manos de entre las de él y desvió el rostro con un gesto nervioso.
El silencio cayó como un muro. Caleb retrocedió, dolido, con los labios temblorosos y la mirada humedecida. —Perdóname —susurró, bajando la cabeza—. No volveré a intentarlo… no hasta que cumpla mi promesa.
Rous lo observó, confundida. —¿Promesa? ¿Qué promesa? ¿Y por qué actúa como si entre ellos no existiera intimidad alguna, es como si aquella otra mujer… la verdadera de este mundo… nunca hubiese cruzado esa línea? —se preguntó y pensó con suma extrañeza.
La pregunta quedó suspendida en el aire, como una sombra que empezaba a crecer en el corazón de Rous.