Caleb la observó unos segundos en silencio. Sus ojos, cansados por años de lucha, se llenaron de una tristeza profunda que parecía venir de lo más hondo de su alma.
Negó lentamente con la cabeza.
—No… —dijo con voz baja, áspera—. Eso… solo sucederá cuando me lo gane. No mereces dormir al lado de un perdedor e inútil como yo, tu solo mereces la elegancia y dormir con comodidad. ¡Sin que te estorbe mi desgracia!
Rous frunció el ceño, incrédula. —¿Ganártelo? Caleb, no tienes que… —intentó acercarse, pero él retrocedió medio paso.
—Sí, Rous. —La interrumpió con firmeza, aunque su mirada se quebraba por dentro. Pero esa mirada lo delataba. —Lo prometí. Y hasta que pueda darte la vida que mereces, no compartiré esa habitación. —Forzó una sonrisa triste—. Ya lo hicimos así antes… ¿recuerdas?
Rous abrió la boca para insistir, pero la negativa era clara. Lo vio dar media vuelta con los hombros vencidos, arrastrando los pies hacia aquella pequeña división de la vivienda, oculta tras una cortina