Dormida ante el Monstruo

El olor a humedad y polvo la recibió como un recordatorio cruel de que nada había cambiado. Rous abrió lentamente los ojos, parpadeando contra la luz tenue que se filtraba por la ventana agrietada. Su cuerpo pesaba como si hubiera dormido siglos. Afuera, el murmullo de la ciudad era distante, ajeno, como si perteneciera a otra existencia.

Dos días habían pasado desde que se desmayó en los brazos de Caleb del futuro, y aunque su mente había esperado despertar en la cama de sábanas de seda, rodeada de lujo y certezas, la realidad la golpeó con una bofetada invisible.

—No… —susurró con un nudo en la garganta, sentándose lentamente—. No puede ser real…

Se levantó tambaleante, caminando descalza por el piso frío hasta llegar al espejo del pequeño apartamento. El cristal quebrado, le devolvió su propio reflejo: la misma Rous… pero en un mundo que no era el suyo.

Apoyó ambas manos contra la pared, temblorosa. Esperaba recibir una respuesta o volver a ver su vida pasada y encontrar una respuesta, esta vez favorable que le diera una verdadera esperanza. —Muéstrame… —murmuró, casi rogando—. Muéstrame dónde estás…

Le hablo al espejo quebrado y manchado, como si el espejo fuera el culpable o en el estuvieran las respuestas o la solución que ella necesitaba.

Cerró los ojos y respiró hondo. Cuando los abrió, esperó ver, aunque fuera por un segundo, aquella habitación amplia, las cortinas doradas, la silueta de la otra mujer de espaldas. Pero el espejo permaneció mudo, devolviéndole solo la figura cansada de una mujer atrapada en un destino que no comprendía.

Un sollozo ahogado escapó de sus labios. Se dejó caer lentamente al suelo, con la frente apoyada contra el espejo, como si este pudiera responderle. Pero nada ocurrió. Ninguna punzada. Ningún destello. Solo el silencio.

Después de un largo rato, se incorporó con lentitud. Miró a su alrededor: aunque no existía desorden, era abrumador el espacio. Ropa húmeda y otra aun por lavar en una esquina, platos y utensilios sobre una sola mesa, humedad en las paredes. Todo en ese lugar parecía gritarle que ¡no pertenecía allí!… lamentablemente era allí donde ahora existía.

Con un desgarrador grito interior y con la resignación saliendo por sus poros. —¡¿Si esto es una pesadilla?!—dijo en voz baja—. Entonces tengo que aprender a sobrevivir en ella.

Buscó trapos, baldes y jabón. Sus manos, acostumbradas a los perfumes caros y los cristales brillantes, comenzaron a restregar el suelo sucio. Limpiaba con furia, con desesperación, como si al ordenar el departamento pudiera ordenar su propia vida.

Mientras pasaban las horas, el departamento empezó a recuperar una dignidad olvidada. Las ventanas se abrieron dejando entrar aire fresco; las superficies volvieron a brillar tímidamente. Y en el fondo de su corazón, algo cambió: ¡una chispa de aceptación! Mezclada con una determinación nueva, que perfectamente podría confundirse con resignación a su nueva vida o la pesadilla que aun creía estar viviendo de un eterno sueño.

Caleb llegó al departamento agotado, con los hombros caídos por el peso de un día sin frutos. Había pasado horas caminando de oficina en oficina, recogiendo miradas de rechazo y promesas vacías. Al abrir la puerta, se preparaba para encontrar la misma penumbra triste de siempre… pero lo que vio lo dejó sin aliento.

Rous, con el cabello suelto y las mangas remangadas, estaba arrodillada en el suelo, restregando con fuerza una vieja baldosa hasta que brilló como si fuera nueva. La luz del atardecer entraba por la ventana recién abierta, tiñendo la escena de un tono cálido, casi irreal.

Caleb, tras observar la escena. ¡sintió una inmediata culpa! —¿Qué… qué estás haciendo? —preguntó con la voz entrecortada, dejando caer la bolsa de trabajo al suelo.

Rous levantó la mirada, con el rostro perlado de sudor y una calma extraña en su rostro, pero su mirada dejaba sentir la tristeza y desesperación. —Limpiando. No puedo seguir viviendo entre esta miseria… —respondió con firmeza.

Pero Caleb corrió hacia ella antes de que terminara la frase. Se arrodilló a su lado, tomó los trapos sucios de sus manos y los arrojó al fregadero con torpeza. Luego la sostuvo de las muñecas, como si quisiera protegerlas de todo. —No… no hagas esto, por favor —dijo con la voz quebrada—. No quiero verte arrodillada, no aquí. No tú…

Ella frunció el ceño, sorprendida por su reacción. —Rous… —Caleb tragó saliva, los ojos brillándole—. Perdóname. He sido un imbécil. Salgo antes de que amanezca y vuelvo de noche, buscando trabajos, pidiendo oportunidades, intentando darte algo mejor… aun así, llego a casa y te encuentro haciendo esto. No debería ser así. Yo me encargaré. Te lo juro.

Sus palabras no eran las de un hombre poderoso ni orgulloso. Eran las de alguien que amaba con una mezcla de culpa y devoción.

Rous lo observó en silencio. En su mundo original, Caleb la había defraudado de mil formas. Pero este hombre… este Caleb, aunque pobre, parecía dispuesto a desvivirse por ella. Sintió algo removerse en su interior. No era lástima. Era… ternura.

—Está bien —dijo finalmente, con una media sonrisa cansada—. Pero hoy… déjame al menos terminar lo que empecé.

Caleb la miró como si fuera la primera vez que la veía. No dijo nada más. Se limitó a tomar un balde y ponerse a su lado, limpiando juntos el pequeño departamento, como dos guerreros en un mismo frente.

*Cambio de línea temporal – El pasado*

Rous del futuro no encontraba la misma paz. Desde su llegada a la mansión, algo no encajaba. El lujo era real… pero los negocios parecían insostenibles por cuenta propia. Algo estaba fuera de su alcance en ese instante de duda.

Los días anteriores los había pasado revisando documentos, curioseando en las oficinas privadas de Caleb del pasado. Lo que encontró encendió una alarma en su mente: Las empresas de “exportación e importación” que figuraban en los papeles estaban casi vacías.

No había registros de empleados, ni informes de producción, ni cadenas logísticas reales. Eran cascarones relucientes. Maquillaje casi perfecto. —Esto no tiene sentido… —murmuró, pasando las hojas con dedos temblorosos.

La noche llegaba como relámpago en una vida llena de intrigas en la mansión Dupont. Rous se preparaba para recibir a Caleb en la habitación, vestida sutilmente y provocativa, ella deseaba información que la llevara a descubrir la verdad.

Caleb ingresó a la habitación con desesperación, sabiendo que Rous lo esperaba como cada noche desde que Rous del futuro se encontraba en su mundo.

Las luces doradas apenas iluminaban la habitación, proyectando destellos sobre las paredes cubiertas de terciopelo. Entre las sábanas de seda negra, Caleb rodeo con premura a Rous con sus brazos fuertes, como si temiera que el tiempo pudiera arrebatársela. Sus labios buscaban los de ella con una urgencia contenida, mientras el roce de la seda acariciaba su piel desnuda, intensificando cada estremecimiento.

El calor de sus cuerpos se mezclaba con el perfume del vino que aún quedaba en el aire, convirtiendo la noche en un torbellino de sensaciones. Rous arqueó la espalda, entregándose por completo a su toque, su voz quebrada por un gemido suave que hizo sonreír a Caleb contra su cuello.

El vaivén de la pasión los arrastró una y otra vez, hasta que finalmente quedaron tendidos, exhaustos, respirando entrelazados. El cabello de Rous descansaba desordenado sobre el pecho de él, y sus labios aún temblaban de placer, mientras Caleb, con una mirada satisfecha, pero despiadada, dibujaba círculos perezosos en su cintura.

La habitación aún estaba impregnada del aroma dulce y embriagador de la pasión. Las sábanas revueltas eran el único testigo del frenesí que, minutos antes, había unido sus cuerpos. Caleb respiraba pesadamente a su lado, con el torso desnudo y la piel perlada de sudor, pero su mirada no tenía el mismo sosiego que la de Rous.

Ella, recostada de medio lado, fingía dormir. Había aprendido a observar sin parpadear, como una fiera al acecho. Caleb, creyéndola exhausta y profundamente rendida, se levantó con cautela, tomó su bata de seda y la ajustó sobre su cuerpo con movimientos precisos.

Rous entreabrió los ojos apenas lo suficiente para seguirlo con la mirada. Él salió de la habitación sin hacer ruido, pero ella esperó unos segundos, midiendo el silencio, y luego se incorporó con sigilo. Caminó descalza por el pasillo, dejando que la penumbra cubriera su cuerpo desnudo.

Caleb cruzó hacia la cocina, algo que ya de por sí le pareció inusual. Siempre había alguien que le servía; él jamás pisaba ese lugar en persona. Se movía con un aire casi conspirativo.

Fue entonces cuando Rous lo vio hacer algo que la congeló: empujó uno de los paneles de madera junto al refrigerador y se abrió, apenas perceptible. Entró sin voltear y dejó entreabierta esa puerta que hasta ese momento dejó de ser secreta, confiado en que la casa dormía.

Rous se acercó en silencio y, desde la rendija, lo observó.

El cuarto era una especie de centro de control: en las paredes colgaban varios televisores gigantes que mostraban imágenes en tiempo real. Cámaras de seguridad transmitían desde distintos ángulos… pero no eran de la mansión. Eran ¡bodegas! Se veían camiones ingresando, hombres descargando cajas, movimientos frenéticos en plena noche.

Dinero apilado y cajas de una altura de diez metros contenían la inicial de Rous. En la esquina inferior de una de las pantallas, Rous leyó algo que le hizo tambalear y dudar de su yo que ahora vivía en su futuro. Cargamento: registrado a nombre de Rous.

Sus ojos se abrieron como platos.

Caleb, tomó el teléfono y habló en voz baja pero firme: —Sí… llegó completo. Es el cargamento más grande que hemos recibido hasta ahora. Perfecto. —Hizo una pausa, sonrió con una frialdad escalofriante—. Y lo mejor… es que está todo a nombre de Rous. Nadie sospecha nada. Cuando esto explote, ella será la única manchada. Yo… libre, con todo lo demás.

Rous apretó la mano contra su pecho. Descubrió que todo era un juego en su contra, aunque en verdad era para su otro yo. Se convirtió en una mezcla intensa de rabia contenida y un fuego nuevo: una mente afilada que entendía, por fin, el tablero en el que estaba jugando.

Retrocedió con cuidado, el corazón latiendo a un ritmo salvaje pero el rostro sereno. Volvió a la habitación sin que él lo notara, se deslizó entre las sábanas y cerró los ojos… pero esta vez no para dormir.

En la oscuridad, mientras escuchaba los pasos de Caleb regresar, una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios. —Así que ese es tu juego, Caleb… —susurró para sí, con voz baja y venenosa—. ¡Te enseñaré que juegas con la persona equivocada!

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP