Cruzaron a baja velocidad hacia una zona baja de Coconut Grove, donde los canales se enredaban como venas, y entraron por un paso que sólo conocían ellos. La casa fachada de madera clara, dos plantas, olor a sal y a pintura fresca los recibió como un perro viejo al dueño que vuelve con la ropa rota.
—Adentro —ordenó Alma, apoyándose en el hombro de Valentín y respirando desigual—. Llamen al médico y cierren todo, hay que resguardarnos por hoy.
…
El médico llegó con una mochila de cuero y un pulso que había visto demasiadas noches. Curó a Vini con paciencia de carpintero y a Mateo con urgencia exacta, puntos, vendaje, analgésicos. Luego se arrodilló frente a Alma con ese respeto que le tenía a la vida aun cuando la vida jugaba sucio.
—Los latidos están bien —dijo, posando el estetoscopio con manos firmes sobre el vientre—. Pero esto no puede seguir así —levantó la vista, directo a los ojos de ella—. Es estrés, deshidratación, cansancio. El cuerpo está avisando que no quiere correr a es