El espejo le devolvía una imagen que ya no podía ignorar.
La barriga redonda y tensa sobresalía bajo la tela del vestido oscuro. Alma deslizó la palma sobre su vientre, sintiendo el movimiento leve, casi un codazo desde adentro.
—Ya solo falta un mes y medio, mi pequeño —susurró, con un hilo de ternura entre tanta dureza—. Y podré conocerte.
La sonrisa que se dibujó en sus labios se borró rápido. Sus ojos, fijos en el reflejo, se endurecieron.
—Pero hoy… hoy tengo que hacer algo importante. Algo que nos asegurará el futuro.
Se había colocado un vestido negro sencillo y, sobre él, una gabardina oscura que le llegaba hasta las rodillas. El contraste entre la tela elegante y la tensión en sus gestos la convertía en una figura solemne, casi fúnebre.
Sacó la pistola del cajón, la sostuvo con ambas manos, pesada, metálica.
Abrió el cargador y con paciencia fue colocando una a una las balas, diez destellos de plomo que tintinearon como campanas siniestras. Insertó el cartucho, lo encajó con