Minutos después, su teléfono vibró. Era Enzo. Alma contestó sin detener el paso.
—jefa —dijo él con voz firme—, la discoteca se llama “El Vértigo”. Es uno de los lugares que manejan los Baggio. Hay rumores de que allí se mueve más que alcohol y música.
—Perfecto. Gracias, Enzo.
La respuesta la llevó hasta “El Vértigo”, una discoteca conocida por sus fiestas decadentes y su conexión indirecta con la familia Baggio.
Alma no pidió audiencia, exigió una reunión con Gino Baggio. En su despacho alfombrado, con olor a whisky caro y perfume de poder mal disimulado, Alma narró lo sucedido.
Gino fingió sorpresa.
—No sabía nada. Pero claro… revisaremos las cámaras y los registros. No toleramos esas cosas.
Y en efecto, al cabo de una hora, las imágenes revelaron al culpable, un traficante callejero conocido como “LilTommy”. No era parte oficial de los Baggio, pero operaba en sus terrenos con total libertad.
Alma exigió que se lo entregaran.
—¿Por qué te metes en esto, Alma? —preguntó Gino, ladean