Andreas apareció por la puerta corrediza con un periódico enrollado en la mano y una expresión tensa.
—Tienes que ver esto —dijo, arrojándole el diario.
Alma lo desenrolló con parsimonia, tomó un sorbo largo de su bebida, y al ver el titular, arqueó una ceja con picardía.
Hombre acusado de violar a tres mujeres aparece con el miembro cercenado en las afueras de la ciudad. Justicia poética o venganza organizada.
Leyó en voz alta con tono burlón.
Andreas la miró entre divertido y preocupado.
—Eres como la nueva Robin Hood de esta ciudad… pero con cuchilla en vez de arco.
Alma se rió abiertamente.
—Solo hice lo que tenía que hacer. Era la hija de una de mis empleadas. No iba a dejar que ese infeliz se saliera con la suya.
Andreas negó con la cabeza, cruzándose de brazos.
—Sabes que no puedes hacer esto cada vez. Estas cosas dejan rastros, Alma. Podrían delatarte, podrían arrastrarte.
—Entonces que me arrastren —replicó ella, encogiéndose de hombros mientras tomaba otro sorbo—. Prefiero e