El sonido de los nudillos golpeando la puerta interrumpió el breve silencio que se había instalado en la habitación. Amatista sintió cómo el cuerpo de Enzo, que la mantenía atrapada contra él, se tensaba ligeramente ante la interrupción.
—Otra vez… —gruñó con molestia, deslizando una mano por su rostro.
Amatista sonrió con diversión, sin moverse de su lugar.
—Tal vez es el universo recordándote que hay más cosas que hacer además de acosarme en la cama, Bourth.
Enzo la miró con una mezcla de diversión y advertencia, pero antes de que pudiera responder, la puerta volvió a sonar, esta vez con más insistencia.
—Será mejor que abras antes de que el pobre hombre termine muerto —murmuró ella, apartándose de él con un pequeño empujón juguetón.
Enzo suspiró y caminó hasta la puerta, aún sin camisa, su paciencia colgando de un hilo. Cuando la abrió, Emilio estaba al otro lado, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
—Interrumpo algo, ¿Bourth? —preguntó con una sonrisa ladina, mirando descar