El aire de la ciudad, incluso filtrado a través del sofisticado sistema del ala este, siempre llevaba una carga sutil de humo y tensión. Un año después de su regreso, y unos meses después de que Enzo traspasara oficialmente el mando, la última y más persistente tos de Felipe les dejó claro que era el momento de la prometida mudanza final. No era una retirada, sino una llegada.
La Mansión del Campo no era la opulenta residencia principal de los Bourth. Era algo mejor. Una vasta propiedad heredada, enclavada en las colinas, rodeada de bosques antiguos y con un lago privado. Enzo no se había limitado a trasladarlos allí; la había rediseñado por completo, desde los cimientos, con una sola premisa: paz.
La nueva casa era extensa pero de líneas horizontales y cálidas, construida con piedra local y madera, con enormes ventanales que invitaban al exterior a entrar. No había rejas ostentosas, solo una sensación de integración con la naturaleza. Enzo había priorizado los espacios abiertos, las