La pantalla del ordenador permanecía encendida, aunque Gonzalo no le prestaba atención. Llevaba más de una hora frente a ella, con los codos sobre el escritorio y la vista fija en la nada. En la bandeja de entrada, un correo titulado “Panadería San Blas – Donación formalizada” esperaba ser abierto.
Lo hizo con un clic tembloroso.
El importe era significativo. Lo suficiente para renovar el local, contratar a Clara de forma fija, y sostener el negocio por al menos dos años. Sin nombres. Sin condiciones. Una transferencia desde una fundación anónima que él mismo había creado. Una forma de estar sin estar. De cuidar sin invadir.
Apretó los dientes.
—No se trata de redimirse, Gonzalo —se dijo en voz baja—. Se trata de hacer lo correcto… aunque ella nunca lo sepa.
Mateo había sido claro. Ella no quería saber de él. La última vez que se vieron, su rechazo había sido tajante. Pero eso no significaba que tuviera que desaparecer del todo. No ahora. No cuando aún quedaba algo que podía hacer por