Gonzalo, sin prisa alguna, abrió la tapa de la caja y la giró hacia ella.Clara se quedó boquiabierta.—¿Me estás regalando… unos pendientes?—No cualquier pendiente —respondió él, con ese tono despreocupado—. Pero hoy no los usaremos. —Se encogió de hombros, como si aquel regalo fuera lo más natural del mundo.Clara lo miró fijamente, sin saber si reírse o lanzarle la caja a la cabeza. Finalmente, optó por lo primero.—Estás completamente loco —dijo, dejando escapar una carcajada que sonó más genuina de lo que esperaba.—Quizá. Pero admítelo, no lo viste venir.Ella negó con la cabeza, aún sonriendo. Era cierto, no lo había visto venir. Hacía días que no se permitía reírse de nada, y esa pequeña distracción, por absurda que fuera, resultaba inesperadamente liberadora.—Tienes razón. No lo vi venir. Pero… ¿cómo se usan? —preguntó, levantando la cajita para inspeccionarla.Gonzalo no respondió de inmediato. Se limitó a sonreír, como si supiera algo que ella no sabía.—Todo a su tiempo,
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