Sofía Méndez creció en un barrio humilde, rodeada de amor, aunque siempre sintió que no encajaba del todo. No sabía que su sangre pertenecía a una de las familias más influyentes y ricas del país, ni que su desaparición siendo solo una bebé dejó un vacío imposible de llenar. Mientras su familia biológica la busca desesperadamente, Sofía lucha por salir adelante trabajando en lo que puede… hasta que una oportunidad inesperada la lanza al mundo empresarial más implacable. Alejandro Dávila es joven, millonario y temido. CEO del poderoso Grupo Dávila, su reputación de jefe cruel y perfeccionista no es ningún mito. Cuando Sofía entra como su asistente, él la ve como una más… al principio. Pero su dulzura inocente, su fuerza silenciosa y su mirada distinta lo descolocan. Lo irritan. Lo obsesionan. Sofía, virgen y con el corazón intacto, no quiere saber nada de un hombre tan oscuro. Especialmente si a su lado aún se aferra Victoria, la amante elegante y peligrosa que no está dispuesta a ceder su lugar. Y mientras Marco, el mejor amigo de Sofía, le ofrece una vida estable y sin sobresaltos, ella se debate entre lo seguro… y lo que su alma anhela en silencio. Cuando la verdad sobre su origen salga a la luz, Sofía deberá enfrentar una decisión que lo cambiará todo: ¿seguir siendo la chica sencilla que ama a su familia adoptiva? ¿O reclamar su lugar como heredera y arriesgarlo todo por un amor que podría destruirla? Una historia de pasión, secretos, poder y redención… donde el destino no perdona a los que se atreven a amar.
Leer másEl ruido de la licuadora, el aroma a pan tostado y el silbido de la vieja cafetera formaban la rutina sagrada de las mañanas de Sofía Méndez. Su vida no tenía lujos, pero sí una calidez que pocos podían presumir. En la modesta cocina de la casa que compartía con sus padres adoptivos, todo olía a hogar.
—Sofi, tu currículum está en la mesa. No se te vaya a olvidar —le dijo doña Carmen, mientras le servía una taza de café con canela.
—Gracias, mamá —respondió Sofía con una sonrisa. A pesar de que Carmen y Rubén no eran sus padres biológicos, jamás le habían hecho sentir otra cosa que no fuera amor verdadero.
Ella no sabía que había sido adoptada. Nadie se lo había dicho. Para ella, los Méndez eran su mundo entero.
Ese día, sin embargo, el mundo de Sofía estaba a punto de dar un vuelco.
Caminó hasta la parada del autobús con su carpeta bien sujeta al pecho. Había aplicado semanas antes a una vacante como asistente ejecutiva en una empresa de la que apenas había escuchado hablar: Blackstone Group. El anuncio había sido intimidante: “Buscamos eficiencia, discreción y carácter. Abstenerse perfiles emocionales o inseguros.”
No era precisamente lo que ella solía proyectar. Pero su mejor amigo Marco —quien siempre la alentaba a romper sus propios miedos— la convenció de intentarlo.
Al llegar a la recepción del edificio, sus pasos titubeantes contrastaban con la elegancia imponente del lugar. Cada rincón brillaba con perfección: mármol blanco, cristal templado, luces tenues y modernas.
—¿Sofía Méndez? —preguntó una mujer vestida de negro impecable. Parecía salida de una revista de moda empresarial.
—Sí… soy yo —respondió ella, sintiéndose diminuta en ese entorno.
—Por aquí. El señor Dávila quiere verla personalmente.
El corazón de Sofía se aceleró. ¿El CEO en persona?
Cuando entró a la oficina más alta de la torre, lo primero que notó fue la vista: la ciudad entera se extendía a través de un ventanal inmenso. Lo segundo… fue a él.
Alto, de hombros firmes, mandíbula marcada y ojos grises como tormenta. Alejandro Dávila era todo lo que Sofía jamás habría imaginado como jefe: intimidante, inalcanzable… y cruel, según los rumores.
Él alzó la mirada, la recorrió de pies a cabeza y frunció el ceño.
—¿Tú eres Sofía Méndez?
—Sí, señor —respondió, tratando de sonar firme.
—Pareces una colegiala, no una asistente.
Sofía apretó los labios. No responder. No temblar.
—Lo que parezco no interfiere con lo que sé hacer —contestó, sin saber de dónde le salía tanto valor.
Alejandro la observó, intrigado. Hubo un breve silencio.
—Empiezas mañana. A las 8:00. No llegues tarde. Odio a la gente impuntual. Y no me gustan las sorpresas —dijo, como si estuviera dictando sentencia.
Ella asintió, sin creer lo que acababa de pasar.
—Una cosa más —agregó Alejandro, antes de que ella se diera la vuelta—. Aquí nadie es indispensable. No te emociones.
Esa noche, en su pequeña habitación con paredes cubiertas de libros y frases inspiradoras, Sofía lloró en silencio. No de tristeza, sino de miedo. ¿Estaba preparada para ese mundo?
Marco la llamó por videollamada.
—¿Y? ¿Cómo te fue?
—Me contrataron.
—¡¿Qué?! ¡Sofi, eso es increíble! —exclamó él, sonriendo.
—No sé si estoy feliz o aterrada.
Marco la miró con ternura desde su pantalla.
—Yo sé que puedes con eso y más. Tú eres más fuerte de lo que crees. Y si ese tal Dávila se pasa de listo… me voy hasta allá a romperle la cara.
Ella rió entre lágrimas.
—Gracias, Marco.
Él se quedó callado un momento. Luego dijo, con voz suave:
—Tú sabes que yo siempre estoy aquí… ¿no?
Sofía asintió, aunque en su interior una parte de ella sabía que el cariño de Marco iba más allá de una amistad. Y eso la hacía sentir culpable. Porque, aunque lo quería muchísimo, su corazón… no latía fuerte por él.
Al día siguiente, Sofía se presentó puntual. Vestía su única blusa blanca de botones y una falda lápiz azul marino que había arreglado ella misma. Al verse en el reflejo del elevador, pensó que no se veía tan mal.
Pero apenas cruzó la puerta de la oficina, todo volvió a pesar.
Alejandro estaba revisando unos documentos y ni siquiera levantó la vista cuando ella saludó.
—Sírveme un café. Solo, sin azúcar. Que no esté hirviendo. Y repasa estos contratos. Quiero tus anotaciones a las 10.
Ella lo hizo. Y lo hizo bien. Pero él seguía encontrando algo que criticar.
—¿Quién te enseñó a organizar agendas? ¿En una papelería?
—Lo corregiré, señor —respondió sin levantar la voz.
—Más te vale. No estoy aquí para educarte.
Así fueron las primeras dos semanas. Él parecía disfrutar haciéndola sentir inútil. Pero algo en su mirada decía otra cosa.
A veces, en las reuniones, sus ojos se desviaban hacia su boca mientras ella hablaba. O bajaban lentamente por su cuello cuando creía que nadie lo notaba. Una vez, incluso, le rozó la mano al entregarle un folder. El contacto duró más de lo necesario. Y ninguno dijo nada.
La tercera semana, conoció a Victoria.
Alta, de cabello oscuro, labios rojos perfectos y perfume caro. Llegó sin avisar, abrazó a Alejandro por detrás y lo besó en la mejilla.
—Mi amor, ¿vamos a cenar hoy? —le dijo, ignorando a Sofía por completo.
—Estoy ocupado —respondió él, sin devolverle el gesto.
Sofía bajó la mirada. Pero Victoria la notó.
—¿Y tú eres…? ¿La nueva ayudantita? —preguntó con veneno en la voz.
—Soy la asistente ejecutiva del señor Dávila —contestó Sofía con educación.
Victoria la miró de pies a cabeza, como si la evaluara.
—Qué curioso. Tienes cara de niña buena. ¿Cuántos años tienes? ¿Veinte? ¿Diecisiete?
—Veintidós.
—¿Y ya trabajas aquí? ¡Qué eficiente! Seguro te enseñan muchas cosas… —dijo, clavando una mirada en Alejandro.
—Victoria, basta —intervino él.
Ella se fue, pero dejó tras de sí una tensión insoportable.
Esa noche, Sofía caminó de regreso a casa más tarde de lo habitual. El cielo estaba despejado, pero su corazón estaba nublado. No sabía si aguantaría mucho tiempo más en ese lugar… o frente a ese hombre que comenzaba a colarse en sus pensamientos.
Porque aunque era cruel…
Aunque era imposible…
A veces, cuando sus ojos se ablandaban… Sofía sentía que Alejandro Dávila tenía un dolor que no sabía cómo esconder.
Y eso, la conmovía más de lo que estaba dispuesta a admitir.
La carta seguía sobre la mesa, como una amenaza silenciosa.“Julieta, si puedes leer esto… ya no estás sola. —M.E.S.”Sofía la había doblado cuatro veces, y aun así sentía que la tinta atravesaba el papel. No podía concentrarse en nada. No en el informe que tenía que entregar. No en el eco de los besos que Alejandro le había dado. No en la forma en que él se había alejado después de leer esas iniciales.M.E.S.Ese sobre… esa caligrafía… esa sensación.Estaba empezando a comprender que su mundo nunca había sido real. Que su “vida” era una historia prestada. Y que el capítulo que le tocaba ahora… estaba por escribirse con fuego.Alejandro no apareció al día siguiente.No hubo mensajes. Ni órdenes. Ni informes urgentes.Sofía sintió su ausencia como un vacío. Un agujero inexplicable. Lo buscó con la mirada en los pasillos, preguntó discretamente a Clara. Nada. Solo silencio.A la hora del almuerzo, un sobre sellado con su nombre apareció en su escritorio.Solo decía:“Tómate el día. Conf
La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas del piso diecisiete. El reloj digital marcaba las 9:43 p.m. y todo el edificio estaba prácticamente vacío.Excepto por ellos.Sofía estaba sentada en la sala ejecutiva auxiliar, revisando el informe de logística que Alejandro le había pedido con urgencia. No era común que él la hiciera quedarse tan tarde, pero algo en su tono —grave, impersonal— le indicó que no era una solicitud negociable.Afuera, la ciudad se diluía en charcos y faros empañados. Adentro, el silencio era tan espeso que podía sentirse.Cuando la puerta se abrió, ella no necesitó girar para saber que era él.Alejandro no dijo una palabra. Caminó hasta el minibar, sirvió whisky en un vaso bajo y bebió un trago largo.Sofía lo observó en silencio. Su cabello ligeramente mojado por la lluvia, la camisa sin corbata, el saco colgado de un brazo. Parecía menos CEO… y más hombre. Pero no cualquier hombre. Un hombre roto. Peligroso. Hermoso.—Tu informe está bien —dijo él, sin mirarl
Marco siempre había sido un hombre paciente.Desde niños, cuando Sofía se caía de la bicicleta o llegaba llorando porque otra niña la había empujado, él era el que la levantaba, el que la defendía, el que se quedaba en silencio mientras ella hablaba de sus sueños, de sus miedos, de sus ganas de escapar.Y ahora, después de años de acompañarla sin pedir nada, la veía alejarse. Cada día un poco más.La mujer que había dejado entrar en su corazón sin que ella lo supiera, ahora era un misterio. Una sombra dulce, distante, con los ojos en otro lugar. En otro hombre.Alejandro Dávila.Marco no necesitaba saber mucho para odiarlo. Le bastó verlo una vez, en una entrega de informes a domicilio, para reconocerlo como lo que era: un depredador elegante, un hombre que no sabe cuidar lo que toca… solo poseerlo.Pero Sofía no lo veía. O no quería verlo.Y eso lo estaba matando.Esa noche, Marco pasó por la casa de Sofía con la excusa de devolverle una libreta. Ella estaba distraída, nerviosa. Algo
El lunes amaneció con un cielo encapotado, como si incluso el clima presintiera que algo se avecinaba. Sofía llegó temprano, como siempre. Pero esa mañana no encendió su computadora ni abrió su agenda. Se quedó sentada frente a su escritorio, con la vista clavada en un punto invisible. La fotografía en sus manos no era nueva, pero hoy pesaba como nunca.La niña en el retrato —de cabello ondulado y ojos heterocromáticos— le devolvía la mirada desde el pasado. Era ella. No cabía duda. Pero esa foto nunca fue tomada por sus padres adoptivos. No había forma. La había encontrado por accidente en la caja sin clasificar del archivo de Alejandro.Y ahora, alguien estaba haciendo circular rumores sobre su identidad.No podía ignorar la coincidencia.Alejandro no había aparecido en toda la mañana. Su asistente ejecutiva había dicho que tenía reuniones fuera de la ciudad. Pero Sofía sabía que eso no era cierto. Lo sentía. Como si su ausencia tuviera que ver con ella… y no con negocios.Estaba po
El reloj en la pared marcaba las 9:06 de la mañana. La oficina tenía ese silencio tenso que precede a una tormenta. Sofía mecanografiaba un informe de seguimiento financiero, pero su mente no dejaba de reproducir la noche anterior: la mirada de Alejandro, su proximidad, y esa frase final que le dejó helada en el asiento trasero del auto.“Volverás a verme. Pero no sé si seguiré siendo el mismo.”Era una advertencia. O una confesión. O ambas cosas.—Sofi —susurró Clara, asomándose desde su escritorio—. Necesito contarte algo. Pero no aquí.Sofía alzó la vista, intrigada.—¿Qué pasa?—La víbora se está moviendo. Y no de forma sutil.Al otro lado de la ciudad, en un café privado del barrio Roma, Victoria jugueteaba con su cuchara mientras miraba a un hombre que parecía fuera de lugar en aquel ambiente elegante. Ropa barata, actitud nerviosa, pero ojos astutos. Se llamaba Leonardo, y era investigador privado. Discreto, rápido y muy caro. Exactamente lo que Victoria necesitaba.—¿Todo lo q
—¿Tienes vestido de noche? —preguntó Clara, entrando sin avisar en la oficina de Sofía a media tarde, con una sonrisa tan traviesa como preocupante.Sofía, que estaba revisando los reportes trimestrales, levantó la vista con desconcierto.—¿Qué?—Vestido largo. De gala. ¿Tienes uno?—¿Para qué?Clara se sentó al borde del escritorio como quien está a punto de soltar una bomba.—Alejandro quiere que lo acompañes esta noche a la cena de beneficencia del Grupo Sterling. Me lo dijo su chofer personal. Y si Dávila manda a recoger a alguien, no es por cortesía. Es porque quiere que se note.Sofía sintió un vuelco en el estómago.—¿Yo? ¿Por qué yo?—Buena pregunta. Pero no tengo la respuesta. Lo que sí sé, es que vas a necesitar algo que te haga ver como “la mujer del CEO”. No como su asistente.—No puedo ir. Esto debe ser un error.—¿Y cuándo alguien le dice “no” a Alejandro Dávila? Además —añadió con una sonrisa de medio lado—, ya te mandé un vestido. No acepto devoluciones.A las seis y c
Último capítulo