El lunes amaneció con un cielo encapotado, como si incluso el clima presintiera que algo se avecinaba. Sofía llegó temprano, como siempre. Pero esa mañana no encendió su computadora ni abrió su agenda. Se quedó sentada frente a su escritorio, con la vista clavada en un punto invisible. La fotografía en sus manos no era nueva, pero hoy pesaba como nunca.
La niña en el retrato —de cabello ondulado y ojos heterocromáticos— le devolvía la mirada desde el pasado. Era ella. No cabía duda. Pero esa foto nunca fue tomada por sus padres adoptivos. No había forma. La había encontrado por accidente en la caja sin clasificar del archivo de Alejandro.
Y ahora, alguien estaba haciendo circular rumores sobre su identidad.
No podía ignorar la coincidencia.
Alejandro no había aparecido en toda la mañana. Su asistente ejecutiva había dicho que tenía reuniones fuera de la ciudad. Pero Sofía sabía que eso no era cierto. Lo sentía. Como si su ausencia tuviera que ver con ella… y no con negocios.
Estaba po