El reloj en la pared marcaba las 9:06 de la mañana. La oficina tenía ese silencio tenso que precede a una tormenta. Sofía mecanografiaba un informe de seguimiento financiero, pero su mente no dejaba de reproducir la noche anterior: la mirada de Alejandro, su proximidad, y esa frase final que le dejó helada en el asiento trasero del auto.
“Volverás a verme. Pero no sé si seguiré siendo el mismo.”
Era una advertencia. O una confesión. O ambas cosas.
—Sofi —susurró Clara, asomándose desde su escritorio—. Necesito contarte algo. Pero no aquí.
Sofía alzó la vista, intrigada.
—¿Qué pasa?
—La víbora se está moviendo. Y no de forma sutil.
Al otro lado de la ciudad, en un café privado del barrio Roma, Victoria jugueteaba con su cuchara mientras miraba a un hombre que parecía fuera de lugar en aquel ambiente elegante. Ropa barata, actitud nerviosa, pero ojos astutos. Se llamaba Leonardo, y era investigador privado. Discreto, rápido y muy caro. Exactamente lo que Victoria necesitaba.
—¿Todo lo q