La carta seguía sobre la mesa, como una amenaza silenciosa.
“Julieta, si puedes leer esto… ya no estás sola. —M.E.S.”
Sofía la había doblado cuatro veces, y aun así sentía que la tinta atravesaba el papel. No podía concentrarse en nada. No en el informe que tenía que entregar. No en el eco de los besos que Alejandro le había dado. No en la forma en que él se había alejado después de leer esas iniciales.
M.E.S.
Ese sobre… esa caligrafía… esa sensación.
Estaba empezando a comprender que su mundo nunca había sido real. Que su “vida” era una historia prestada. Y que el capítulo que le tocaba ahora… estaba por escribirse con fuego.
Alejandro no apareció al día siguiente.
No hubo mensajes. Ni órdenes. Ni informes urgentes.
Sofía sintió su ausencia como un vacío. Un agujero inexplicable. Lo buscó con la mirada en los pasillos, preguntó discretamente a Clara. Nada. Solo silencio.
A la hora del almuerzo, un sobre sellado con su nombre apareció en su escritorio.
Solo decía:
“Tómate el día. Conf