La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas del piso diecisiete. El reloj digital marcaba las 9:43 p.m. y todo el edificio estaba prácticamente vacío.
Excepto por ellos.
Sofía estaba sentada en la sala ejecutiva auxiliar, revisando el informe de logística que Alejandro le había pedido con urgencia. No era común que él la hiciera quedarse tan tarde, pero algo en su tono —grave, impersonal— le indicó que no era una solicitud negociable.
Afuera, la ciudad se diluía en charcos y faros empañados. Adentro, el silencio era tan espeso que podía sentirse.
Cuando la puerta se abrió, ella no necesitó girar para saber que era él.
Alejandro no dijo una palabra. Caminó hasta el minibar, sirvió whisky en un vaso bajo y bebió un trago largo.
Sofía lo observó en silencio. Su cabello ligeramente mojado por la lluvia, la camisa sin corbata, el saco colgado de un brazo. Parecía menos CEO… y más hombre. Pero no cualquier hombre. Un hombre roto. Peligroso. Hermoso.
—Tu informe está bien —dijo él, sin mirarl