Después de años de guerra entre las dos manadas más poderosas del continente, Serena Aldara, reina alfa de los Lobos de la Niebla, propone una tregua a través de un matrimonio político con el alfa enemigo, Kael Draven, líder de los Lobos del Filo. Serena no cree en el amor; lo que busca es proteger a su manada y terminar la guerra. Pero Kael no acepta ser dominado por una mujer, y la tensión entre ambos es tan feroz como la atracción que surge con cada encuentro. Mientras intentan forjar una alianza en medio de la desconfianza mutua, fuerzas ocultas conspiran para desatar una guerra aún más sangrienta. Y detrás de todo, una antigua maldición despierta con el enlace entre ambos alfas: una unión que podría ser la salvación o la ruina de todos los licántropos.
Leer másEl viento aullaba entre los árboles como si anunciara un presagio. El claro sagrado, donde generaciones de alfas se habían enfrentado o unido bajo la mirada implacable de la Luna, estaba cargado de electricidad. No era solo el olor a tierra húmeda y corteza quemada. Era la tensión. El miedo contenido. La guerra invisible que se respiraba en cada aliento.
Serena se detuvo en el centro del círculo de piedras. Su capa verde oscuro ondeaba tras ella como una sombra viva. No llevaba armadura, ni collares de garras, ni marcas de guerra. No le hacían falta. Su sola presencia, firme y serena, bastaba para recordarle a todos por qué se arrodillaban ante ella. A su lado, Lyra —su segunda al mando— tensaba la mandíbula. Tenía las manos listas, como si esperara una emboscada. —Están aquí —murmuró Lyra, alzando el rostro—. El viento trae su hedor. —No es hedor —respondió Serena—. Es orgullo herido. Y desesperación. Desde el bosque, surgieron ellos: los licántropos del clan norte, con Kael al frente. Alto, corpulento, de cabello gris y ojos tan azules como el hielo de las montañas. Kael caminaba con el paso de un depredador que nunca ha sido vencido. A cada lado, sus guerreros vestían pieles oscuras, como si fueran parte de la sombra que los envolvía. —Reina Serena —dijo Kael, deteniéndose a pocos pasos de ella—. Pensé que este día solo llegaría cuando uno de los dos cayera muerto. —Y tal vez aún llegue —replicó Serena con calma—. Pero hoy he venido a ofrecer algo más difícil que la guerra. Kael alzó una ceja, desconfiado. —¿Y qué podría ofrecerme la loba que arrebató a mis hombres su tierra? ¿Palabras suaves? ¿Promesas huecas? —Unión —dijo ella, sin vacilar—. No paz… unión. Tú y yo, juntos, un solo mando. Un solo rugido bajo la luna. El murmullo fue inmediato. Los guerreros de ambos bandos se tensaron. Algunos gruñeron. Otros se miraron con incredulidad. Kael entrecerró los ojos. Dio un paso más cerca, tan cerca que Serena pudo oler la mezcla de ceniza, hierro y bosque que lo envolvía. —¿Unión… en qué sentido? —inquirió, voz baja, casi un gruñido—. ¿Estás hablando de… un vínculo? —Sí —confirmó Serena—. Estoy hablando de un vínculo de sangre, de poder… y de alma. Lyra apretó los labios. Dorian, segundo de Kael, soltó una carcajada seca. —¿Quieres que nuestro alfa se acueste con la enemiga? ¿Después de todo lo que ha pasado? —No por deseo —dijo Serena, clavando la mirada en Kael—. Por necesidad. Porque algo más oscuro se acerca. He visto las señales: la tierra se agrieta, los cachorros nacen con marcas negras. Las sombras caminan cuando no hay luz. No es solo nuestra guerra. Es el principio del fin, si no nos unimos. Kael no respondió de inmediato. Un músculo en su mandíbula se contrajo. Estaba furioso… pero no ciego. —Tú lo sentiste también —dijo ella más bajo, para que solo él la oyera—. La noche pasada. Cuando el cielo se volvió rojo. Cuando la Luna nos mostró sus fauces. Kael tragó saliva. Su silencio era confirmación. —Unión, entonces… —susurró—. Pero no será fácil. Ni limpio. —Nunca lo es —dijo Serena—. Pero si no lo hacemos, ambos perderemos más que orgullo. El bosque guardó silencio. Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer, como si la naturaleza misma contuviera el aliento.El regreso a Liria no fue celebrado.No hubo coros ni estandartes ondeando en lo alto de las torres. Ni siquiera los lobos del bosque salieron a recibirlos. El aire que rodeaba la fortaleza era espeso y enrarecido, y los soldados en las murallas no ocultaban sus miradas nerviosas.Desde el Monte de las Voces, algo había cambiado.Serena lo sintió en cuanto cruzaron las puertas del castillo: los susurros se apagaban cuando ella entraba, los ojos se deslizaban rápido hacia el suelo, y entre los nobles se percibía un aroma antiguo y peligroso: el miedo disfrazado de cortesía.Elandra fue la primera en hablar con crudeza.—El Consejo ha estado reunido en tu ausencia. Hay voces que dudan de tu legitimidad ahora que has revelado tu linaje paterno.—¿Y quién se atreve a cuestionar a su Reina Alfa? —gruñó Kael, con los ojos entrecerrados.—No lo hacen abiertamente. Pero murmuran que el Eclipse pudo haber corrompido tu sangre desde antes de nacer. Dicen que lo que viviste en el Monte fue una i
El aire se volvió más denso al adentrarse en la región umbral. Nada crecía allí. Ni árboles, ni vida. El viento aullaba como si recordara a los muertos, y la tierra se agrietaba como una piel reseca. El sol apenas atravesaba las nubes perpetuas, y la luna, cuando salía, era roja como la sangre.—Hemos cruzado el límite —dijo Verna, deteniéndose—. De aquí en adelante, la magia se comporta de forma diferente. Reacciona al miedo, al odio, a los recuerdos.Serena sostuvo el amuleto que perteneció a su padre. Sentía cómo vibraba, como si intentara orientarla.Kael estaba tenso. En este lugar, el instinto licántropo se agudizaba. Era como si una antigua versión de sí mismo —más salvaje, más primitiva— se despertara.—¿Qué tanto recuerdas del Monte de las Voces? —le preguntó a Verna.—Lo suficiente para no confiar en lo que veamos —respondió ella—. Aquí los espíritus no descansan. Aquí, lo que está muerto… aún susurra.Tardaron tres días en atravesar el umbral. Fueron atacados por lobos somb
La noche era espesa, pesada, cargada de presagios. La luna estaba velada por nubes oscuras, y el viento traía consigo un murmullo antiguo, como si la misma tierra recordara algo que había querido olvidar.Serena no podía dormir.Desde el juicio, una inquietud distinta la rondaba. Ya no era solo el poder que la desbordaba, ni las amenazas políticas o los enemigos ocultos. Era una sensación más visceral: la sensación de que una parte de ella seguía velada, como si una capa entera de su historia hubiera sido cuidadosamente borrada.En la soledad de la biblioteca ancestral de Liria, rodeada de tomos que olían a polvo y secretos, encontró una puerta oculta tras un estante. La había visto desde pequeña, pero su madre siempre decía que estaba sellada por el bien de todos.Ahora, los fragmentos brillaban en su piel, y el sello se abrió sin resistencia.La cámara oculta estaba llena de objetos cubiertos por telas negras. Un altar con símbolos de clanes extintos. Espadas sin nombre. Un retrato
El cielo estaba en silencio. Demasiado.Serena lo supo antes de que los cuervos dejaran de volar. Antes de que la niebla cayera como una tela espesa sobre los árboles de Liria. Antes de que los ancestros susurraran a través de los fragmentos:“Vienen.”Kael entró en la cámara de la Reina con el rostro endurecido por la urgencia. El Consejo de Guerra estaba reunido, pero todos sabían que nada de lo anterior se compararía con lo que se avecinaba.—El Cónclave ha cruzado los límites. Hay símbolos de disolución colgados en los árboles. Uno en cada punto cardinal. Saben que aquí reside el corazón del poder.Serena se puso de pie, su túnica aún manchada con cenizas del último ritual.—¿Han enviado mensajeros?Kael negó.—No. Ni palabras. Solo señales. Esta es una advertencia disfrazada de desafío.—No vendrán a parlamentar —dijo ella con frialdad—. Vendrán a destruirme.Esa misma noche, en el corazón del bosque de los ecos, las runas sagradas comenzaron a resquebrajarse.Los druidas de Liri
El amanecer no trajo consuelo.Solo cenizas, humo… y silencio.Los restos de la Guardia de la Medianoche fueron retirados por los pocos sobrevivientes que huyeron al ver a Serena elevarse en medio del claro. Su poder, incontenible, había marcado algo más que una victoria militar: había cambiado el equilibrio del mundo.En los días que siguieron, Serena no habló con nadie. Ni siquiera con Kael.Se encerró en la cámara de las raíces, donde la luna no alcanzaba a tocar directamente, pero los fragmentos vibraban con intensidad. Allí, sentada sobre el trono de piedra que una vez fue de su madre, los sintió.Los ancestros.Las memorias.Las cicatrices del linaje lunar.Las voces de las reinas anteriores le hablaban en susurros:—“Recuerda quién eres…”—“Toma, o caerás…”—“La luna siempre exige una ofrenda…”Y entonces, por fin, respondió:—“No seré su eco. Seré su culminación.”El día de la demostración llegó como un presagio.Los emisarios de las casas del norte, del este y del sur habían
La nieve había comenzado a caer en Liria.Pequeños copos, blancos y fríos, descendían sobre los techos de piedra, cubriendo los emblemas de guerra con una belleza silenciosa. Pero bajo esa calma invernal, todo latía al borde del estallido.La Guardia de la Medianoche había cruzado el río que marcaba el límite del territorio neutral. No había marcha atrás. El Consejo había declarado a Serena no como reina, sino como amenaza existencial.Y la luna, roja y alta, parecía observarlo todo desde su trono de sangre.Kael no durmió la noche anterior al ataque. Desde la cima de la torre, vigilaba el horizonte. Sus soldados estaban preparados, las trampas activadas, los clanes alineados. Pero lo que más lo preocupaba no era el enemigo externo…Era Serena.Desde que regresó del Santuario del Eco, había cambiado. Más centrada, sí. Más poderosa, también. Pero distante. Como si hubiera aceptado una parte de sí que ya no era humana, ni loba, sino algo más grande… y más peligroso.Cuando ella se prese
Último capítulo