Los días en la Biblioteca de las Voces Silentes se habían convertido en una rutina para Sariah. Aquel lugar, custodiado por sortilegios antiguos y protegido de la fractura espiritual que carcomía al mundo exterior, era uno de los últimos refugios donde los ecos del pasado aún susurraban sin temor. Las paredes murmuraban secretos, fragmentos de visiones y vestigios de la voluntad de Serena, pero ningún susurro había preparado a Sariah para lo que estaba a punto de encontrar.
Ese día, los cielos habían comenzado a oscurecerse con una tonalidad azul negruzca, como si la misma atmósfera estuviera siendo consumida por un vacío mayor. Los vientos cargaban con esquirlas de energía fracturada, y la temperatura fluctuaba de forma inestable. Era un síntoma claro: la Fractura Espiritual estaba avanzando.
—El equilibrio se está desmoronando —susurró Sariah, cerrando un grimorio encuadernado en cuero rojo, con el emblema de la Orden del Loto Escarlata grabado en oro desvanecido—. Necesito respuest