El aire era más denso en Lysenar.
Los árboles centenarios se alzaban como columnas sagradas, sus copas cubriendo el cielo como una cúpula de jade. Lysenar era un bosque prohibido, un territorio sagrado que ninguna manada pisaba desde hacía generaciones. Pero el fragmento lunar reposaba ahí. Lo sabían por las visiones, por los susurros que Serena escuchaba en sus sueños desde que activó su linaje.
Kael caminaba a su lado, su cuerpo alerta, su mirada clavada en las sombras que se deslizaban entre los árboles. Serena sentía un cosquilleo en la nuca, un aviso ancestral.
—¿Estás segura de que es aquí? —preguntó Kael, sin detenerse. Su voz era baja, respetuosa del silencio denso del bosque.
—El fragmento llama. Cada paso nos acerca —murmuró ella, con la frente perlada de sudor, aunque el aire fuera gélido.
Lior había insistido en acompañarlos, pero Serena lo había dejado atrás. Algo en su aura se había vuelto turbio desde que anunciaron la búsqueda. Y ahora, al adentrarse en el corazón del