El eco del crujido bajo sus botas fue lo único que rompió el silencio. La atmósfera era densa, cargada de un calor invisible que no provenía del aire, sino del mismo tejido de la realidad. Sariah avanzó por el sendero quebrado de obsidiana, guiada por la energía latente de la Fractura Espiritual, que se expandía como una red invisible sobre las tierras agonizantes del mundo.
Detrás de ella, caminaban dos figuras. Una era Lioren, el sabio de los Pétalos Eternos, quien había sobrevivido a la disolución de su santuario siglos atrás. La otra, una joven misteriosa llamada Miren, que había aparecido durante el viaje a los Primeros Ecos, afirmando ser una descendiente de una antigua guardiana olvidada. Su sangre poseía una resonancia única con las líneas de poder, y aunque Sariah desconfiaba al principio, no podía ignorar cómo la presencia de Miren apaciguaba temporalmente los temblores del mundo.
—Aquí es —murmuró Lioren, señalando una abertura entre dos pilares tallados con inscripciones q