Lucas había muerto. Unos días antes del funeral, Mariana ordenaba sus cosas cuando encontró un álbum grueso. En la portada, escrito con letras firmes, se leía: Amor eterno. Lo abrió... y allí no estaba ella, la esposa legítima. Era Helena, la joven que Lucas había acogido años atrás. Pero lo peor no era eso: toda la herencia de Lucas también quedaba a nombre de ella. Mariana murió con el corazón envenenado por el rencor. Y, sin entender cómo, al cerrar los ojos los volvió a abrir... en el pasado. Exactamente en la víspera de su boda con Lucas. Esta vez no pensaba entregarle la vida entera. Decidió vivir para sí misma, perseguir sus propios sueños y marcharse lejos. Lo que nunca imaginó fue que, al verla marcharse, Lucas perdería la cabeza y la buscaría con desesperación por todas partes.
Leer másMariana siguió a Elsa hasta el hospital.Al entrar en la habitación, se quedó helada: Lucas yacía en la cama, con el rostro ceniciento y la respiración débil, como si apenas se aferrara a la vida.—¿Qué le pasó? —preguntó, atónita.En la otra vida, Lucas había llegado a los cincuenta y tantos, hasta que un accidente en carretera lo había fulminado.Pero ahora... ahora su cuerpo parecía haberse rendido mucho antes.Elsa, con la voz hecha trizas, explicó:—Desde que te fuiste, empezó a destrozarse solo. Trabajaba sin parar, día y noche, como si quisiera castigarse. Nadie logró hacerlo entrar en razón —se secó las lágrimas con un pañuelo—. Y claro... ningún cuerpo resiste tanto. Hace poco le confirmaron lo peor: cáncer en fase terminal.El cuerpo necesita de todo: salud, ánimo, cuidado...Pero Lucas, tras su partida, lo dejó ir. Perdió las ganas de vivir y se fue consumiendo solo, hasta volverse una sombra de sí mismo.Mariana no dijo nada.Solo miraba al hombre que alguna vez creyó inven
Lucas se quedó helado. Mariana lo miraba de frente y, palabra por palabra, le lanzó:—Lucas, dime algo. Si hubieras pasado toda una vida soportando traiciones durante más de veinte años, si hubieras esperado con paciencia solo para terminar muriendo por el egoísmo de esa persona... y después tuvieras la oportunidad de empezar de nuevo, ¿le darías otra oportunidad? ¿Volverías a gastar un solo minuto en alguien así?El rostro de Lucas se puso blanco como el papel. La voz se le quedó atrapada en la garganta, incapaz de responder.Mariana, en cambio, habló con una calma que dolía más que cualquier grito:—Tu silencio ya me dio la respuesta. Así que espero que entiendas la mía. Lucas... no vuelvas a buscarme.Se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás.Lucas quedó allí, inmóvil en medio del pasillo, con la mirada perdida. Desde el principio había presentido que aquel sueño era demasiado real, pero nunca imaginó que Mariana lo confirmaría. Y ahora lo sabía: ella lo había vivido todo.Cada h
Mariana, al ver la escena, lo comprendió de inmediato. Frunció el ceño y murmuró:—Director, será mejor que regrese al laboratorio.Se dio la vuelta para salir, pero apenas llegó al pasillo, Lucas ya la había alcanzado y le sujetó la mano.—Mariana, ¿por qué te escondes de mí?Ella se soltó con calma y lo miró sin vacilar:—No me estoy escondiendo.Lucas insistió, con la voz cargada de ansiedad:—¡Eso no es cierto! Apenas me viste, quisiste marcharte.Si de verdad ya no sientes nada por mí, ¿por qué no puedes mirarme a los ojos?Mariana suspiró, agotada. Alzó la cabeza y lo miró directo, con una serenidad que lo dejó sin palabras:—¿Lo ves? Te estoy mirando. No estoy huyendo. Lo único es que ya no pienso seguir perdiendo mi tiempo contigo. Nada más.Las palabras fueron sencillas, pero pesaron como una losa.En la vida pasada había desperdiciado décadas enteras en Lucas; en esta, sus mejores años de juventud. Y no estaba dispuesta a entregarle ni un minuto más.Los ojos de Lucas se nubl
La mano de Mariana, con el tenedor a medio camino, se quedó congelada en el aire.En la base aeroespacial la vida se suponía totalmente aislada: nada de contacto con el exterior para evitar cualquier filtración de información.Pero todos sabían que era imposible mantener a los investigadores en un encierro absoluto. Sin un mínimo de internet, algo de entretenimiento o la posibilidad de hacer compras en línea, nadie aguantaría tanto tiempo.Por eso había concesiones: podían leer noticias, hacer pedidos, pero bajo reglas estrictas. Nada de publicar en redes, y cada paquete debía pasar primero por una dirección central antes de llegar a sus manos.Así que, cuando Lucas empezó a declararle su amor en público, Mariana también lo vio.Aquella tarde, en el comedor, varias miradas se posaron sobre ella con evidente curiosidad.—Oye, Mariana, qué coincidencia... justo cuando desapareció la prometida de ese tal Lucas, tú también te viniste para acá.—¡Sí, es verdad! Si uno no se fija bien, hasta
En ese instante, Elsa se quedó descolocada.Levantó la vista y vio a Lucas con los puños apretados, los ojos encendidos.Con voz firme, cargada de una determinación que no admitía dudas, dijo:—Voy a traer de vuelta a Mariana. Mientras esté en este mundo, la voy a recuperar. Aunque tenga que recorrer todo el país, la voy a encontrar.En un segundo, todo se aclaró en su mente.Comparado con aquel sueño donde acababan atrapados en un matrimonio vacío, sin amor y condenados a la muerte, la realidad —aunque dura— todavía le dejaba una rendija de esperanza.Mariana se había ido, sí. Pero seguía viva.Y mientras respirara, él aún podía alcanzarla.En el fondo lo sabía: Mariana lo había amado demasiado.No podía ser que de la noche a la mañana lo hubiera borrado de su corazón.No... lo que hizo fue huir, porque estaba herida.Pero ahora que por fin aceptaba lo que sentía, estaba convencido: si la buscaba de verdad, tarde o temprano volverían a encontrarse.Elsa lo miró con la boca entreabiert
Apenas abrió los ojos, Lucas sintió un respiro de alivio.En este mundo, Mariana seguía viva. No había muerto por su culpa, acuchillada por manos ajenas.Pero aquel consuelo se deshizo en un segundo.Sí, Mariana estaba viva... pero se había marchado a un lugar al que él jamás podría alcanzarla.El pecho se le encogió con tanta fuerza que apenas podía respirar.Porque, aunque en ese sueño la tuvo a su lado más de veinte años, en la vida real la había perdido para siempre.El pensamiento lo desgarró. Se agarró la cabeza con ambas manos, jadeando como si se ahogara.Elsa, asustada, se inclinó sobre él con la voz temblorosa.—Lucas, ¿qué tienes? ¿Te duele algo? ¿Quieres que llame al médico?Él levantó la mirada. Los ojos enrojecidos, la voz hecha pedazos:—Mamá, creo que... creo que de verdad amo a Mariana.Y al decirlo, sintió que por fin se quitaba un peso enorme de encima.Por primera vez se permitió admitirlo, enfrentarse a sus propios sentimientos.Elsa lo miró con sorpresa, y ensegui
Último capítulo