Mariana siguió a Elsa hasta el hospital.
Al entrar en la habitación, se quedó helada: Lucas yacía en la cama, con el rostro ceniciento y la respiración débil, como si apenas se aferrara a la vida.
—¿Qué le pasó? —preguntó, atónita.
En la otra vida, Lucas había llegado a los cincuenta y tantos, hasta que un accidente en carretera lo había fulminado.
Pero ahora... ahora su cuerpo parecía haberse rendido mucho antes.
Elsa, con la voz hecha trizas, explicó:
—Desde que te fuiste, empezó a destrozarse solo. Trabajaba sin parar, día y noche, como si quisiera castigarse. Nadie logró hacerlo entrar en razón —se secó las lágrimas con un pañuelo—. Y claro... ningún cuerpo resiste tanto. Hace poco le confirmaron lo peor: cáncer en fase terminal.
El cuerpo necesita de todo: salud, ánimo, cuidado...
Pero Lucas, tras su partida, lo dejó ir. Perdió las ganas de vivir y se fue consumiendo solo, hasta volverse una sombra de sí mismo.
Mariana no dijo nada.
Solo miraba al hombre que alguna vez creyó inven