Mariana dejó escapar una sonrisa amarga. Con la pierna ardiéndole de dolor, juntó las últimas fuerzas para arrastrarse hacia la salida.
Ya no esperaba nada de nadie. Si quería salvarse, tendría que hacerlo sola.
Cuando llegó a la planta baja, el fuego había devorado casi todo.
Entre el humo, alcanzó a ver a Lucas abriendo un camino hacia afuera. Al notar su presencia, su gesto se endureció.
—¿No te dije que me esperaras? —soltó con rabia contenida.
Pero no había tiempo para reproches. Justo cuando estaba por cargar a Helena, la joven gritó:
—¡Cuidado!
Una viga, consumida por las llamas, se desplomó con estrépito.
La primera cayó directo hacia Mariana.
—¡Mariana! —Lucas intentó correr hacia ella.
Pero al instante, otro madero en llamas se vino abajo, esta vez sobre Helena.
En un segundo decisivo, Lucas giró el cuerpo y la cubrió con sus brazos.
La viga lo golpeó de lleno en la espalda, arrancándole un gruñido ahogado.
Casi al mismo tiempo, otra cayó sobre Mariana, partiéndole la espalda con un golpe seco.
El dolor le arrancó el aire de los pulmones. Apenas alcanzó a ver cómo los bomberos irrumpían finalmente en la casa.
Y entre el humo y el caos, alcanzó a mirar la escena: Lucas abrazaba a Helena con desesperación, protegiéndola con todo su ser.
Mariana sonrió, agotada por completo.
Lucas... en esta vida también elegiste lo mismo.
***
Cuando volvió en sí, estaba en el hospital.
Frente a ella, Lucas ya había sido atendido y tenía el torso vendado.
Al verla abrir los ojos, habló con una voz tensa, sin un atisbo de emoción:
—Hablé con el médico. Nuestras heridas no son graves. La boda de hoy no se verá afectada.
A Mariana se le heló la sangre al escucharlo.
¿De verdad seguía creyendo que ella quería casarse con él?
Ya no tenía fuerzas ni paciencia para explicarle nada. Se incorporó despacio, con decisión, y se bajó de la cama.
—Me doy de alta.
Hoy partía la misión del Proyecto Selene. No podía perder un minuto más.
Lucas, en cambio, interpretó su prisa a su manera: pensó que estaba ansiosa por salir y llegar al altar.
Sin darse cuenta, soltó un suspiro de alivio. Sí, claro... Mariana seguía desesperada por casarse con él.
Esa idea lo tranquilizó e incluso le arrancó una especie de alegría absurda. Pero enseguida se sintió incómodo con sí mismo y endureció el gesto.
—Yo me adelanto al lugar de la ceremonia. Arréglate y llega en cuanto estés lista.
En cuanto salió de la habitación, Mariana sacó el teléfono y llamó a su chofer.
—¿Al salón de la boda, señorita?
—No —respondió sin titubear—. Al aeropuerto.
Con las maletas en la mano, se reunió con su tutor en la terminal. Apenas puso un pie allí, el celular empezó a llenarse de mensajes de Lucas:
"Mariana, ¿dónde estás? ¿Por qué no apareces en la boda?"
"¡Si no te maquillas ya no llegamos a tiempo! ¿Todavía quieres casarte o no?"
"Te doy diez minutos más. ¡Ven ahora mismo!"
Mariana sintió cómo la paciencia se le agotaba de golpe. El celular no dejaba de vibrar: Lucas estaba llamando una y otra vez.
Ni siquiera miró la pantalla. Lo apagó, sacó la tarjeta SIM y la tiró sin remordimiento en el cesto más cercano.
Subió al avión, respiró hondo y, con los ojos cerrados, dejó que el rugido de los motores la envolviera.
Adiós, Lucas. Esta vez, voy a vivir solo para mí.