La cara de Lucas se ensombreció, la incredulidad le quebraba la voz.
—¡Mariana, ¿qué demonios estás haciendo?!
Con una determinación helada, se clavaba las tijeras una y otra vez en el muslo.
El vestido blanco de gala se tiñó en segundos de un rojo vivo y escandaloso.
Lucas se paralizó al ver cómo la sangre corría sin parar.
¿De verdad prefería destrozarse a sí misma antes que dejar que él la tocara?
La idea le cayó en el pecho como un golpe seco, llenándolo de una rabia mezclada con impotencia.
—¡Mariana! —rugió, atrapándole la muñeca.
Las tijeras cayeron al suelo con un golpe metálico. Un dolor agudo le atravesó la pierna, y esa punzada fue lo único que logró sacarla de la neblina en que la había dejado la droga.
En ese momento, desde abajo llegó un estruendo de aplausos: todos esperaban que la cumpleañera apareciera para decir unas palabras.
Con un esfuerzo sobrehumano, Mariana apartó a Lucas, salió tambaleando y bajó las escaleras.
El murmullo del salón estalló en gritos al verla: el vestido empapado en sangre y el rostro tan pálido que parecía de cera.
El rojo intenso la envolvía, como una flor que se abre en plena tormenta.
Ella levantó su copa y sonrió a todos los presentes.
—Feliz cumpleaños a mí, veintinueve años… ¡Que mi futuro sea brillante!
Tras decir esto, finalmente no pudo sostenerse y se desmayó.
Entre los gritos de sorpresa, Lucas salió corriendo y la abrazó en sus brazos.
***
Mariana permaneció inconsciente todo un día.
Cuando al fin abrió los ojos y le dieron el alta, regresó a casa y comenzó a hacer sus maletas.
No había pasado mucho tiempo cuando, para su sorpresa, Lucas apareció... y lo hizo acompañado de Helena.
—Ya investigué lo del medicamento —dijo él, con el gesto rígido y la voz cortante—. Fue un error de otra persona. Tú no tenías nada que ver.
Mariana ni siquiera pestañeó.
Helena, en cambio, rompió a llorar.
—Mariana, todo fue por lo que yo dije. Lucas terminó malinterpretándote. Para compensarte, diseñé tu vestido de novia. También quería que fuera un regalo de cumpleaños.
Solo entonces Mariana alzó la mirada hacia el vestido que Helena sostenía entre las manos.
El recuerdo de su vida pasada se le clavó como una daga, y no pudo evitar soltar una risa sarcástica.
—¿Ni siquiera te molestas en revisar las tallas cuando diseñas? Ese vestido no me queda.
La escena era exactamente la misma que había vivido antes: en la otra vida, justo antes de la boda, Helena había aparecido con un vestido hecho por ella. Y Lucas, sin escuchar a nadie, la obligó a usarlo, cancelando el traje que Mariana había elegido con tanto cuidado.
El vestido era tan estrecho que jamás habría podido ponérselo.
Y Lucas, con una voz seca, sin una gota de compasión, solo dijo:
—Entonces adelgaza.
Así fue que, dos días antes de la boda, Mariana se mataba de hambre, ni agua bebía. Y el mismo día de la ceremonia terminó desplomándose en el altar.
Pero en esta vida no iba a caer en la misma ingenuidad.
Al oírla, Helena se quedó lívida.
—Yo... lo siento —balbuceó entre sollozos—. Es que, al diseñarlo, me imaginaba a mí misma como si fuera la novia y, sin darme cuenta…
Lucas levantó la vista; en sus ojos, pese a la confusión, asomaba un afecto guardado por años.
Helena se tapó la boca de inmediato, como si recién cayera en cuenta de lo que acababa de revelar.
El silencio pesaba en el aire.
Mariana lo rompió con una risa burlona.
—En ese caso, quédate tú con ese vestido de novia.