Capítulo 8
Helena se quedó paralizada. El gesto de Lucas, en cambio, se ensombreció de inmediato.

—¡Mariana, no digas tonterías! ¡Yo soy el tío de Helena!

Mariana lo miró con un dejo de desprecio.

¿Lo ven? Solo el que tiene la conciencia sucia reacciona tan rápido.

—Entonces que lo use otra persona —respondió, sin ganas de alargar la discusión—. Lo único seguro es que yo no me lo voy a poner.

Al oírla, Lucas levantó la mirada de golpe y preguntó seco:

—¿Qué quieres decir con eso, Mariana?

—Lo mismo de siempre —alzó la barbilla, mirándolo de frente—. No quiero casarme contigo. Y mañana, en la boda, yo no pienso estar.

—¿Otra vez con tu jueguito de hacerte la difícil...?

Lucas empezó a reclamarle con fastidio, pero de pronto las palabras se le quedaron atoradas. La imagen de Mariana clavándose las tijeras en la pierna, dispuesta a destrozarse antes que dejarlo acercarse, se le vino a la cabeza con brutalidad. El recuerdo de sus muslos vendados le cayó en el pecho como una losa.

Sintió un malestar extraño que le apretó el pecho.

—Mariana, la boda es pasado mañana. No armes escándalos.

Sí, debía de ser eso: otro capricho más.

Cuando se le pasara, volvería sumisa y ansiosa, rogándole casarse con él.

—En cuanto al vestido... —su mirada se detuvo en el traje de novia—. Si quieres ponerte el que mandaste hacer antes, adelante.

Mariana se quedó mirando a Lucas, incrédula. En su otra vida él la había obligado a matarse de hambre para poder entrar en el vestido que había diseñado Helena.

Pero ahora... Helena levantó la vista de golpe.

—Lucas...

Él le acarició el cabello con ternura.

—No pasa nada, ya harás otro más adelante.

Helena se mordió los labios, pálida, y asintió como una niña obediente.

Lucas se fue con ella, pero no pasó mucho antes de que Helena regresara sola.

Se plantó frente a Mariana y, dejando atrás la máscara tímida de siempre, le habló con un tono cortante:

—Mariana, lo de ayer en el auto... lo viste todo, ¿verdad?

Mariana no respondió de inmediato; en cambio, lanzó la pregunta al aire:

—¿Fuiste tú quien puso la droga?

Helena sonrió con descaro.

—Exacto. Lucas siempre me ha querido a mí. Yo solo le di la oportunidad de demostrarlo.

En ese instante, Mariana lo comprendió todo.

En su otra vida jamás supo si entre Lucas y Helena había sido algo mutuo o solo un capricho de ella. En esta, ya no quedaban dudas.

—Pues les deseo que sean muy felices —dijo tranquila, con genuina serenidad.

Pero a Helena se le encendió la rabia.

—¡Basta con ese tonito falso! Te voy a reconocer algo: al menos cambiaste un poco. Antes eras una perra faldera pegada a Lucas; ahora, por lo menos, sabes fingir.

Soltó una risa venenosa.

—¿De verdad crees que, por negarte a acostarte con él anoche, Lucas te va a mirar distinto? ¡Qué ingenua! Hoy mismo te voy a abrir los ojos para que entiendas a quién quiere en realidad.

Antes de que Mariana alcanzara a reaccionar, Helena se le echó encima y le cubrió la boca y la nariz con un pañuelo empapado en un olor penetrante.

Mariana intentó forcejear, pero la pierna herida no le respondía.

La casa estaba vacía; los sirvientes se habían ido, convencidos de que era mejor no interrumpir una charla privada.

Sin fuerzas, Mariana se hundió poco a poco en la inconsciencia.

***

Mariana despertó sobresaltada, sofocada por un calor insoportable.

Al abrir los ojos, lo primero que vio fueron las llamas trepando por las paredes y devorando la habitación. A su lado, Helena yacía tendida en el suelo.

Mariana lo entendió al instante y, fuera de sí, gritó:

—¡¿Incendiaste mi casa?! ¡Estás loca!

Pero Helena solo dejó escapar una risa fría, llena de desafío.

—¿De verdad creías que Lucas te quería a ti? Ahora vas a ver hasta qué punto me ama a mí.

En ese momento, detrás de Mariana, se escuchó la voz desesperada de Lucas:

—¡Helena! ¡¿Dónde estás?!

De inmediato, Helena borró toda maldad de su rostro y, fingiendo lágrimas, gritó con voz suplicante:

—¡Lucas! ¡Estoy aquí! ¡Ven a salvarme!

Lucas irrumpió en la habitación como un rayo. Al ver a Camila a un lado, se quedó paralizado, pero el grito agudo de Helena, quemándose, volvió a capturar toda su atención.

—¡Helena! —rugió, levantándola en brazos.

Al pasar junto a Mariana, apenas alcanzó a soltar, entre la urgencia:

—Espera un momento, primero voy a sacar a Helena.

Y salió con ella, dejando a Mariana atrapada entre las llamas.
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