La mano de Mariana, con el tenedor a medio camino, se quedó congelada en el aire.
En la base aeroespacial la vida se suponía totalmente aislada: nada de contacto con el exterior para evitar cualquier filtración de información.
Pero todos sabían que era imposible mantener a los investigadores en un encierro absoluto. Sin un mínimo de internet, algo de entretenimiento o la posibilidad de hacer compras en línea, nadie aguantaría tanto tiempo.
Por eso había concesiones: podían leer noticias, hacer pedidos, pero bajo reglas estrictas. Nada de publicar en redes, y cada paquete debía pasar primero por una dirección central antes de llegar a sus manos.
Así que, cuando Lucas empezó a declararle su amor en público, Mariana también lo vio.
Aquella tarde, en el comedor, varias miradas se posaron sobre ella con evidente curiosidad.
—Oye, Mariana, qué coincidencia... justo cuando desapareció la prometida de ese tal Lucas, tú también te viniste para acá.
—¡Sí, es verdad! Si uno no se fija bien, hasta