Lucas había muerto.
Unos días antes del funeral, Mariana ordenaba sus cosas cuando encontró un álbum grueso.
En la portada, escrito con letras firmes, se leía: Amor eterno.
Lo abrió... y allí no estaba ella, la esposa legítima.
Era Helena, la joven que Lucas había acogido años atrás.
Mariana siempre creyó que lo de Lucas era solo un aprecio inocente, casi paternal.
Pero las fotos hablaban por sí solas: Helena riendo, llorando, incluso dormida... en cada imagen se notaba un afecto distinto, demasiado profundo, demasiado personal, el de un hombre enamorado.
Y debajo de una foto de Helena vestida de novia, una frase escrita a mano la atravesó como un puñal:
"Si en esta vida no puedo casarme con quien amo, me da lo mismo hacerlo con cualquiera."
Al terminar el álbum, Mariana quedó pálida.
Veinte años de matrimonio... y para Lucas, ella nunca fue más que una resignación.
El funeral comenzó pronto. A su alrededor, la gente intentaba consolarla con susurros:
—Vamos, mujer, míralo por el lado bueno. Está muerto, sí, pero toda la herencia es tuya. Ahora sí vas a poder vivir tranquila.
—Exacto. Aunque la empresa tenga que pagar por lo de los medicamentos, con lo que dejó te alcanza de sobra. No te va a faltar nada.
Pero apenas terminaron de hablar, el abogado carraspeó y anunció:
—Según la última voluntad del señor Ramos, todos sus bienes y propiedades quedan a nombre de la señorita Helena.
El silencio se quebró de golpe, y en seguida la sala se llenó de murmullos incrédulos.
Hasta que un grupo irrumpió en medio del velorio.
—Si todo el dinero se lo dejó a otra, ¿quién va a pagar las indemnizaciones?
Eran parientes de las víctimas del medicamento.
Cuando vieron a Mariana, la señalaron con rabia:
—¡Esa es la esposa del desgraciado! ¡Si no hay dinero, que pague con su vida!
El cuchillo se le clavó en el pecho antes de que pudiera reaccionar.
Cayó al suelo y, en sus últimos segundos, lo único que alcanzó a ver fueron los ojos fríos de Lucas en aquella foto en blanco y negro.
Cerró lentamente los párpados.
"Si pudiera volver a empezar, Luca... jamás me casaría contigo."
***
Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fueron las sábanas revueltas.
Ni siquiera alcanzó a reaccionar cuando escuchó una voz cortante:
—Ya hablé con mis padres. En cinco días será la boda. Mariana, ¿eso era lo que querías?
Levantó la mirada... y ahí estaba Lucas.
No era el hombre de más de cincuenta años al que había visto morir, sino un Lucas joven, de poco más de treinta, rebosante de vida.
Entonces lo entendió: había regresado en el tiempo, justo a la víspera de su boda con él.
Una boda que no nacía del amor, sino de un compromiso arreglado por sus familias desde que eran niños.
Pero Lucas nunca la quiso de verdad. La boda se fue retrasando tantas veces que Mariana acabó convertida en el chisme de todo Maravia.
Hasta aquella noche en que, borracho, fue a parar a su cama sin darse ni cuenta.
Desde entonces la acusó de haberlo manipulado, la despreció aún más, pero igual se vio obligado a seguir adelante con el compromiso.
Ya casados, ella lo dio todo: cuando la empresa de él estuvo en crisis, entregó la fortuna de los Oliveira; cuando le prohibió trabajar, dejó su carrera; cuando le pidió silencio, aprendió a andar de puntillas dentro de su propia casa.
Y después de tantos años de aguantar, lo único que recibió fueron sonrisas fugaces, que se desvanecían enseguida.
Y ahora entendía la razón: su amor nunca fue para ella.
Los recuerdos le apretaban el pecho, pero Mariana respiró hondo y, con calma, dijo:
—No tienes que hacerte responsable. Cancelamos el compromiso.
Esta vez no pensaba desperdiciar su vida en un hombre que jamás la quiso.
Lucas soltó una carcajada cargada de sarcasmo y, con desdén, preguntó:
—¿Otra vez con tus jueguitos de hacerte la difícil, Mariana?
Ella se quedó inmóvil.
Recordó que en su juventud más de una vez había amenazado con romper el compromiso, pero siempre terminaba cediendo a la presión de las familias.
Él, por supuesto, nunca la tomó en serio.
—Esta vez hablo de verdad... —alcanzó a decir, pero Lucas ya se había marchado sin escucharla, como tantas otras veces.
Mariana soltó un suspiro.
No importaba. Con hablar directamente con los Ramos bastaría para cancelarlo todo.
Además, había algo mucho más importante.
Tomó el celular y marcó un número.
—Profesor, ¿todavía estoy a tiempo de postularme al Proyecto Selene en la base aeroespacial?
Del otro lado, la voz sonó emocionada:
—¡Claro que sí! Eres justo la investigadora que estaban buscando. Pero ya te lo advertí: es un proyecto de máxima seguridad. Si entras al Instituto de Investigaciones del Noroeste, no podrás volver en diez años ni tener contacto con nadie. ¿Estás realmente decidida?
Mariana siempre había brillado en ingeniería aeroespacial. Su tesis de posgrado trataba justo sobre la tecnología más codiciada en ese momento.
Al graduarse, la base aeroespacial le ofreció un puesto: su gran sueño.
Pero en la otra vida, lo había dejado todo por casarse con Lucas.
Esta vez no. Esta vez viviría solo para sí misma.
—Lo he pensado bien, profesor. Quiero ir.
—Perfecto —respondió él, entusiasmado—. El proyecto empieza ya. En cinco días debes estar lista para partir. Aprovecha este tiempo para despedirte de tu familia.