La mano de Mariana, a punto de golpear la ventanilla, se quedó suspendida en el aire. Incluso desde fuera podía percibir lo extraño en el tono de Helena.Dentro, la voz de Lucas sonó tensa, al borde de la desesperación:—¡Helena, te dieron algo! ¡Te llevo al hospital ahora mismo!Pero en lugar de apartarse, la muchacha se aferró a su cuello, llorando desesperada:—Lucas, me siento tan mal, por favor, no me dejes...Esa voz rota, empapada en lágrimas, se deslizó hasta su oído como un veneno lento, erizándole la piel. Lucas llevaba tiempo reprimiéndose, forzándose a mantener la distancia. Pero en ese momento, todo se vino abajo.Como un animal al que le abrieron la jaula, la empujó contra el asiento y la cubrió con su cuerpo.A través del cristal, Mariana alcanzaba a ver cómo la camioneta apenas se estremecía, mientras los jadeos contenidos de la chica se perdían en el silencio de la noche. Y él seguía, sin detenerse.Mariana dejó escapar una sonrisa amarga.En su otra vida había estado
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