Capítulo 5
La mano de Mariana, a punto de golpear la ventanilla, se quedó suspendida en el aire. Incluso desde fuera podía percibir lo extraño en el tono de Helena.

Dentro, la voz de Lucas sonó tensa, al borde de la desesperación:

—¡Helena, te dieron algo! ¡Te llevo al hospital ahora mismo!

Pero en lugar de apartarse, la muchacha se aferró a su cuello, llorando desesperada:

—Lucas, me siento tan mal, por favor, no me dejes...

Esa voz rota, empapada en lágrimas, se deslizó hasta su oído como un veneno lento, erizándole la piel.

Lucas llevaba tiempo reprimiéndose, forzándose a mantener la distancia. Pero en ese momento, todo se vino abajo.

Como un animal al que le abrieron la jaula, la empujó contra el asiento y la cubrió con su cuerpo.

A través del cristal, Mariana alcanzaba a ver cómo la camioneta apenas se estremecía, mientras los jadeos contenidos de la chica se perdían en el silencio de la noche. Y él seguía, sin detenerse.

Mariana dejó escapar una sonrisa amarga.

En su otra vida había estado casada con Lucas veinte años y casi nunca la había buscado con deseo.

Con el tiempo, lo poco que hubo entre ellos terminó convertido en un ritual vacío: apenas una vez al mes... y solo porque, al cumplir treinta y cinco, ella misma le rogó que al menos le regalara esa intimidad como presente.

Durante años pensó que Lucas simplemente no tenía interés en esas cosas.

Pero ahora, escuchando los sonidos que surgían del interior del auto, entendió la verdad: él no era indiferente al deseo... simplemente era indiferente a ella.

Mariana apartó la vista.

"Tal vez era lo mejor", pensó.

Al menos en esta vida, cada quien tendría lo que de verdad buscaba.

***

Cuando volvió a la fiesta, casi dos horas habían volado y ya todo estaba llegando a su fin.

Como anfitriona, no le quedaba otra que despedir a los invitados con unas palabras.

Antes de hacerlo, subió al tocador para refrescarse.

Bebió un vaso de jugo y estaba por retocarse el maquillaje cuando, de pronto, un calor extraño le recorrió el vientre.

Un ardor líquido, imposible de ignorar, comenzó a propagarse por todo su cuerpo.

Mariana quiso llamar a alguien, pero antes de poder abrir la boca, una voz helada se coló por la puerta entreabierta:

—¿Qué tal, Mariana? ¿No es horrible sentir en tu propia piel lo que es estar drogada?
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP