Mariana, al ver la escena, lo comprendió de inmediato. Frunció el ceño y murmuró:
—Director, será mejor que regrese al laboratorio.
Se dio la vuelta para salir, pero apenas llegó al pasillo, Lucas ya la había alcanzado y le sujetó la mano.
—Mariana, ¿por qué te escondes de mí?
Ella se soltó con calma y lo miró sin vacilar:
—No me estoy escondiendo.
Lucas insistió, con la voz cargada de ansiedad:
—¡Eso no es cierto! Apenas me viste, quisiste marcharte.
Si de verdad ya no sientes nada por mí, ¿por qué no puedes mirarme a los ojos?
Mariana suspiró, agotada. Alzó la cabeza y lo miró directo, con una serenidad que lo dejó sin palabras:
—¿Lo ves? Te estoy mirando. No estoy huyendo. Lo único es que ya no pienso seguir perdiendo mi tiempo contigo. Nada más.
Las palabras fueron sencillas, pero pesaron como una losa.
En la vida pasada había desperdiciado décadas enteras en Lucas; en esta, sus mejores años de juventud. Y no estaba dispuesta a entregarle ni un minuto más.
Los ojos de Lucas se nubl