Capítulo 6
Mariana alzó la cabeza de golpe y, al hacerlo, lo vio allí: Lucas, recargado con aparente indiferencia en el marco de la puerta. Nadie supo en qué momento había entrado.

Ella reaccionó de inmediato.

—¿Fuiste tú? ¿Pusiste algo en mi jugo de naranja? —su voz temblaba de rabia—. ¡Lucas, ¿qué demonios pretendes?!

Él soltó una risa seca, avanzó un paso y le sujetó la barbilla entre los dedos.

—¿Yo? Más bien deberías explicarme qué estabas tramando tú. ¿Por qué drogaste a Helena?

Los ojos de Mariana se abrieron con incredulidad.

—¿Qué?

Lucas continuó, con la mirada firme, sin dejar lugar a dudas.

—¿Solo porque rompió sin querer una pieza de tu madre? ¿Eso te da derecho a drogarla para verla humillada frente a todos, ensuciar su nombre... hasta abusar de ella?

Se inclinó aún más, su voz cargada de desprecio:

—¡Pero si todavía es una niña, Mariana! ¿Cómo puedes ser tan cruel?

Mariana se quedó helada y negó de inmediato.

—¿Yo? ¡Jamás haría algo así!

Él la soltó de golpe y la miró con desprecio:

—No lo niegues. Helena misma me lo dijo. Hoy lo único que tomó fue el vaso de agua que tú le diste. Si no fuiste tú, ¿entonces quién?

En ese instante, Mariana comprendió lo que era el favoritismo absoluto: con una sola palabra de Helena, Lucas la condenaba sin dudar.

—Estás loco... —murmuró con una risa amarga.

Intentó alcanzar su celular para llamar a emergencias, pero Lucas se lo arrancó de las manos de un tirón.

—¡Lucas, devuélvemelo! ¿Qué piensas hacer?

Él la miró desde arriba, con la mirada dura, sin un ápice de compasión.

—Ese medicamento es demasiado fuerte. Ni aunque llames a una ambulancia podrán ayudarte. La única salida es que me lo pidas a mí.

Mariana lo observaba, desconcertada, sin llegar a comprender qué pretendía.

—¿Que te pida qué?

Esa sonrisa torcida le provocó un escalofrío en la espalda.

—Que me supliques que te alivie de este ardor.

Ella se quedó sin aire.

—Claro que santo no soy —siguió Lucas, tajante—. Tengo mis condiciones: te arrodillas frente a Helena, le pides perdón... y recién ahí te ayudo.

Mariana quedó helada, sin dar crédito. Ese hombre acababa de enredarse con Helena en el carro... ¿ahora quería hacerse el salvador a cambio de verla de rodillas?

Sintió cómo el asco le subía hasta la garganta.

Lucas, en cambio, se inclinó hacia ella, invadiendo su espacio.

—¿Qué pasa, Mariana? ¿Ahora te haces la digna? —susurró con desdén—. ¿No fue con artimañas así como me obligaste a casarme contigo? Solo te pido que asumas tus culpas. ¿Dónde está el problema?

Mariana ya no pudo más. Con un movimiento brusco lo apartó, tomó las tijeras que había sobre la mesa y lo miró con los ojos encendidos.

—¿Que me arrodille para pedirle perdón a Helena? ¡Sigue soñando!

Y sin pensarlo dos veces, hundió las tijeras con fuerza en su propio muslo.
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