Capítulo 2
Pero Mariana no tenía a nadie a quien despedirse.

A los quince años había perdido a sus padres y, desde entonces, la familia Oliveira se reducía únicamente a ella.

Llamó a los padres de Lucas para avisarles de su decisión de cancelar el compromiso.

Al colgar, se dirigió a la casa de subastas.

Su madre había sido una ceramista reconocida y, desde su muerte, Mariana se había dedicado a reunir sus piezas como recuerdo.

Entre todas, había una especial llamada "Amor", creada cuando estaba embarazada de ella. Mariana llevaba años buscándola.

Y tuvo suerte: justo antes de partir al Instituto de Investigaciones del Noroeste, aquella pieza iba a salir a subasta.

Cuando llegó al lugar, no esperaba encontrarse con Lucas y Helena.

Al verla, Lucas le habló en un tono cortante.

—¿Ya estuvo, Mariana? ¿Vas a seguir con este numerito?

Ella, desconcertada, frunció el ceño:

—¿De qué hablas?

Él, visiblemente molesto, contestó con impaciencia:

—Llamaste a mis padres para decirles que querías cancelar el compromiso. ¿Será que lo que no te gustó fue que todo salió tan de golpe? Ya aumenté el presupuesto diez veces. ¿Así sí estás conforme?

En ese instante, Mariana entendió: ninguno de ellos se tomaba en serio su decisión de anular el matrimonio.

Respiró hondo y contestó con firmeza:

—Te equivocas. Esta vez hablo en serio, yo realmente...

Pero Lucas la cortó en seco:

—Ya basta, Mariana. No sigas con tus caprichos.

Al encontrarse con esa mirada fría, ella se cansó de intentar explicarse.

De nada servía... en cuatro días, cuando la iglesia se quedara sin novia, entenderían que hablaba en serio.

La subasta comenzó poco después.

—Helena —dijo Lucas con una voz sorprendentemente suave—, pronto será tu cumpleaños. Dime qué pieza te gusta y te la compro.

La muchacha, visiblemente incómoda, retorció el borde de su vestido y negó con la cabeza.

—Lucas, ya me diste demasiado con haberme criado. Estas piezas son carísimas, yo no las merezco.

Él la interrumpió, serio, con firmeza en el tono:

—No digas disparates. Te mereces lo mejor que haya en este mundo.

Helena era hija de un subordinado de Lucas, muerto hacía doce años al salvarlo en un accidente.

Desde entonces, él la había tenido en su casa. Ella no pasaba de los diez años; él apenas rondaba los veintiuno.

Y ahora, la niña frágil de antes se había convertido en una joven de una belleza serena.

Mariana, al ver la ternura en los ojos de Lucas, comprendió cuán ciega había estado en la otra vida.

La voz del subastador la sacó de sus pensamientos:

—¡Con ustedes, la célebre obra de cerámica Amor!

Dos asistentes colocaron sobre el escenario una pieza blanca como la nieve: una elefanta abrazando a su cría.

Helena alzó la mirada, conmovida.

—¿Te gusta? —preguntó Lucas enseguida.

Ella, ruborizada, asintió con timidez.

—Sí, me recuerda a mi madre.

En ese mismo instante, Mariana levantó su paleta con decisión.

—Un millón de dólares.

Ofrecía el doble del valor estimado. Esa pieza hecha por su madre tenía que volver a sus manos.

Pero Lucas reaccionó al momento y levantó también la suya.

—Un millón quinientos mil.

Mariana lo fulminó con la mirada y explotó:

—¡Esa obra es de mi madre!

Lucas quedó desconcertado. Solo entonces reparó en la firma grabada en la base de la cerámica.

Su mano vaciló y bajó la paleta lentamente.

Entonces Helena, con la voz temblorosa, susurró:

—No importa, Lucas... yo nunca he merecido algo tan valioso.

Él la miró a los ojos, brillantes de lágrimas, y sintió un nudo en el pecho.

Y sin pensarlo dos veces, gritó hacia el subastador:

—Siempre mantengo la puja más alta, sin importar lo que dijeran los demás.

—¡Ese lote tiene que ser mío!
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